jueves, 29 de octubre de 2009

Edmundo Paz Soldán: "Me enorgullece que la novela haya sido reseñada en la revista Rolling Stone"

Durante los últimos años, Edmundo Paz Soldán ha construido una producción novelística que ha despertado con singularidad el interés de la crítica. Él mencionó en una ocasión la impresión generalizada que observó de ésta, la cual afirmó que sus historias eran “atemporales” y que podían ocurrir en cualquier lugar. Es por ello interesante observar este rasgo en los vivos y los muertos, poder ver mezcladas y por partes separadas las piezas de esa Norteamérica real e imaginaria. Autor de novelas ya conocidas como Río Fugitivo (1998), Sueños Digitales (2000), El delirio de Turing (2003) y Palacio Quemado (2006). También coordinador con Alberto Fuguet la antología de cuentos Se habla Español – Voces Latinas en U.SA (2000) y la compilación de ensayos Bolaño Salvaje, coordinada junto a Gustavo Faverón sobre la obra del escritor chileno. Acerca de la concepción de su nueva novela, los materiales literarios que utiliza, lecturas sobre escritores actuales hispanoamericanos y españoles, etc. Paz Soldán nos habla.

—Cuéntanos cómo te preparas para escribir un cuento y novela. ¿Cómo te inspiras previamente?
Varía de cuento a cuento, de novela a novela. Por ejemplo, la novela que estoy escribiendo ahora comenzó con una noticia que escuché en CNN hace más de diez años. La noticia me impactó, pero luego pasé la página o al menos creí que lo había hecho. Sin embargo, a medida que pasaban los años, volvía de una u otra forma a esa noticia, y un día hace dos años surgió el germen de la historia y me animé a sentarme a escribirla. De modo que, por lo menos en las novelas, necesito muchos años para que la idea se vaya consolidando y pueda estar listo para escribirla.

—Mencionas en la nota final de “Los vivos y los muertos” que la idea de su creación se te ocurrió mientras mirabas un dossier periodístico sobre una serie de asesinatos ocurridos en los noventa en Dryden, un pueblo cercano a Ithaca, donde resides. Además de este dossier y dentro de tus lecturas y referencias de otras novelas, ¿Qué novelas pudieron inspirarte para “Los vivos y los muertos”?
Mientras agonizo
, de William Faulkner, que me sirvió para la estructura narrativa. Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides, que me ayudó a encontrar un tono melancólico, algo elegíaco, para narrar la adolescencia en los Estados Unidos (aunque la novela de Eugenides tiene un lado cómico que no está en la mía). Zombie, de Joyce Carol Oates, y El coleccionista, de John Fowles, me ayudaron a meterme en la cabeza de un psicópata. A sangre fría, de Truman Capote, porque primero pensé en hacer una suerte de novela de no ficción, y aunque luego abandoné ese proyecto, quedaron algunas cosas en la arqueología del texto.

—En cierta medida, la novela parece ser un crudo retrato de la sociedad estadounidense y globalizada. Pero más allá de retener esa realidad, la novela hace un examen a fondo sobre la dificultad del individuo por relacionarse con sus semejantes aparcando la imperiosa necesidad de ser exitoso.
No era mi intención, pero luego, leyendo las reseñas, descubrí que se insistía mucho en eso, de que los personajes estaban muy solos. Y sí, comparo esta novela con otra que escribí sobre la adolescencia, Río Fugitivo, y hay una diferencia: mis adolescentes latinoamericanos están siempre acompañados, su vida es más colectiva; en cambio, los norteamericanos parecen siempre conectados pero en fondo todo lo suyo es más individual (incluso la estructura narrativa refleja eso: son múltiples voces, pero no suenan a concierto sino a monólogos desconectados).

—Los personajes de Los vivos y los muertos comparten, más o menos, aspiraciones y deseos que quieren ver luz pero existe un tedio invisible o blanco (recuerdo la presencia de la nieve en la novela). Blake decía en un poema que cuando los deseos no se realizan, se pudrían dentro pero en Madison la realización de algunos de estos terminan también con los personajes por dentro, diciéndolo de alguna forma.
Uno de los temas que siempre me ha interesado tiene que ver con la falta de “educación” del deseo. Varios de los personajes de la novela no pueden controlar su deseo, y ahí el extremo de ese descontrol es Webb, el psicópata. Lucha con sus instintos, duda, pero tampoco mucho, y cede, cede siempre. Por eso me encanta la frase de Joyce Carol Oates en el epígrafe; captura perfectamente ese impulso rabioso y fatal que termina condenando a Webb y a otros.

—La indiferencia, su grado cero, por decirlo, también aparece en la novela. Recuerdo por ejemplo al personaje “El enterrador” relatando sin ninguna identificación los planes que llevaría a cabo, algo bastante frecuente en la actualidad, una especie de psicopatología que convive en la cotidianeidad de manera bastante silenciosa.
Sí, algunos personajes narran lo que les ocurre con cierta distancia, como si todo le estuviera ocurriendo a otro. Hay una alienación del propio cuerpo, de los sentimientos de uno mismo.

—Todas tus novelas anteriores han sido ambientadas en Bolivia. ¿Cómo crees que sido percibida por la crítica “Los vivos y los muertos” en tu país natal?
Me ha sorprendido favorablemente. Las reseñas han sido muy positivas. Como vivo hace muchos años fuera de Bolivia, creo que la crítica tiene más problemas con las novelas que ambiento en Bolivia. Supongo que es normal.

