viernes, 4 de noviembre de 2011

Jesús Marchamalo: «Las bibliotecas ordenadas son la excepción»

Texto y fotos de Care Santos

Cuando le pregunto a Jesús Marchamalo si encontró reticencias en alguno de los veinte autores cuyas bibliotecas inspeccionó para escribir Donde se guardan los libros, es tajante: «No más de la que estás encontrando tú». Cuando, apenas un par de días antes, hablé con él para fijar la hora de la visita y la entrevista, repuso, risueño: «Tengo dos bibliotecas, pero prometo no ordenar ninguna de las dos».

Comenzamos por la de su casa. En el salón, todo tiene un aire libresco, incluso lo que en apariencia no guarda relación con los libros. Los cuadros de las paredes son originales de viejas cubiertas —incluso de novelas rosa— y hay retratos de escritores acechando en todas partes. Kafka y Pessoa, omnipresentes.

También hay colecciones: de cajitas de hojalata, de sombreros, de gorras militares, de soldaditos de plomo. Le pregunto cómo se las apañan para vivir cuatro personas (sus dos hijos tienen 17 y 9 años), tantos libros y todos esos objetos en una casa de poco más de cien metros cuadrados y Jesús Marchamalo afirma, con aplastante naturalidad:  «Siendo tranquilos con las convivencias».
En un amplio rincón, con vistas a la exuberante vegetación de un patio vecinal del barrio madrileño de Salamanca, apostado frente a unos anaqueles azules que algo tienen de infancia perdida o de hora de estudio de marino retirado, un ordenador portátil, algunos diccionarios —«¡me encantan los diccionarios!», se entusiasma— ciertas necesidades inexplicables del alma, de esas que todos tenemos: dos retratos de Robert Walser, por ejemplo, con paraguas y abrigo, paseando, como él quiere verle, o dos pedazos del empedrado de Lisboa, tan idénticos y singulares que parecen hechos a medida,. También está ahí, muy a mano, el retrato que el año pasado le hizo Pablo Gallo y que le gusta, confiesa «porque en él tengo más pelo y menos años». Siempre hay un hueco para la coquetería.

Ésta es una biblioteca de adulto. Sus libros de niño —Enid Blyton, las colecciones Libro Amigo Historias Selección, ambas de Bruguera— quedaron olvidadas en casa de su madre. Lo más antiguo que hay aquí, me explica, es un ejemplar de Cien años de soledad que recuerda haber leído a los 19 años. ¿Dónde está? «En la G», asegura él, aunque pronto compruebo que el orden alfabético de Jesús Marchamalo es un poco excéntrico: Aub ocupa el extremo superior izquierdo de la librería, seguido más o menos de los esperables. Tras la G irrumpe, sin embargo, Mendoza, de quien me enseña una primera edición, con un aire bastante kitsh, de El misterio de la cripta embrujada. También hay más de lo que se ve, porque tras las hileras se agazapan otros volúmenes, aunque dispuestos en perpendicular, con la contracubierta contra la pared. Qué cosas. Más allá, libros de Editorial Planeta de los años 90, ordenados por editorial porque «quedan muy bonitos todos juntos» dice. También los de Siruela siguen este criterio, y los de Anagrama —Vila-Matas, Martínez de Pisón, Marías (antes de su emigración a Alfaguara, claro. La verdad es que ahora no sé qué hace con él) Kennedy Toole...— y muy cerca, algunos soldados de plomo, un fúnebre coche negro de juguete y un ejemplar de cada uno de propios libros, aquellos que, además de tener, ha escrito.

En las alturas, poco accesibles, algunas biografías de los escritores, como si de sus vidas fuera mejor despreocuparse. Bajo la mesa, junto al sillón de leer, los de lingüística. En un anaquel a trasmano, algunos clásicos de Editorial Gredos, en tapa dura y con su envoltorio de plástico sin abrir —Cuentos de Wilde, El especialista, de Diderot...—: «un regalo», cuenta. Y en el suelo, perfectamente alineados y apoyados contra la pared, los que esperan una lectura inmediata. «Todo esto es para entorpecer la tarea de los inspectores», bromea, mientras va de un lado a otro del mapa libresco, mostrándome más de lo que puedo anotar o asimilar. Parece feliz. Los libros son criaturas de las que se puede presumir. sin que nos den discgustos. Aunque a veces también tienen sus rarezas. Le pregunto por qué Ébano, de Kapuscinsky está en mitad del pasillo junto a algunas viejas cintas de VHS, se encoge de hombros y responde: «Hay ciertos libros que, no sabes por qué, acaban en algún lugar y luego no hay modo de moverlos de allí».

