sábado, 26 de enero de 2013

Isabel Cienfuegos: “No sé si el ser humano está más conformado por células o por historias”

Isabel Cienfuegos (Madrid, 1954) es neumóloga y escritora, profesiones ambas que en su caso se complementan para aportarle una visión particular de la vida que se plasma en su escritura. Escribe desde los trece años y siempre ha sido una lectora voraz. Alumna desde hace bastante tiempo de los Talleres de Escritura Creativa de Clara Obligado, ha publicado varios cuentos en antologías y revistas. Mañana los amores serán rocas es su primer libro en solitario. En esta entrevista nos habla de sus referentes literarios, de su amor por la literatura y de las emociones que despertó en ella el tener entre las manos su primer libro.

Entrevista de María Dolores García Pastor.

Lleva muchos años escribiendo y ha publicado algunos de sus relatos en revistas y antologías conjuntas, ¿qué se siente al tener en las manos su primer libro en solitario?

—Ver el libro editado me emocionó muchísimo. Conocía la portada en imagen, había visto el texto en PDF, pero el “objeto libro” es algo más: un tacto, un peso, el grosor de las páginas, el tamaño, los colores de la imagen, el tipo de las letras, hasta el olor. Todo me sorprendió agradablemente, a pesar de conocer el cuidado y la calidad con la que edita Cuadernos del Vigía. Por otro lado tuve una sensación de extrañeza, de desconocimiento, como si no fuese mío, como si me regalasen un libro ajeno. Al parecer es algo que sienten muchos autores, y quizá tenga que ver con que los textos publicados, de alguna forma, se independizan del autor. Y también lo he vivido como la confirmación de un compromiso con la escritura, una especie de salvoconducto para dedicarme a ello de una manera más intensa.

Contaba en la presentación de Mañana los amores serán rocas que desde siempre ha mantenido una relación muy especial con la literatura como lectora pero, ¿cuándo empezó a escribir?

—Empecé a escribir de una forma habitual hacia los doce o trece años. Cuentos, poemas, notas personales, y también pequeñas obras que representaba para mis hermanas en un teatro de títeres que era uno de mis juguetes preferidos. Desde entonces he escrito de forma habitual, aunque mi compromiso con la literatura aumentó desde que entré en contacto con Clara Obligado y su taller y con la publicación de mis primeros cuentos en antologías y revistas.
¿Qué es para usted la escritura?

—Para mí la literatura es el territorio del placer. El placer de entrar en historias distintas de la propia, de conocer el mundo y lo que somos, de comunicarnos con otros más allá del tiempo, el espacio o las barreras culturales, manteniendo una conversación personal, íntima muchas veces. También el placer del sonido y el ritmo de las palabras, de la construcción del texto, del tejido de significados. Incluso el objeto libro, como ya he dicho, es fuente de placer. Leer me permite acceder a estos placeres que otros han preparado para mí. Escribir es, además, el placer de encontrar la historia y la manera en que va a ser contada. Y publicar, el placer de poder participar un poco más en esta conversación que es la literatura.
Es usted escritora pero también es médico, como dice uno de sus personajes “no está reñido lo literario con la ciencia”. Pero, ¿qué cree que aporta, en su caso, la medicina a la literatura y viceversa?

—Mi vocación por la medicina nace, lo mismo que la vocación literaria, de la extrañeza, de la necesidad de explicar lo que somos, lo que nos ocurre a los seres humanos. Para mí estas dos vocaciones no solo no han sido antagónicas, salvo por el hecho de que exigen las dos mucho tiempo, sino que se complementan de una manera que me es difícil explicar. Me produce un intenso placer ver la parte metafórica y narrativa de las explicaciones científicas. Y, después de muchos años de ejercicio de la medicina, no sé si el ser humano está más conformado por células o por historias.
 
¿Qué va a encontrar el lector en Mañana los amores serán rocas?

—Mañana los amores serán rocas es un libro de cuentos. Cuentos que tratan del amor y de las trasformaciones del amor. Se habla de diferentes tipos de amor. Amor maternal, erótico, amor a la manada, a la ciencia, amor que quiere trasformar a otro o amor de amigo. El libro tiene una secuencia temporal. El orden de los cuentos va desde la infancia hasta las edades maduras que contemplan el final de la vida. El único relato que no sigue la secuencia temporal ascendente es el primero, que cuenta la historia de una persona joven, narrada en presente y que trascurre en la época actual. Éste es un relato del ahora, pero con un guiño temporal hacia atrás, a Tiempo de silencio, de Martín Santos que dialogaba a su vez con El árbol de Ciencia de Baroja, ambos médicos, por cierto.
Se mueve usted muy bien en las distancias cortas, relato y microrelato, ¿qué tiene la ficción breve que le gusta tanto?