—Las nuevas tecnologías han sido una preocupación notoria dentro de tu producción literaria. Tú llevas un blog muy dinámico, llamado como tu tercera novela “Río fugitivo”. Desde ahí, realizas breves reseñas, cuentas recuerdos de tu infancia en Bolivia o tu quehacer profesional en la Universidad de Cornell, recomiendas series de televisión, etc. ¿Cómo ves el desarrollo de estos temas en la producción novelística hispanoamericana actual?
Va y viene. Hay escritores como el mexicano Heriberto Yepez o el chileno Álvaro Bisama que han convertido estos temas en parte central de su novelística, pero parecería que este interés es más intenso hoy en los narradores españoles de la generación Nocilla. Lo noto en Fernández Mallo, en Vicente Luis Mora, en Jorge Carrión, por nombrar algunos.

—¿De qué forma otras expresiones artísticas estimulan tu creatividad, pensando en géneros como la poesía, la pintura, el cine o las series de televisión?
Los vivos y los muertos tiene un diálogo muy intenso con la música pop y el rock (una de las cosas que más me enorgullece es que la novela haya sido reseñada en la revista Rolling Stone). Y la novela que estoy escribiendo ahora tiene a una dibujante de comics como personaje principal, y otro personaje clave es un pintor, de modo que el dibujo, la pintura, las artes plásticas, son fundamentales para este nuevo proyecto. En cuanto al cine y la televisión, creo que están tan metidos en mi narrativa que ya ni me doy cuenta cuando estoy siendo influido por ellos.

—Finalizando, ¿En qué nuevos proyectos te encuentras?
En una nueva novela ambientada en los Estados Unidos. Y en un libro de cuentos, La inquietud, que Alfaguara publicará el próximo año.

* Entrevista de Eduardo Fariña

viernes, 16 de octubre de 2009

Medardo Fraile: "La constancia en España, siempre tan distraída, se necesita más que en otros países"

—¿Cómo se enfrenta uno a la redacción de un libro de memorias?
—Con mucha desgana. Con la convicción de que va a darle a uno muchos disgustos. No había pensado nunca en escribirlas pero, como he contado alguna vez, José María Merino se empeñó en que las hiciera, porque él me había oído contar cosas que le parecieron interesantes en nuestros cursos de narrativa de Santander, Pontevedra y El Escorial. Cuando las empecé me fui animando y me prometí que serían un ejercicio de sinceridad con los demás y conmigo mismo.

¿Ha callado muchas cosas?
—Más bien he olvidado algunas cosas; por ejemplo, cuando conocí en Madrid al estupendo poeta y traductor de San Juan de la Cruz, Roy Campbell, que era un gran gozador de la vida, pintoresco en muchas cosas, una de ellas es que actuó de picador en alguna corrida de Domingo Ortega.

¿Qué diría usted que aporta este libro a la comprensión de una época difícil como la posguerra española?
—Comprensión, ecuanimidad, falta de partidismo y un afán constante por acercarme a la verdad de unos y otros. El partidismo sin autocrítica, encantado de haber nacido, es una lacra endémica e inaguantable, por necia, de la vida española de antes y de ahora.

¿Cómo le parece que se está recibiendo el libro en general?
—Mi libro ha dejado al descubierto, hasta ahora, a dos reseñadores que no acaban de saber leer aunque, pese a que no acaban de saber leer, a uno le ha parecido el libro “apasionante” y al otro “un relato extraordinario”. En fin, algo bueno habrán olfateado que ellos no logran explicar. Pero otros, como tú, como J.J. Armas Marcelo en “ABC” o José Biedma en “El IDEAL” de Granada, han disfrutado mucho con El cuento de siempre acabar y me han entendido muy bien. Ten en cuenta que el libro salió poco antes del verano, se vendió bien en la Feria del Libro y han aparecido aún pocas críticas. Ahora habrá más.

¿Podemos esperar una segunda parte que narre su experiencia en Escocia?
—Francamente, no lo sé. He escrito muchos artículos sobre Gran Bretaña y no pocos de ellos están recogidos en La penúltima Inglaterra, que, en la segunda edición, se tituló La familia irreal inglesa. Lo que debería hacerse es una reedición ampliada de esos libros, que ahora están agotados.

¿Cómo ve el panorama literario actual en España?
—Creo que a demasiados escritores les interesa más la fama, estar en el cotarro y lo que digan de ellos en "El País" que trabajar, escribir bien y lo que digan en el país (sin comillas) de ellos, pero seguimos teniendo buena literatura y esperanza en lo que viene, en los más jóvenes.

¿Qué le aconseja a quien pretenda abrirse camino escribiendo?
—Exigencia consigo mismo por encima de todo, autocrítica lo menos complaciente que sea posible, carencia de vanidad, lecturas, trabajo y constancia, porque la constancia en España, siempre tan distraída, se necesita más que en otros países.