Jesús Marchamalo insiste en que la suya es una biblioteca «de lector «No tengo libros caros, ni estoy dispuesto a gastarme fortunas en un libro»:». Sin embargo, a medida que la conversación avanza, reconoce que tiene libros «de leer» junto a libros «de tener». Estos últimos están distinguidos de los demás por un delicado forro protector de papel traslúcido. ¿Para conservarlos? No. «Para distinguirlos. Mis hijos saben que los libros con forro de papel son los que deben conservar cuando me muera porque valen algo».
Así, poco a poco, van aflorando maravillas: una traducición de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí firmada por el mismísimo Tagore; una primera edición de Neruda con la dedicatoria —en tinta verde— del autor chileno; un ejemplar de Olivo del camino firmado por Antonio Machado sólo com el apellido discretamente rubricado; otro ejemplar firmado por Onetti; las tres primeras ediciones de Cántico, de Jorge Guillén, la primera de ellas dedicada; la primera edición de Paradiso, de Lezama Lima; otra primera de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía de Oliverio Girondo... y así podríamos continuar.  Y tras cada libro, su historia: «La primera de Cántico se la pedí a Abelardo Linares como anticipo por Las bibliotecas perdidas. Y la segunda, en concepto de derechos. Le dije: 'Ahora no podemos cometer la ordinariez de que me pagues, ¿no crees?». La firma de Machado, en cambio, fue en pago del pregón inaugural del Salón del Libro  Antiguo de 2009. Alguien le dijo lo que sueña todo coleccionista de libros —se le iluminan los ojos al recordarlo—: «Llévate lo que quieras».
También hay libros jóvenes con su propia anécdota, como El Club Dumas, de Pérez Reverte, en primera edición de Alfaguara de 1994:  «Cuando le pedí a Pérez Reverte que me lo dedicara, me lo quiso comprar, porque esta edición ahora vale una pasta. Por supuesto, no se lo vendí».
Algo parecido ocurre cuando, ya en su despacho —la segunda biblioteca, diría que más poblada que la primera y también más caótica, más por hacer— me enseña el anaquel donde conserva los libros dedicados. «Sólo dos veces en mi vida he ejercido de fan de un escritor. Con Kapuscinsky, a quien le mandé un ejemplar para que me lo dedicara, y lo hizo. Y con Amin Maalouf, a quien perseguí por la calle. Le asusté, claro, debió de pensar que era un loco».

Como buen ser obsesionado (lo dijo Luis Mateo Díez, yo sólo le parafraseo) Marchamalo tiene sus excentricidades. No hay límite a la entrada de libros en su biblioteca, pero los nuevos tienen que aguardar su turno apilados junto a las paredes, hasta que ocupan su lugar, como si el orden fuera un derecho que sólo se adquiere con el tiempo. Subraya, pero poco y a lápiz, y sólo los libros de trabajo. Los marca todos con su propio exlibris, que es diferente cada año y que cada doce meses encarga a un artista distinto. Estos días anda ya está pensando a quién le encargará el próximo, con el que habrá de marcar las adquisiciones del 2012.
También hay cuarto de atrás. En el de su despacho duermen las docenas de biografías de autores que utilizó para sus 44 escritores de la literatura universal (Siruela, 2009). «En todas las bibliotecas, por ordenadas que estén, hay un rincón para el desorden: una pila, una pirámide, un montón de libros», explica, y no parece una justificación.Visto así, sus pilas en la rebotica no son nada.
Le pregunto, de todos los autores que ha entrevistado, cuál es el más desordenado. Elegante, preferiría no contestar. «Las bibliotecas ordenadas son la excepción», observa, amablemente esquivo. Pruebo a cambiar la formulación de la pregunta, a ver si no se da cuenta. ¿Y el más ordenado? No duda: «Vargas Llosa», pero enseguida añade: «Aunque no tiene mérito, porque tiene quien le ordena los libros». ¿Y alguien que necesite urgentemente a los bibliotecarios de Vargas Llosa?». Ríe antes de decir: «Yo, sin duda». He aquí un caballero con libros.

lunes, 31 de octubre de 2011

Salvador Gutiérrez Solís: "La Literatura española rebosa mediocridad y medievalismo"


¿Por qué hemos tenido que esperar tanto para leer un nuevo libro de cuentos suyo?
—Casi ocho años… Debería tener una respuesta preparada para esta pregunta y no la tengo. Supongo que se debe a la relación tan particular que mantengo con el relato. Salvo en alguna extraña excepción, nunca me planteo escribir un relato premeditadamente. Por explicarlo de alguna manera, los relatos son los campos de entrenamiento de mis novelas y de los personajes que las habitan. Antes de comenzar a escribir una novela, necesito contar con las suficientes garantías de que las tramas y los personajes van a resistir el tránsito. Esto no quiere decir que Escritores se trate de un ejercicio de reciclaje literario. De hecho, esa excepcionalidad que antes señalaba la representa Escritores a la perfección, algunos de los relatos nacieron y morirán siendo relatos, no son embriones.