—Cada historia pide su forma. Pero es cierto que la ficción breve tiene algo especial. Cuenta con que cada frase y a veces cada palabra le trae al lector otras historias y más de un significado, lo que permite narrar con muy poco texto. Así que hay que elegir muy bien. Es como un puzzle endiablado en el que entran también, y a veces sobre todo, los silencios. Al hacerlo se tiene que mirar con mucha atención cada palabra/pieza antes de colocarlas. Se piensa mucho en ellas, se las acaba conociendo mejor y cogiendo más cariño si cabe. Y cuando se encuentra el lugar en el que multiplican su capacidad de contar, hay un placer muy especial. Tanto, que es un poco adictivo, puede convertirse en una obsesión, como dicen que les ha pasado a un grupo de escritoras actuales que se autodenominan “microlocas”
 
¿Ha pensado alguna vez embarcarse en una novela?

—De momento sigo escribiendo relatos, aunque la extensión de cada uno de ellos es diferente según lo que se quiere contar. No descarto que alguna vez esto requiera un formato más largo.
¿Por qué eligió como título ese verso de Lorca?

—El título forma parte de un verso de Lorca del poema Oda a Walt Withman, insertado en una estrofa que cito: Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo / por vena de coral o celeste desnudo. / Mañana los amores serán rocas y el Tiempo / una brisa que viene dormida por las ramas. Esta estrofa, de una belleza sobrecogedora, y que me ha acompañado a lo largo de mucho tiempo, se me impuso mientras estaba finalizando el libro, como si hablara de él en su conjunto y lo resumiera con la inigualable capacidad de nombrar que tienen los buenos poetas. Y el núcleo, de lo que hablaban los cuentos, estaba ya dicho en esas palabras que he tomado prestadas para el título y que son también un homenaje, y la expresión de cómo la literatura es una conversación interminable.

Se nota en su escritura que es una gran lectora, ¿nos podría decir cuales han sido sus autores de referencia, aquellos que cree que han marcado su obra?

—Creo que todo lo que se lee marca de una forma u otra. Levis Carroll y su Alicia y el Robinson de Defoe me sedujeron muy pronto metiéndome en el otro lado del espejo y, con Kipling, llenaron mi infancia de historias. Cervantes, Quevedo, Baroja y Valle-Inclán me llegaron en el colegio junto a Tolstoi, Flaubert, Turguénev y Chéjov que se ha quedado lo más a mano posible. A Martín Santos también lo leí por primera vez entonces y lo he releído con asombro más tarde. Proust me deslumbró desde la primera juventud y le he frecuentado toda la vida. Luego vinieron las Brontë y Poe, Rulfo, Arlt, Cortázar, Borges, Virginia Woolf, Colette, Nabokov, Henry Miller, Mercè Rodoreda, les Marguerites (Duras y Yourcenar), Calvino… Y desde luego Cervantes; en el Quijote está casi todo y no se puede encontrar a la primera, hay que volver de vez en cuando. Pero también les debo muchísimo disfrute a Irene Nemirovsky y Natalia Ginzburg, Capote, Carver, Bowles, Kavafis, que es un poeta muy narrativo, Flannery O'Connor, Sylvia Plath, Carson McCullers, Dorothy Parker, Clarice Lispector… Siempre he sido muy ecléctica. Últimamente estoy fascinada por Coetzee, Alice Munro y Bolaño. Y desde luego seguro que también me han influido Clara Obligado y algunas compañeras del taller como Carmen Peire y Carola Aikin con quienes tengo mucha complicidad, y escritores actuales que admiro como Andrés Ibáñez, Julián Marías, Monzó, Neuman, Merino, Tizón, Ana Mª Shua, Brasca, Muñoz Rengel, Paul Viejo, Jesús Ortega y Óscar Esquivias… Y seguro que me dejo alguno que recordaré luego. Todos ellos me han proporcionado muy buenos ratos y muchísima envidia sana, de la que vale para tomar nota y aprender.

Cuando una acaba de leer su libro se queda con ganas de más, ¿tiene algún nuevo proyecto en vistas?

—Sí, de momento sigo escribiendo relatos. Y creo que se están reuniendo. Igual tienen intenciones comunes, y se juntan, y forman otro libro. No me extrañaría nada.

jueves, 10 de enero de 2013

José Vicente Pascual: "Toda esa tramoya no me interesa en absoluto"

José Vicente Pascual (Madrid, 1956), novelista con más de tres décadas en activo, luce en su historial premios como el Azorín, el café Gijón, o el Alfonso XIII, habiendo sido también finalista del Nacional de Narrativa. Entre sus títulos a destacar, La montaña de Taishán (1989), Palermo del cuchillo (1995), Juan Latino (1998), El país de Abel (2002), Homero y los reinos del mar (2009) y Los fantasmas del Retiro (2011).