¿Cree que estamos asistiendo a un resurgimiento del relato como género?
—Sí. La gente empieza a saber que el cuento es difícil, que no es un feudo de las hadas, que vale la pena intentarlo o leerlo. Hay muchos jóvenes ahora, y entre ellos estás tú, que hacen cuentos admirables, como Hipólito G. Navarro, Ángel Zapata, Víctor García Antón, Hilario J. Rodríguez, Ezequías Blanco, Antonio Rodríguez Jiménez, Javier Sáez de Ibarra, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Juan Pimentel y otros que siento no recordar ahora…


Entrevista de Miguel Sanfeliu

viernes, 18 de septiembre de 2009

Mercedes Abad: "Lo autobiográfico no es sino pura ficción"

Mercedes Abad, en su libro Media docena de robos y un par de mentiras, publica aquellos relatos que han conectado con ella de un modo tan intenso que hubiera deseado escribirlos. Ni corta ni perezosa, se apropia de ellos, los modifica ligeramente y nos los ofrece compartiendo, además, las circunstancias en que se los fue encontrando, el momento en que decidió que esos textos debían ser suyos de un modo irremediable.

—Crees en esa idea de que los textos nos encuentran a nosotros y no nosotros a ellos?

Creo que lo que llamamos destino es una línea rota por una serie de azares irrelevantes (que una honda necesidad nuestra de sentido y forma convierte en azares sospechosos, pero ésa es otra película) y que la mayor parte del tiempo las cosas que nos suceden son bastante ajenas a nuestra voluntad: si en lugar de abrir tal libro aquel día en cierta librería, hubiera abierto tal otro, no habría leído esto o aquello y, por lo tanto, tampoco habría escrito esto o aquello. Eso es precisamente lo fascinante: que las cosas ocurran tan sin ton ni son, que todo sea tan aleatorio y no obedezca a propósito alguno, ni nuestro ni de una entidad superior. Es como una broma cósmica: ni el libro me busca a mí ni en realidad yo lo busco a él, pero nos encontramos, que es lo que cuenta al fin y al cabo, nuestras órbitas colisionan (quizá porque al impresor se le fue la mano con el color violeta de la portada, para desesperación del diseñador, y ese color reclama de pronto mi atención, vaya usted a saber) y entonces sucede que precisamente entre esas páginas que de forma tan azarosa han llegado a mis manos encuentro algo que, además de proporcionarme un montón de placer, o de provocarme un buen sobresalto intelectual, impulsa mi vida en determinada dirección. Qué vértigo, ¿no? Me pregunto cuántos encuentros de ese tipo me aguardan aún. Mmm…

—Alternas en este libro partes autobiográficas con los relatos, te mueves en un terreno un tanto ambiguo entre la realidad y la ficción. ¿Dirías pues que este libro puede ser incluido en esa corriente metaliteraria que mezcla la novela o el relato con otros géneros?

La realidad y la ficción son dos conceptos muy imperialistas: la ficción invade la realidad en la misma medida en que la realidad invade la ficción, con lo cual nunca están demasiado claras las fronteras y tienden a existir Tierras de Nadie por las que alegremente transitamos los narradores. Eso desde siempre, desde que el mundo es mundo y los humanos contamos historias. Sin embargo, desde la posmodernidad (o la posposmodernidad) los narradores hemos empezado a hacer lo que siempre se ha hecho pero con alevosía. Descaradamente, sin el menor recato. Ya no hay inocencia en nosotros: sabemos que lo autobiográfico no es sino pura ficción, así que cuando más nos apoyamos en lo supuestamente real, lo biográfico, más tramposos somos. La misma realidad se ha vuelto magnífica en ese sentido. Cristina Fdez. Cubas comentaba recientemente que, al escribir Cosas que ya no existen se propuso por vez primera contar cosas reales, sin ápice de ficción. ¡Y le dieron el premio NH al mejor libro de relatos!

—¿Crees que existe una especie de equilibrio entre lo bueno y lo malo, entre la fortuna y la desgracia? Lo digo porque en varias de las historias juegas con esta idea.

No creo en el equilibrio, sino en la duplicidad. Creo que la naturaleza de las cosas es doble; nada es sólo bueno, nada es sólo malo. Lo malo está en el origen de lo bueno y lo bueno a veces es lo peor. Si es verdad lo que decía Saint Éxupéry de que el hombre se mide contra los obstáculos, si es cierto que nos crecemos ante la adversidad, entonces la adversidad deja de ser sólo adversa para convertirse en otra cosa. Somos maestros alquimistas capaces de transformar las desgracias en venturas y los errores en aciertos; supongo que ahí es donde interviene nuestra voluntad. Y luego está la historia, casi un tópico ya, de aquel tipo cuya vida empezó a rodar pendiente abajo después de ganar la lotería que, en teoría, es lo mejor que puede ocurrirte en esta vida…

—¿Cuál ha sido el método que has seguido para la composición de este libro? ¿Escribiste primero los relatos y luego las circunstancias en que los hallaste o fue una redacción más lineal?

Digamos que primero escogí los relatos y luego, cuando más o menos sabía cuáles eran los cuentos que incluiría, compuse el libro. La fase de composición fue la más atractiva y estimulante para mí; no sólo se trataba de inventar las circunstancias en las que cada cuento había caído en mis manos, sino de estibar el libro decidiendo qué circunstancia/cuento iba primero y cómo se iban hilvanando unas con otras. Me interesaba que los relatos de las circunstancias compusieran de algún modo una micronovela, con un personaje protagonista cuya voz imprime unidad. Y la verdad es que disfruté como una loca. De algún modo creo que con este libro he recuperado el placer de escribir como un juego; por eso resulta tan travieso y desacralizador.