¿Cuánto tiene de Malaleche Gutiérrez Solís y a la inversa?
—Yo, nada; y a la inversa, espero que también nada. Creo que soy más “puñetero” que “malaleche”. De momento, controlo la esquizofrenia y no me dejo abducir por los personajes.

¿Es tan admirador de Marsé como del Real Madrid?
—Ahora que nadie nos escucha. Soy más admirador del Real Madrid que de Marsé. Y con esto no quiere decir que no sea admirador de Marsé, que lo soy. Imagínese lo madridista que soy. Si uno se detiene un instante a pensarlo, hay muchas coincidencias entre Marsé y el Real Madrid. Ambos son directos, no merodean; son eléctricos; llevan muchos años brillando, a pesar de sus activísimos detractores; son contundentes, potentes, lo han ganado todo…

¿Se está perdiendo el humor en la literatura española?
—Es muy recurrente eso de afirmar que se está perdiendo tal y cual cosa… y muy especialmente cuando hablamos de Literatura española y humor. Puede que nunca haya tenido sentido del humor. Hablamos de una Literatura en la que hasta no hace tanto no se ha admitido el género, por ejemplo, da igual el género. Y si se trata de humor, en fin, los adjetivos nunca han sido agradables. Cuando la diferencia es muy simple: mala y buena Literatura, sin importar el asunto y el tono. Cualquier asunto se puede literaturizar, de la misma manera que cualquier asunto, por elevado que pretenda ser, es susceptible de transformarse en un tostón infumable. En España hemos aceptado demasiados tostones infumables porque nos han hecho creer que contaban con todos los elementos para ser considerados Alta Literatura, y no. La Literatura, la Cultura en general, no tienen que ser aburridas por definición. Pueden ser muy divertidas. Pero, claro, eso es más complicado.

¿La Literatura maldita de nuestro tiempo es una impostura?
—¿Qué es Literatura maldita? ¿Qué es impostura a estas alturas? Ni el 15M es ya una impostura. Puede que reivindicar el amor, la honestidad o la sinceridad sea hoy una impostura. La impostura, en Literatura, me temo que es tratar de escribir correcta y evolutivamente, tener un compromiso con las palabras y el lenguaje, querer avanzar, explorar nuevos territorios, aspirar a redefinir las fórmulas. Eso es impostura literaria. Desgraciadamente, la Literatura española rebosa mediocridad y medievalismo, así como una soporífera ambición por —mal— escribir la misma novela un millón de veces.

¿Para cuándo un libro sobre futbolistas y toreros?
—Regreso a la pregunta sobre el humor. Los españoles, desde un punto creativo, somos muy pudorosos o, como se suele decir, tenemos muchos “reparos”. Especialmente en Cine, en Literatura, incluso musicalmente. Si hubiéramos contado con un cineasta del talento de John Ford no habría podido convertir la época de los bandoleros, por ejemplo, en un género de dimensiones colosales, tal y como hizo con el western. Imposible, no se lo habríamos permitido. Da igual que uno sea aficionado o no, no creo que haya un universo tan plástico, tan trágico, tan rocambolesco, como el taurino. Y qué decir del mundo del fútbol. Hoy los futbolistas son los más parecidos a las estrellas de antaño, sin olvidarnos que estas estrellas no representan ni el 1%. Existe un 99% de fracaso y de historias increíbles. Mou, Ballesteros (Levante) o José Tomás pueden ser maravillosos personajes de novela. Me comprometo: habrá novelas sobre ambos mundos.

viernes, 21 de octubre de 2011

José Manuel de la Huerga: "La pasión mueve el mundo"

José Manuel de la Huerga (Audanzas del Valle, 1967) debutó como narrador en 1992 con su cuento Conjúrote, triste Plutón, con el que obtuvo el Premio Letras Jóvenes de Castilla y León. Desde entonces, sin prisas ni pausas, ha desarrollado una carrera como novelista y cuentista que se consolida con la publicación de Apuntes de medicina interna. En esta entrevista, exclusiva para La Tormenta en un Vaso, el autor nos habla de los paisajes de su novela, su relación con los lectores y sus referencias literarias.