¿Qué razones históricas, literarias o de índole personal te han llevado a prescindir en tu novela de la Alhambra y preferir esta Granada que depende de Sierra Nevada?
—En La hermandad de la nieve intento contar y explicar el difícil, apasionante siglo XVI en el antiguo reino de Granada, una ciudad y un territorio que en la práctica no conocieron la edad media cristiana y que pasaron directamente del Islam como única visión del mundo al catolicismo de la época, con sus luces renacentistas y sus sombras integristas. Aquel “experimento” de convivencia entre cristianos y musulmanes acabó con una espantosa guerra civil (1568) en la que volvió a discutirse la hegemonía de poderes en el Mediterráneo, y con la posterior expulsión de los moriscos (1609). Para el desarrollo del argumento y la acción sobran estereotipos y lugares comunes. El mito del paraíso perdido nazarí es eso mismo: un mito que puede dar de sí para cierta literatura encandilada por el exotismo, pero de nada servía para mi novela. Los cuentos de la Alhambra de Irving son una delicada obra literaria, desde luego; pero son cuentos. Los casi 120 años de convivencia entre el Islam y la civilización cristiana en Granada no son ningún cuento sino una realidad histórica que merece ser tratada como tal, por lo que significó y por lo que podemos aprender de la experiencia.

Tus protagonistas son gente del común, pertenecientes a un gremio donde sus miembros se protegen solidariamente y en el que trabajan en condiciones muy duras, donde tiene también gran importancia la familia, por eso tu novela, además de entretener, ¿pretende defender ciertos valores?
—La novela está protagonizada por una saga familiar de neveros, gente que se ganaba la vida transportando nieve y hielo desde Sierra Nevada a la ciudad. El suyo era un trabajo duro que requería determinación, voluntad de ser y de permanecer. He querido ofrecer una visión de aquella época desde la perspectiva de la gente del común, los que vivían por sus manos, por dos motivos. Primero, porque aquellos conflictos políticos e ideológicos eran expresión, en última instancia y como siempre, de la lucha de clases: los ricos empeñados en serlo más todavía y los pobres en sobrevivir. Y segundo: porque la historia entendida como un asunto de intrigas palatinas, vibrantes hechos de armas, apasionados romances entre aventureros y princesas y toda esa tramoya no me interesa en absoluto. Me importa interrogarme por qué las familias nazaríes más pudientes se convirtieron al catolicismo con toda pompa en 1492; por qué siguieron siendo dueños de Granada y estaban encantados por haber cambiado de fe y conservado la bolsa. Las peripecias de los reyes que lloran por el Edén perdido y las sultanas de ojos cautivadores que estragan el corazón de rudos caballeros cristianos quedan bien para novelas de marujeo, pero un servidor, en su modestia, carece del mínimo talento para escribir esa clase de literatura.

Más de treinta años en la dura y desconocida profesión de escritor, ¿cómo se sobrevive?, ¿por qué y para qué se escribe?
  
—Desde que el panorama literario se convirtió en mercado editorial, dejó de tener interés para mí. No tengo ni idea de dónde estamos ni adónde vamos. No me preocupan las penalidades de las pequeñas editoriales ni los tejemanejes de los grandes grupos de comunicación. Llevo mucho tiempo en esto y tengo ya demasiado visto  como para asombrarme de nada. No sé si el futuro del libro está en el formato digital, en el papel o en ningún sitio. Yo sigo escribiendo porque es lo único que sé hacer medio decentemente y porque la literatura es mi vida. Con esas razones me basta. No me sobra porque no carezco de ambición; pero me basta. Este es un oficio solitario por naturaleza, de modo que, como dice el dicho: que cada cual se las arregle como pueda. Siento parecerle antipático pero es que soy granadino. No lo puedo evitar, oiga; ni habiendo nacido en Madrid y viviendo en La Coruña puedo evitarlo.
Respecto a los premios literarios y las grandes promociones editoriales, sólo tengo una prevención: que no se dé gato por liebre; que no se intente engañar a los lectores y se haga pasar la purpurina publicitaria por novelas de grandioso mérito. Aunque al final esas imposturas (casi todas), caen por la fuerza de la gravedad, o sea: por su propio peso y el razonable criterio de los lectores. Le pongo un ejemplo: que un autor especializado en best-sellers de misterio (casi todos inspirados en una película de Alan Parker) venda más libros que García Márquez, me parece estupendo. Pero que no nos vengan con la ocurrencia de que ese autor es como García Márquez. ¡Y de paso como Borges y Eco, nada menos! La publicidad está bien, se venden libros y todo el mundo queda contento. Pero bobadas las justas, por favor.

¿Qué puede contarnos de su próximo libro, seguirá trabajando en otra novela histórica?
—Quiero concluir una saga de historia-ficción donde se integren los elementos legendarios premedievales (con perdón por el terminajo), propios de las culturas germanas y célticas que dominaron el norte de la península ibérica desde finales del siglo IV: el reino suevo de Gallaecia, el reino godo de Tolosa (Aquitania, con influencia preponderante en el norte peninsular), los asentamientos de tribus y estirpes nómadas como vándalos y alanos... Toda esa vertiente histórica no se ha explorado nunca como venero literario en la narrativa española, yo creo que debido a la rápida implantación del cristianismo en la Hispania romana. Pasamos de los autores clásicos hispanorromanos a Los milagros de Nuestra Señora, de Berceo. Sin embargo, pervive un legado sin escrutar de las culturas céltica y noreuropea que merece nuestra atención. Y en ello estoy. De momento llevo escritas un montón de páginas. A ver qué sale...