—¿Dirías que este es el libro en el que más retos te has planteado?

Creo honestamente que Media docena es más interesante que El vecino de abajo, por ejemplo. Para empezar, la idea de la que parte es mucho más audaz y original, más ambiciosa también. Es un libro de cuentos con una estructura muy pensada y sólida, muy trabajado globalmente. Y, sobre todo, es un libro que contiene dos libros, pero quiero creer que perfectamente enlazados, pese a que algún lector me haya confesado que leyó primero las apropiaciones, todas seguidas, y luego los cuentos. El gran reto era conseguir que, pese al juego formal, el libro no pecara de formalismo. Creo que cuando hablamos de “literatura experimental”, a menudo hablamos de experimentos fallidos que son un coñazo para el lector. Yo quería jugar con las formas y escribir en cierto modo una locura de libro, pero una locura placentera para el lector.

—Por último, ¿podrías decirnos algunos escritores que son imprescindibles para ti? Esos a los que no dudarías en robarles toda su obra si fuera posible.

Hay tantos… Saki, Wilde, Buzzatti, Nabokov, Kafka, Dorothy Parker, Scott Fitzgerald, Boris Vian, Fante, Maupassant, Camus, Pérec, Calvino, Graham Greene, Rodoreda, Jesús Moncada. ¿Qué libros robaría? Montones: Lolita, para empezar, Nuestro hombre en la Habana y Viajes con mi tía, de Greene, El duelo y Lord Jim, de Conrad, El sabotaje amoroso, de Amélie Nothomb, El extranjero, de Camus, Les fleurs du mal (cómo me habría gustado escribirlo); creo que a veces olvido mencionar a Baudelaire, pero marcó absolutamente mi juventud. Me deslumbró, me subyugó. Sí, quizá si tuviera que elegir robar uno, me quedaría con Les Fleurs du mal.

viernes, 24 de julio de 2009

José Morella: "Europa es el lugar donde menos cosas importantes van a ocurrir en el futuro"

-Tu novela comienza con una suerte de declaración de intenciones en la que afirmas cosas como "Nuestro árbol genealógico está cargado de frutos extraños" o adviertes que todos hacemos cosas por nuestra familia que detestamos. "Dicho esto podemos, tú y yo, lector, empezar a inventar", añades. ¿Homenaje a los libros testimoniales, a las fábulas con moraleja o simple jugueteo literario?


-En la primera página de la novela se alude al lector porque yo creo que la magia de lo literario está más en la lectura que en la escritura. El escritor es un enlace, o un intercesor, como lo llamaría Cortázar. Leyendo he tenido experiencias más reveladoras y profundas que escribiendo. Es el lector el que posa sobre un texto su experiencia de vida y, de ese modo, arma un sentido. El sentido nunca acaba de cerrarse, es como un bicho que no sabe estarse quieto. En realidad, lo que uno hace cuando lee es retocarse a sí mismo. Un buen lector construye un sentido nuevo y, gracias a ello, muda de piel. Es activo, reflexiona y se reinventa. Por eso publicar una novela es un privilegio increíble: hay gente que se mete en librerías, se lleva tu libro y, si hay suerte, consigue usarlo como espejo para mirarse y cambiar. Por supuesto, eso no siempre se da: soy consciente de que la lectura no es una panacea y de que leer no garantiza nada. A veces es simplemente una forma como otra de perder el tiempo, una evasión superficial o una simple pose social. No creo que la gente que lee tenga nada esencialmente mejor que la que no lo hace. Pero hecha esa salvedad, creo que las novelas nos pueden ayudar. Las leemos en momentos distintos de la vida y nos dicen cosas distintas. Pero cosas que ya estaban ahí. El texto hace que resuene dentro de ti algo que en el fondo ya sabías. Una novela como la mía, por ejemplo, que trata conflictos familiares, no la puede leer igual una madre con hijos pequeños que la misma madre con los hijos ya crecidos. O dos personas cuyas infancias fueron distintas. O un europeo y un africano, o un anciano y un joven. No sé qué pensaré de ella yo mismo, por ejemplo, cuando tenga la edad de Roberto, si es que llego. Tal vez la aborrezca, quién sabe.
Por lo que respecta a la familia, no sé si diría (en el libro no lo digo) que todos hacemos cosas que detestamos por culpa de nuestra familia. Lo que digo es que hacemos cosas que no haríamos, que tomamos decisiones distintas a las que tomaríamos. Y eso no es necesariamente malo. Sí creo que la familia, así, a secas, no es un elemento de valor positivo ni negativo. Criticarla o alabarla no tiene ningún sentido. Es como criticar al mar o a la luna. Lo que sí se puede criticar es cierta concepción de la familia en la que los vínculos de poder se establecen mediante una autoridad arbitraria, abusiva, y ahogan la libertad personal. Eso le ocurre a Roberto, el personaje de mi novela, y ocurre cada día en todas partes del mundo.

-El personaje principal, Roberto, es un traductor que ama profundamente su oficio y detesta a los que creen que cualquiera puede vertir un idioma a otro. ¿Esa visión es la tuya?