Usted es natural de León y lleva muchos años afincado en Valladolid. Sin embargo, en su novela es muy importante el mar y el paisaje cantábrico (los valles, las montañas, la costa). Da la sensación de que esta ambientación no se debe sólo a simples razones literarias, sino que usted tiene un vínculo muy estrecho con ese paisaje, ¿es así o se trata de una apreciación equivocada?
Para un castellano de El Páramo leonés Cantabria es la ventana abierta al mar. Santander, Laredo, San Vicente de la Barquera… tienen resonancia de verano en los oídos de la gente de tierra adentro. Ahí está desde hace décadas el llamado “tren playero” que sale cada verano desde Valladolid a las siete de la mañana, recorre la provincia de Palencia y “desemboca” en Santander. Los castellanos de los primeros años de la democracia llegaban por riadas, los fines de semana especialmente, para disfrutar de un paisaje cautivador: frente a ellos un mar infinito, a veces caliginoso, y a sus espaldas “praos” verdes y montañas escarpadas. Además, soy de esos niños de los setenta que estudiábamos la geografía de Castilla la Vieja con Santander como salida natural al mar. Ese paisaje diría que casi precede a mi memoria, y es más que un mero decorado. Cantabria es una manera de estar en el mundo que atraviesa el alma de los personajes de Apuntes… Algún crítico ya me ha señalado que el protagonista de la novela, Abel, regresa a la montaña del abuelo, al valle cerrado de ”Labeña” (Liébana) como a un útero, desanda un camino para recomponer un pasado brumoso que necesita entender. La novela tiene una ruta literaria oculta, con nombres voluntariamente escondidos como un juego para el lector: los conocedores de esta hermosa tierra sabrán enseguida qué lugares concretos se esconden tras los inexistentes El Castril, Vega de Labeña, Tebres, Cayo, Virago, Castro Negrovejo, Domaleño, Gescaña…

Su novela tiene un aire muy tradicional, clásico, tanto en su arquitectura como en el uso del lenguaje, la caracterización de los personajes, las ideas de fondo que desarrolla, etc. Da la sensación de que es una novela que a Miguel Delibes le hubiera gustado mucho leer. ¿Cuáles son sus referentes literarios? ¿Se siente partícipe de alguna corriente literaria actual?
—Ojalá Delibes la hubiera podido tener entre sus manos… Sin duda El camino es uno de los textos de referencia en mi doble faceta de escritor y profesor de literatura. Y en mis Apuntes de medicina interna hay mucho de la historia de ese Daniel, el Mochuelo que debe irse a la ciudad a “prosperar” y no quiere abandonar su pueblo, resumen perfecto del paraíso para un niño. En Apuntes… Abel es un joven “veraneante” de Valladolid que regresa a El Castril por amor a la chica del bar y termina investigando el pasado demasiado aséptico de su abuelo, el médico de la montaña. El protagonista nace en el seno de una familia acomodada y tradicional, pero tres mujeres que merodean los márgenes del núcleo familiar (Mabel, Noe y Sarah) le van a acompañar en ese viaje iniciático hacia una verdad desconocida y dura de digerir. Abel se va a rebelar contra el silencio y la apariencia, es un buceador que no va a parar hasta saber todo… Por eso, aunque la novela tenga envoltorio clásico en paisaje y paisanaje, esconde a un protagonista inconformista que rompe con una historia oficial profiláctica, pese a quien pese. Esta novela es un homenaje a la memoria del maquis, a la Transición atragantada, a demasiadas historias anónimas de niños desaparecidos, robados que aún siguen coleando en prensa y en los tribunales… Mis referencias literarias siempre han tenido un alto componente de preocupación estética, pero en esta novela he procurado escribir un texto limpio, al servicio de una historia éticamente exigente. Los personajes tiraban de mí para saber su verdad, y yo les dejé buscar… Acaso con Delibes, el Pedro Páramo de Rulfo, los cuentos de Clarín y Chéjov, y muy especialmente Karen Blixen, hayan velado por convertir esta novela en un libro de memorias.
Actualmente hay una excelente camada de narradores que rozan los cuarenta que me interesan mucho. A este lado y al otro del Atlántico… No voy a nombrar a ninguno, pero diré una característica común, más allá del género (fantástico, realista, de novela negra, thriller, memorialístico…) al que puedan estar adscritos. Todos escriben-escribimos cinematográficamente. La fuerza de la imagen ha presidido nuestra educación sentimental como escritores. Y es curioso ver cómo algunos llevamos la cámara al hombro junto con la pluma o la tecla del ordenador.