-De nuevo me suena un poco fuerte lo de detestar... Pero sí, la visión de la traducción que se da en el libro se parece a la mía. Traducir es una labor delicada, que requiere humildad y respeto. No se trata solo de conocer dos lenguas. Traducir es investigar. Si crees que ya sabes lo suficiente antes de empezar, o eres un genio o un inconsciente. Más probablemente lo segundo. Se trata de crear un texto en el que otro autor, que escribió previamente en otra lengua, se siga reconociendo; pero al mismo tiempo ese texto debe no chirriar en el oído de los lectores hablantes de la lengua de llegada. Eso a veces requiere casi un milagro. El texto nuevo, eso que llamamos traducción, nos alcanza y nos oscurece a la vez el otro texto, el que llamamos original. Oswald de Andrade vinculó a Shakespeare con las lenguas tupí-guaraní (casi extintas) con estas palabras: “tupí or not tupí”. Esa frase es un puente finísimo y quebradizo que nos permite transitar la distancia sideral entre el occidente judeocristiano y los indios que ese occidente casi extermina hace cinco siglos. Que los tupí-guaraní vivan o que desaparezcan. La traducción se parece a esa frase. Es un fracaso precioso. A mí me ayuda mucho traducir porque me hace consciente de lo pequeño que soy, de lo poco que sé.

-La novela plantea un conflicto muy profundo entre un padre y su hija. ¿Es la sociedad del bienestar la que mejor hace aflorar lo peor de nosotros mismos?

-Para mí el mundo es uno, no se separa en cajones estancos. Para que unos vivamos en esa llamada sociedad del bienestar han tenido que ocurrir -y siguen ocurriendo sin descanso- fenómenos compensatorios en otros lugares del mundo, ya sean lugares físicos o sociales. Hay que exprimir la naranja para que dé zumo. El conflicto entre Roberto e Isabel, que es un conflicto personal latente desde mucho tiempo antes, solo aflora cuando entra en juego Jacinta, una inmigrante. En el primer mundo se aprovecha la fuerza de trabajo de los inmigrantes jóvenes con horarios maratonianos y sueldos bajos, pero en cuanto se acerca la hora de pagarles la pensión intentamos hacernos los suecos. A la gente le irrita que haya hijos de inmigrantes en nuestras escuelas, y tampoco les gusta verlos en la cola del ambulatorio. De hecho, ahora nuestro Gobierno les subvenciona billetes de vuelta a sus países. Europa siempre hace lo mismo: chupar la pulpa de la fruta y tirar la cáscara al jardín del vecino. A los europeos nos cuesta mucho reconocer responsabilidades colectivas. Por motivos de trabajo conozco a gente joven de muchos países, y tengo la sensación -tal vez equivocada- de que los jóvenes europeos están muy infantilizados. No se dan cuenta de dónde sale su bienestar y viven como si el mundo hubiera empezado cuando nacieron ellos. Asumen que la explotación y el abuso histórico infligido por españoles, portugueses, holandeses, ingleses o belgas por todo el globo no tiene nada que ver con ellos ni con su vida cotidiana en el presente. Como si el bienestar fuera una especie de característica nacional de su país, sin vínculos con una violencia original. A mí me parece que, o cambia mucho esto, o Europa es el lugar donde menos cosas importantes van a ocurrir en el futuro, tanto política como humanamente. Es una especie de decorado gigante de una película de Visconti, donde nos regodeamos en nuestra propia decadencia. Vivimos con menos estrecheces que otros, pero a costa de una espiritualidad reprimida. Somos pobres por dentro.

-La historia avanza sin descanso a lo largo de 168 páginas, sin pausas ni divisiones en capítulos. ¿Por qué elegiste esa opción?

-Diría que me eligió ella a mí. Hubo capítulos en varios borradores de la novela, cuando era más larga y con más personajes. Pero conforme iba adelgazándola y puliéndola me parecía que los capítulos eran cortes bastante arbitrarios. En realidad, dejando aparte el planteamiento inicial, lo que se cuenta es un secuestro que dura cuatro o cinco días. Creo que es una experiencia lo bastante compacta y breve como para prescindir de divisiones, aunque no acabo de estar seguro. Simplemente sé que en un momento dado tuve la impresión de que los encabezados de los capítulos se secaban y se caían, así que ya los borré yo directamente.

jueves, 12 de marzo de 2009

Félix J. Palma: «Me siento con la madurez suficiente para hacer frente a lo que venga»

Su novela es una reivindicación de los altos vuelos que puede alcanzar la novela de género. ¿Algo que añadir a las muchas páginas de la novela?
Supongo que como se suele decir, lo he demostrado con hechos. En mi opinión, las historias de género -¿cuál no lo es?- no tienen por qué excluir los valores de la literatura con mayúsculas. Yo empecé escribiendo cuentos de ciencia ficción, e intenté hacerlo siempre con una prosa de calidad porque independientemente al amor que pueda sentir por el género, también amo la literatura, la musicalidad del lenguaje, la potencialidad de las palabras… En El mapa del tiempo he adaptado mi escritura porque tenía que trabajar con una historia más dinámica que las que generalmente alumbran mis cuentos, pero intentando que pese a ello también tuviera un valor en si mismo, que ofreciera un placer estético.

—¿El homenaje a H. G. Wells está en el origen del texto o hay algo más?
Antes de embarcarme en esta novela, Wells era uno de mis autores de cabecera. Creo que fue un auténtico visionario: con La máquina del tiempo inauguró el subgénero de los viajes temporales y con La guerra de los mundos el de las invasiones extraterrestres… Pero ahora, tras documentarme sobre la vida del escritor, me atrevería a decir que lo conozco como persona. El homenaje, pues, no se limita al origen del texto sino que toda la novela, y su protagonismo en ella, puede considerarse un homenaje a su visión lúdica de la literatura, al menos en el periodo que recoge. Y he de confesarle que Wells ha demostrado ser un personaje realmente atractivo para un escritor, mucho más de lo que en principio esperaba. Me he sentido muy cómodo en su piel.

¿Novela de género o de géneros? Porque hay policíaco, histórico, de ficción científica...
Romántico… Hay quien ha visto también un homenaje a los libros de autoayuda en la escena de Wells y Merrick. Por supuesto, huelga decir que no se trata de algo deliberado por mi parte: sencillamente la historia fue saltando de un género a otro con naturalidad, siguiendo la lógica interna del relato. Ahora me gusta su aire inclasificable, porque las etiquetas siempre restringen, aunque creo que de inscribirse en un género sería en el género de aventuras. En el fondo es un homenaje a todos esos libros que leímos de pequeño y nos hicieron soñar.

Ya sé que se lo han preguntado muchas veces, pero es difícil no insistir. Ha pasado usted de ser un militante del cuento a un novelista de largo aliento. ¿No tiene término medio?
Jajaja… Si por término medio se refiere a una novela corta, la verdad es que aún no he probado esa distancia. Tengo dos novelas anteriores, sin embargo, aunque no pesan tanto como El mapa del tiempo, por lo que me atrevería a decir que las 622 páginas de ésta última no deberían resultar tan extrañas, sobre todo teniendo en cuenta que no podría haber contado en menos páginas la historia que recoge. Una de las cosas que más me satisfacen es que, pese al elevado número de páginas, no sobra ninguna, al menos eso creo. Algunos lectores incluso me han dicho que desearían más páginas, que les gustaría que la novela no acabara nunca.
De todos modos, pese a mi amor por el cuento, no me considero un cuentista militante. Siempre he dicho que soy un cuentista más casual que vocacional. Creo que soy ante todo un narrador, y cada historia, obviamente, exige su espacio. Cuando empecé a trazar el argumento de El mapa del tiempo comprendí que sería una novela extensa, más que cualquiera que hubiese escrito hasta entonces, pero eso no me amedrentó y ahora que ha cobrado existencia física, que se puede tocar y ver en los escaparates, le confesaré que yo mismo me sorprendo de sus dimensiones. Y la verdad es que su escritura me ha hecho perderle el miedo no sólo a las largas distancias, sino a muchas otras cosas, como a manejar personajes reales o a documentarme sobre épocas del pasado, por ejemplo.

Es evidente que piensa usted en el lector cuando escribe, que le tiene en cuenta. Desde ese punto de vista, no debería sorprenderle el éxito de su novela. Digamos que está hecha para eso. ¿Le sorprende?
Vayamos por partes. Es cierto que siempre que escribo algo tengo presente al lector. Creo que todo arte es fundamentalmente un diálogo con un receptor, un acto de comunicación. No soy de esos escritores que escriben para sí mismos las cosas que les gustan, no, todo lo contrario: intento transmitirle al lector la misma pasión que yo siento por los asuntos sobre los que escribo. Al poco de ser editado, El mapa del tiempo fue saludado como un best seller, cosa que me sorprendió, porque si mi intención hubiese sido escribir un best seller hubiese introducido intrigas vaticanas, cuadros malditos y sectas satánicas, aunque fuesen de enfermos del riñón, pero yo he escrito una historia sustentada sobre los viajes temporales, una temática propia de la ciencia ficción, que es un género que en nuestro país, desgraciadamente, no cuenta con demasiados lectores. Y con esto respondo a su segunda pregunta: sí que me sorprende el éxito que está teniendo mi novela, o mejor dicho, me sorprende haber logrado despertar el interés del público con una propuesta tan poco convencional, por decirlo de algún modo.

La semana pasada se conocía la noticia de la venta de la novela a Simon & Shuster, una de las más prestigiosas editoriales de los Estados Unidos. Y también se ha vendido ya a Nueva Zelanda, Italia, Brasil, Portugal y Noruega, y suma y sigue... En la nota de prensa se hablaba de una revelación literaria a la altura de La sombra del viento. ¿Le tiene miedo a lo que pueda pasar o se siente preparado para hacerle frente?
Le confieso que algo de miedo tengo, pero también me siento con la madurez suficiente –¡acabo de cumplir los cuarenta!- para hacer frente a lo que venga, y sobre todo con la tranquilidad de espíritu adecuada para disfrutarlo.
* Entrevista de Care Santos

martes, 24 de febrero de 2009

Care Santos: «Experimento al vivir un placer sin límites y tendré al morir una satisfacción sin límites»


—Tu obra suele articularse a partir de mecanismos de ficción y temas reales o de actualidad, pero en ningún caso la situaría en terrenos afines al Nuevo Periodismo, tampoco la considero híbrida (tal y como se entiende el término hoy en día, aunque toda literatura tiene su punto mestizo).
—Me interesa la realidad como punto de partida, no como fin en sí misma. Tiene que ver —supongo— con las razones que me llevan a escribir. Retener la realidad es una de ellas. Aunque no basta con eso. Si yo conociera de primera mano un crimen como el que narra Truman Capote en A sangre fría, contaría la historia del vecino que lo vio todo pero calló porque esa misma noche se la pegaba a su mujer con otra. Más que la realidad, me interesan sus intersticios, la grieta por donde todo se resquebraja. Y con respecto a las hibridaciones: hace tiempo que quiero escribir novelas que combinen géneros supuestamente populares y otras cosas. La novela de terror, el thriller de médicos, el realismo social, la novela sentimental e incluso la novela negra están en Hacia la luz.