¿Tiene usted una relación personal con la Medicina, uno de los ejes centrales de la novela?
—Ninguna. De niño quise estudiar medicina porque me quería ir a trabajar a América como cooperante (Tenía una tía trabajando como maestra en Paraguay que reunía en su persona todo lo valiente, independiente, servicial y exótico que yo pudiera imaginarme). Era un sueño… Ser médico o maestro por “esos mundos de Dios”, como decían las abuelas. Pero cuando vi sangre por primera vez en un accidente familiar me temblaron demasiado las piernas. Hoy, en mi familia, se ríen de mí cuando se entretienen en alguna intervención quirúrgica: yo pido urgentemente que cambien de tema…
Medicina y educación son los dos pilares más fundamentales en el servicio público de cualquier país. Son las dos profesiones que más se debería mimar, animar y, desde luego, nunca “recortar”. La salud del cuerpo y del alma de la comunidad está en juego cuando a estos dos colectivos se les pone en entredicho, como en los últimos meses viene haciendo sistemáticamente la clase política desde sus despachos y coches oficiales. Espero que los médicos rurales de los últimos cincuenta años de la historia de este país se vean reflejados en la novela y reciban el homenaje que les he procurado rendir con Apuntes de medicina interna.

A lo largo de la novela, se aprecia una enorme evolución de los personajes. ¿Qué importancia tuvieron éstos en la génesis de la novela? ¿Se considera un autor de personajes?
—Mencionábamos antes a Delibes. Él siempre definió la novela como la suma y decantación de tres ingredientes: un paisaje, un personaje y una pasión. La pasión mueve el mundo: el amor, la posesión, la ambición, y también los gestos altruistas, desinteresados y locos… Los personajes de Apuntes tienen bastantes de estos ingredientes. Abel, el protagonista, es un joven cándido que ha vivido siempre a la sombra de las mujeres poderosas de la familia y, sí, evolucionará. En seis meses de estancia en la casona familiar dejará de ser ese niño de buenas notas que dice sí a los dictados de madre y abuela para convertirse en un joven al que se le abren perspectivas de futuro que quiere apurar hasta las últimas consecuencias. Y el resto de personajes evolucionará también a los ojos del protagonista: porque esta es una novela de falsas apariencias…

¿Cuál es su próximo proyecto?
—Primero disfrutar del encuentro con los lectores de Apuntes… Cada día recibo mensajes de lectoras, sobre todo lectoras, que me piden una segunda parte, que felizmente me dicen que se han quedado con ganas de más. Los clubs de lectura son una fuente inagotable de alegrías para un autor. En Valladolid, en Palencia, en Santander (y espero que en más lugares) cuento con varios grupos de lectura que en próximas fechas me invitarán a sus encuentros para debatir e intercambiar opiniones de la novela. El escritor necesita al lector con rostro, con nombre y apellidos, y yo me estoy encontrando con ell@s, por fortuna. Hay un libro de cuentos sobre personajes anónimos, casi marginados a los que les ocurre algo fuera de lo común, que está a punto de tener forma definitiva. Y hay, también, las notas de una posible segunda parte de Apuntes de medicina interna, con un Abel contemporáneo al autor, de pasados los cuarenta. Pero a mí siempre me ha gustado demorar los proyectos. Estamos hablando de arte, la literatura es una obra de arte, y las prisas o las exigencias editoriales son muy malas compañeras de viaje. En los próximos meses estaré muy atento a los ecos que despierte Apuntes… 

FOTOS: Eduardo Margareto

viernes, 22 de abril de 2011

Daniel Sánchez Pardos: "Somos espectadores a tiempo completo de una exhibición continua de atrocidades"

Entrevista de José Gutiérrez Román

—Borges es una presencia fantasmal en la novela y a la vez muy humana, pues aparece despojado en parte de su halo de gran figura literaria. ¿Qué tiene Borges que le haga tan atractivo incluso como personaje de ficción?

—Como buen fantasma doméstico, el Borges que aparece en El cuarteto de Whitechapel es un ser triste y entrañable. Su presencia en el libro es, en cierto modo, un accidente: uno de esos accidentes felices que en ocasiones se producen en el acto de la creación. El fantasma de Borges no formaba parte del plan inicial de la obra, pero un buen día apareció en un rincón de la casa del protagonista y allí se quedó hasta el final. ¿Cuál es el atractivo de Borges? Como escritor, es evidente: su obra supone un punto y aparte en la tradición narrativa del siglo XX. Borges es el vértigo intelectual, la tentación metafísica, la dicción precisa e inimitable, la imaginación desacomplejada. Como personaje de ficción, me permite tratar de forma diferente algunos de los temas esenciales de la novela, como la relación cada vez más estrecha entre la realidad y su simulacro o la necesidad que todos tenemos de contarnos historias que ordenen, den sentido o incluso justifiquen nuestras vidas.

Los protagonistas de la novela padecen dificultades para comunicarse entre ellos, da la sensación de que viven aislados pero rodeados de información. ¿Son estos náufragos urbanos los héroes y antihéroes de la novela de nuestro presente?