—La voz siempre tiene un peso importante en tus proyectos. Muchas de tus novelas son monólogos entrecruzados o coros.
—La focalización narrativa me obsesiona. Llevo años obsesionada con la omnipresencia del yo en la narrativa actual, y creo haber encontrado una explicación que tiene que ver con la subjetividad como último reducto de la literatura en su enfrentamiento con el mundo audiovisual. Desde luego, la voz es la gran decisión de un novelista. No logras dormir tranquila hasta que consigues saber quién narra y por qué motivo. Siempre que puedo, recurro a la multiplicidad de voces. Es una dificultad que me divierte y que aporta a la historia una riqueza que la equipara con la propia vida. Al fin y al cabo, a todos nos gusta conocer distintas versiones de los mismos hechos.

—Has trabajado en la radio y tienes un libro (Solos) de aliento teatral.
—El teatro me interesa desde hace muchos años. Casi me convierto en directora. Estudié arte dramático, milité en grupos de aficionados e incluso llegué a cantar en una versión de La verbena de la paloma. Pero al final lo dejé y me he conformado con escribir sobre teatro en diferentes periódicos. Y he leído muchas, muchísimas obras.

—Da la sensación de que a veces tus intereses parten de la recuperación de testimonios (como en Los ojos del lobo, sobre el asesinato de Sonia Carabantes) o de su recreación (como en Trigal con cuervos, sobre el genocidio armenio).
—Retener la realidad es una de las razones por las que comencé a escribir. De pequeña escribía de forma obsesiva sobre las cosas que me rodeaban: los asistentes a una fiesta, los pueblos que dejaba atrás en un viaje por carretera… Anotar sus nombres en un cuaderno los libraba del olvido, de algún modo los redimía de algo… Sigo escribiendo obsesivamente cuando viajo. Lo anoto todo, todo. Sospecho que también en mis novelas trato de retener una realidad formada a partes iguales de sucesos y de las emociones que esos sucesos despiertan en mí. El asesinato de Sonia Carabantes, por ejemplo, llamó mi atención en un momento muy concreto de mi vida, después de haber dado a luz a una niña. Sentí la necesidad de escribir sobre la desesperación que provoca perder a una hija. Casi todas mis novelas tienen puntos de partida semejantes: suceso y emoción.

—Para evitar los convencionalismos de la realidad (nuestra opinión sobre las cosas), en Hacia la luz utilizas la fantasía (la descripción de aquello que no podemos ver o entender con claridad) aunque sin dejarte llevar por tentaciones kitsch (caprichosos paisajes del Cielo o del Infierno).
—Antes hablábamos de las grietas por donde la realidad se resquebraja. Lo sobrenatural es una de ellas. No sólo porque nuestros temores hablan de nosotros mejor que cualquier otra cosa, también porque forman parte de una especie de imaginario universal que todos compartimos: el miedo a la muerte, a lo que regresa del Más Allá, a traspasar cierto umbral desconocido, a la muerte como concepto abstracto, a la verdad demasiado desnuda… Son asuntos sobre los que —en mi opinión— vale la pena escribir. El problema es que se ha escrito mucho, y el lugar común (o kitsch) está demasiado presente. Hay que armarse de valor para permitir que algún fantasma se cuele en tu trama. Pero si lo hace con la misma naturalidad con que a veces lo terrorífico irrumpe en nuestras vidas, puede resultar muy estimulante.

—Los personajes principales de la novela parecen muertos en vida (por su pasado, por su inamovible posicionamiento ante las cosas o por su resignación).
— Un amigo me dijo una vez que mis personajes no piensan. Fue un comentario al que di muchas vueltas. Durante un tiempo traté de ponerle remedio. Pero van pasando los años, y mis personajes siguen sin pensar. Obran de forma impulsiva, llevados por sus vísceras. Creo que todos ellos han heredado lo peor de mí misma. En Hacia la luz, los únicos resignados son los moribundos, porque no les queda otro remedio. A los protagonistas yo los veo como auténticas locomotoras: se dejan guiar por sus intereses sin detenerse ante nada ni nadie.

—Al final, la novela invita a pensar que relacionarnos con la muerte nos proporciona una experiencia que a menudo queremos dejar de lado (por miedo, ignorancia o dejadez) como si no nos incumbiese.
—La ficción siempre invita a la toma de posiciones. El asunto de esta novela sé que espantará a ciertos lectores. Del mismo modo, me gustaría que permitiera, a quienes lleguen al final, ver las cosas de un modo menos dramático. Morir no es terrible si se ha disfrutado de la vida. Para disfrutar de la vida creo que no viene mal saber que la muerte acecha. Y para ello es imprescindible poder hablar sobre la muerte con naturalidad, sin esconder nada, sin recurrir a eufemismos, sopesando qué clase de muerte deseamos para nosotros y para aquellos a quienes amamos. Mientras me documentaba para la escritura, me refirieron el caso de un matrimonio que durante cincuenta años de convivencia jamás se habían atrevido a hablar del tipo de muerte que desearían. En aquel momento, el marido se hallaba conectado a un respirador artificial y la mujer no sabía lo que él habría deseado que hiciera ella en un caso así. Me pareció algo terrible. No vendría mal vivir pensando que moriremos. Ni morir pensando en lo que hemos vivido. De algún modo, es lo que dijo Maurice Blanchot: «Experimento al vivir un placer sin límites y tendré al morir una satisfacción sin límites».