—En una sociedad como la nuestra, que se precia de articularse en base a la comunicación continua entre todos sus miembros, la incomunicación es a la vez una paradoja y un síntoma de lo que parece ser una enfermedad que aún no somos capaces de diagnosticar con exactitud. La paradoja, que en efecto está muy presente en El cuarteto de Whitechapel, es que el ruido constante de la información acaba por aislarnos: el mundo en que vivimos, como se nos suele decir, es cada vez más pequeño y está cada vez más interconectado, pero esa conexión en abstracto con “el otro”, con ese pequeño gran mundo al que accedemos invariablemente a través de una pantalla, contrasta de forma visible con la desconexión creciente con nuestro entorno inmediato. Los personajes de la novela lo saben todo del mundo, pero no saben nada de las personas que tienen a su alrededor. Son hombres y mujeres cultos, inquietos e informados, pero viven en un aislamiento emocional casi absoluto. No sé si son héroes, antihéroes o meros supervivientes de su día a día mediatizado; pero sí responden a un tipo humano cada vez más presente en la narrativa actual.

El cuarteto de Whitechapel se adentra en el lado más sórdido del arte contemporáneo. ¿Todo vale en el arte? ¿Esa sordidez es algo propio de nuestro tiempo o una pulsión artística más?

—La pregunta de si todo vale en el arte, son los propios artistas quienes se encargan de responderla día a día. Toda forma artística crea, invalida y recrea continuamente sus propias reglas, y lo hace, por definición, explorando los límites de lo que le está permitido. Arte es aquello que entendemos como arte, que sentimos como arte, que nos golpea o nos atrae o nos repugna de una forma particular. La sordidez, en este sentido, es sólo un instrumento más que el arte utiliza para explicarnos a nosotros mismos; pero es un instrumento que hoy parece especialmente útil y adecuado para lograr ese fin. No sé si el mundo en el que hoy vivimos es más sórdido que el mundo de hace veinte, treinta, cincuenta o setenta años, pero así parecemos sentirlo. El arte, como la literatura, recoge ese sentir general y lo devuelve transformado en obras que no son amables, que ni son bellas ni aspiran a serlo, pero que sí son, en los mejores casos, necesarias. Recurriendo a la imagen de Valle-Inclán, podríamos decir que el arte contemporáneo es un espejo en el que se reflejan, sólo ligeramente deformadas, algunas de las características más notables de la sociedad que lo produce: la espectacularización de la violencia, la desconfianza o el descreimiento en las grandes ideas, la caricaturización de la realidad, la victoria definitiva del gesto sobre la reflexión y, en general, el cuestionamiento radical de unos valores en caída libre. Dicho esto, cabe añadir que el mundo artístico descrito en El cuarteto de Whitechapel responde a una exageración total y absoluta de esta realidad. Los llamados “Artistas salvajes” de la novela buscan la creación de un arte que se corresponda de forma exacta con el ambiente moral de nuestro siglo XXI: un arte que acaba convertido en terrorismo. Estos artistas de mi ficción son el producto de una mezcla a partes iguales de desorientación, hastío vital, ambición desmesurada y mera psicopatía.

Volviendo a Borges, ¿qué cree que opinaría de su novela? ¿Y qué libros posteriores a su muerte podrían interesarle? ¿Le recomendaría alguno en particular?

Borges tenía un estupendo sentido del humor, pero no sé qué opinaría de algunas de sus intervenciones en la novela… Como lector, por cierto, Borges tiene una historia curiosa. Suele citarse a menudo su ceguera como un factor que explica su trayectoria como escritor, ese abandono de la ficción que se produce en torno al año 50 y que lo devuelve al cultivo de la poesía. La ceguera, sin embargo, tiene otro efecto sobre Borges, y es que detiene en cierto modo su evolución como lector. En los años 30 y 40, los artículos de Borges nos muestran a un lector a la vanguardia de su tiempo, atento a la actualidad editorial europea y norteamericana y dispuesto siempre a absorber las últimas novedades, tanto literarias como filosóficas y científicas. A partir de los años 50, en cambio, sus lecturas se estancan en el pasado; los autores que cita continuamente son los mismos que le interesaron en su juventud. Cuando se produce el secuestro de la edición argentina de Lolita, Borges critica la decisión pero afirma no haber leído la novela, ni tener intención de hacerlo. ¿Qué opinaría de la literatura actual? El joven Borges, estoy seguro, disfrutaría enormemente con los libros de Richard Powers, de David Mitchell, de Julian Barnes, de Lorrie Moore o de David Foster Wallace (por citar sólo nombres anglosajones). Ahora que lo pienso, me encantaría conocer su opinión sobre La broma infinita.

El cuarteto de Whitechapel es su primera novela publicada. Antes había aparecido el libro de relatos Las seducciones, y por lo que sabemos tiene más obras aún inéditas. ¿Alguno de estos libros verá la luz próximamente? ¿En qué proyecto está trabajando ahora?

—En realidad, El cuarteto de Whitechapel es mi segunda novela publicada. La primera, El jardín de los curiosos, apareció a principios de 2010 en una pequeña editorial madrileña, Bohodón, poco antes de que Ediciones del Viento se interesara por El cuarteto de Whitechapel. Como casi toda primera novela, El jardín de los curiosos pasó totalmente desapercibida; pero en ella aparecen ya algunas de las preocupaciones que luego cristalizaron en el libro siguiente, como la reflexión sobre los límites del arte o la sospecha de que todos nosotros, los habitantes de la segunda década de este siglo XXI, nos hemos convertido ya, de forma abierta e irreparable, en los espectadores a tiempo completo de una exhibición continua de atrocidades que nos repele y nos fascina a partes iguales. Las seducciones, por su parte, fue un pequeño capricho que edité de forma privada en 2009, y hoy es un libro casi tan fantasmal como el Borges de El cuarteto de Whitechapel. Respecto al futuro, recientemente he terminado una nueva novela que me ha tenido ocupado durante el último año y medio. No sé cuándo verá la luz, pero me encantaría que apareciera también en Ediciones del Viento. Mientras tanto, ya hay unas cuantas nuevas ideas rondando por mi escritorio; pero aún es pronto para hablar de ellas.

viernes, 4 de febrero de 2011

Nahir Gutiérrez: "No se me ocurre nada para lo que no sirva la literatura"

Entrevista: Care Santos
Fotografía: Miguel González de la Fuente

Debutó con la historia de una hermosa amistad interracial rodeada de moscas. Su segunda historia aborda un asunto tan necesario como delicado, pero lo hace con lo que ya podríamos considerar marcas de la casa: ternura y buen humor. Aunque cueste creerlo. Nahir Gutiérrez conoce todos los secretos del mundo editorial: pisa sobre seguro. En esta entrevista exclusiva para La Tormenta en un Vaso nos cuenta qué ha significado para ella el premio Apel·les Mestres y qué será lo siguiente.

Con su segundo álbum para niños se ha alzado con el Apel·les Mestres de libro infantil. ¿Qué se siente al ver su nombre en la lista de uno de los premios más prestigiosos de su género?
Digamos que lo primero…. una incredulidad muy grande pero una emoción muy fuerte, la boca seca, los ojos llenos de lágrimas, el corazón a 190 y las manos frías.

¿Por qué hay que hablar de la muerte a los niños? ¿Sirve la literatura para combatir la ausencia de un ser querido?
No se me ocurre nada para lo que no sirva la literatura… las penas de amor, muscular la ironía o darse cuenta que no estás sola en el mundo ante media docena de problemas universales de gran dimensión. Si los niños tienen que enfrentarse a la muerte, mejor que tengan palabras para ello. Hablarles es bueno en general, de modo que es bueno también en particular.

—Se adivinan en su álbum los mimbres autobiográficos. ¿Quién fue la güelita Queta?
Mi abuela fue una mujer que lo que merecía sin duda era una novela. Si alguna vez reuniera el tiempo y el talento, no dudes que la tendrá. Diría que era una mujer única pero he recibido notas maravillosas (ya ves, tan pronto…) a la recepción de mi cuento, que me hablan de otras abuelas con el mismo arrebato de admiración, de modo que lo que creo que es única, es esa especie —sin duda en vías de extinción— que fueron las mujeres de esa época.

—¿Cómo fue el trabajo con Àlex Omist? ¿Ilustró él sus palabras o usted puso texto a sus dibujos?
Álex se ocupó del milagro. De ponerle colores a la emoción y de mantenerla en los márgenes que ambos sabíamos que debía tener . Convinimos que la protagonista no aparecería nunca, de modo que cada uno pudiera escoger quién está detrás de esa colección de recuerdos y reflejar en ella su pérdida ; llámalo cuento interactivo…

—Es usted directora de comunicación de una prestigiosa editorial. A la hora de hablar de su propia obra, ¿eso es una ventaja o un inconveniente?
Quiero pensar que una ventaja, salvo que a veces me siento como quien ha pasado al otro lado del espejo y otras veces no me da tiempo a cambiarme, ¡como Supermán, en una cabina de teléfonos! Pero es maravilloso recibir los comentarios de amigos del gremio y por gremio y por amigos entiendo todas sus partes : autores, periodistas, colegas de profesión... Lo mejor de este empleo y lo mejor del mundo en general es la gente, ya sabes, ¡viva la gente! , y así hace que me sienta…