viernes, 13 de febrero de 2009

Manuel Vilas: “El humor es la sangre de la inteligencia”

Si bien es cierto que Manuel Vilas había despertado con su narrativa muchísimo interés por parte de la crítica más arriesgada, es con España donde ya entendemos que hay un salto significativo. La mirada atenta de críticos como Vicente Luis Mora, la inclusión en antologías como Golpes, ficciones de la crueldad social (DVD, 2005) coordinada por Vicente Muñoz Álvarez y Eloy Fernández Porta y Mutantes: Narrativa española de última generación (Berenice, 2007) de Juan Francisco Ferré fueron pasos importantísimos para el conocimiento de muchos de lo que proponía Vilas y muchos otros autores, acerca de una narrativa que escapaba de las etiquetas más comerciales. Sobre esto, España y otras cosas, Manuel Vilas nos comenta.

—Cuéntanos cómo te preparas para escribir un poema, relato o novela. Cómo te inspiras previamente.
—No soy un profesional. No escribo durante mucho rato seguido. Necesito música para escribir. Y no cualquier música. Más o menos esta música: The Velvet Underground, Johnny Cash, The Who, Patti Smith, Lou Reed, Simon y Garfunkel, John Cale, Elvis Presley y Joy Division. A veces incluso Dylan.

España es una novela que en cierta medida plantea la crisis de la novela en términos estructurales ¿Cómo fue ese proceso de postura narrativa?
—El mundo está fragmentado. La historia de mi vida no tiene unidad ni de acción ni de espacio ni de tiempo. El caos está muy bien. Me gusta el caos. Me ilusiona el caos. El orden es una ilusión política que el siglo XIX incorporó a la novela. Luego Kafka y Joyce ridiculizaron ese orden de la novela del XIX, y ahora a ver qué hacemos. Eso, a ver qué coño hacemos ahora.

—Las identidades se disuelven y los personajes abundan en Psicologías que constantemente nos interrogan sobre la situación del sujeto en Occidente ¿Cómo vislumbras el futuro de este sujeto?
—La identidad también es una ilusión política. Lo que tenemos son deseos y ganas de cumplir esos deseos a cualquier precio. Ya lo dijo Nietzsche, que era un destructor de las ilusiones políticas modernas. El problema es la alternativa a esas ilusiones.

—¿Cuál es tu opinión acerca de lo que se suele entender por escritura Política?
—En realidad yo he llegado a la escritura política a través de la parasicología y de un deseo salvaje de ser libre. Soy un poco medium: oigo a los muertos decirme que los engañaron. ¿Quién los engañó? Les digo que vean el programa de Iker Jiménez. Todo está en la tele. He visto cuarenta veces El Resplandor de Kubrick.

—Jordi Carrión en una entrevista te preguntaba por la vinculación de España con obras del presente histórico del panorama español. Ahora quisiera extender esa pregunta a la vinculación de España con obras del presente histórico de la narrativa en general.
—Tendríamos que hablar de Ballard, entonces, y de David Foster Wallace. Me gusta mucho el dossier que el número de enero de la revista “Quimera” le ha dedicado a Foster Wallace. Por otro lado, la obra de Fernández Mallo ha abierto el camino de la renovación de la narrativa española.

—Algunos de los personajes de España, como el científico de Universos Paralelos, el Víctor Manuel de La Muerte de Patti Smith el Filósofo de María o el curioso orador de Fidel, último discurso, son personajes que llegan al límite producto de la inmensidad de sus deseos para luego caer abandonados en el absurdo. ¿En que medida el humor es trascendental para tu escritura y que tipo de lecciones tecnológicas crees que podemos tomar de las situaciones absurdas?
—El humor es la sangre de la inteligencia. El humor es una batería que acaba desgarrándonos los oídos.

—Ahora hablando de poesía, durante un tiempo cercano en Zaragoza están apareciendo interesantes voces poéticas. ¿Podrías dar tu visión del actual panorama poético aragonés?
—Zaragoza está llena de poetas. He hecho dos antologías con las voces poéticas más significativas de la actualidad. Remito a esas antologías, allí salen todos los nombres, o casi todos, alguno me habré dejado, obviamente. La novedad es que ahora hay escritores latinoamericanos en Zaragoza, eso es nuevo y tremendamente fértil.

—Para finalizar, en Diciembre de 2009 estuviste en Chile en el encuentro internacional Chilepoesía. ¿Cómo viviste ese encuentro y que pudiste apreciar de la poesía latinoamericana?
—Latinoamérica es poesía en estado de explosión política. Va a haber un ciclón. Me gustan los ciclones. Ciclones humanos, quise decir. Me gusta Neruda. Mi poesía es una mezcla de Neruda con Joy Division. Está bien esa mezcla. Me gustó mucho la casa de Neruda en Isla Negra. En la casa se conservan los zapatos de Neruda. Estuve mirándolos un buen rato. Me entraron ganas de ponérmelos. Latinoamérica es el futuro.