—Su primer libro fue un canto a la amistad —con mucho sentido del humor— y el segundo, una tierna mirada sobre la pérdida de un familiar. Dos libros completamente diferentes. ¿Qué viene ahora?
Mentiría si te dijera que tengo remota idea…Este último me asaltó del tirón y tuvimos la suerte de ganar el Premio, de modo que casi no digerí la escritura y ya lo vi publicado. Hipólito y Serafín tardé casi seis años en publicarlo… No sé, ¡espero otro glorioso asalto en cualquier esquina!

viernes, 21 de enero de 2011

Paco Roca: "Las historietas de la editorial Bruguera me hicieron amar los cómics"

Entrevista de Care Santos

Empezó dibujando historietas eróticas e hizo sus pinitos en la mítica El Víbora. El mercado francés, para el que trabaja asiduamente, le adora. En España, el gran público le descubrió cuando obtuvo, en 2008, el Premio Nacional de Cómic por Arrugas, que muy pronto llegará a la gran pantalla. Este valenciano de 41 años, cuya bibliografía va de la imaginación más desbordante de Las calles de arena, Hijos de la Alhambra —publicado en Francia antes que en nuestro país— o El faro a la ternura más realista. En esta conversación, exclusiva para La Tormenta en un Vaso, nos habla de El invierno del dibujante y reflexiona sobre la situación del cómic en nuestro país.

El invierno del dibujante es su personal homenaje a una serie de dibujantes de cómic y también a una escuela muy determinada. ¿Por qué te decidiste a hacerlo?

—Es una idea que tenía desde hace años y ahora era el momento de hacerla. La editorial Astiberri quería producir un álbum y pensé que esta idea podía encajar bien para el mercado español. Tenía muchas ganas de meterme con ella. Las historietas de la editorial Bruguera me hicieron amar los cómics. Para mi El Invierno del dibujante es un homenaje a todos aquellos dibujantes como Escobar, Vázquez, Ibañez, Raf... eran mis ídolos cuando era pequeño y tenía claro entonces que quería ser dibujante igual que ellos en el futuro.

Tengo entendido que es usted un autor que se documenta mucho. ¿Cómo fue la etapa de documentación para este álbum?

—Me gusta la fase de documentación. Empiezas a descubrir cosas y al mismo tiempo empiezas a escribir el guión. Es el momento en el que nace todo. En este caso la documentación en algunos aspectos era un trabajo complicado. había muchos huecos en la historia, contradicciones de fechas, lugares... Poder contar con la ayuda del estudioso en Bruguera Antonio Guiral me fue de gran ayuda. Durante meses le masacré a correos y llamadas. También me fue de mucha utilidad hablar con todas las personas que estuvieron involucrados en la editorial aquellos años o posteriores; Víctor Mora, Armonía, Nadal, Andreu Martín, Ibáñez, redactores y demás empleados... Además de la parte de documentación necesaria para escribir el guión, necesitaba también mucha documentación gráfica para recrear la barcelona de finales de los cincuenta. Para ello me vi decenas de películas de la época, NODOS, y muchas fotografías de gente como Catalá Roca. Lo más difícil fue encontrar imágenes de cómo era Bruguera en la época, gracias el trabajo del Centro Cultural del Coll, que es donde estaba situada la editorial, pude conseguir fotos de trabajadores o familiares donde se podía ver algunas de las instalaciones.

Es usted dibujante, guionista, colorista... una especie de hombre orquesta de su trabajo... ¿Es así por perfeccionismo, dificultad para delegar, pasión por todas las etapas del trabajo, o...?

—Es una mezcla de todo. Por un lado me gusta esa forma de trabajo solitaria que tienen los cómics, para lo bueno o para lo malo tienes total libertad creativa, tus decisiones no pasan por ningún filtro externo. Para mi todas las fases del cómic son importantes en cuanto a la narración; la documentación y el guión. Luego cuentas esa historia que ya está narrada en palabras con dibujos. Después la vuelves a contar con el color, dando énfasis o atmósfera donde lo requiera. En el fondo no creo ser excesivamente bueno en ninguna de esas facetas por separado, pero creo que el conjunto sí que consigue más o menos lo que pretendo contar.

El dibujo destila ternura pero también nostalgia, una forma serena de tristeza. De algún modo, algo parecido ocurría en Arrugas. ¿Cree que la nostalgia, la introspección forma parte de su lenguaje como autor?

—Es difícil analizarse uno mismo. Muchas cosas no me las planteo de una forma consciente. No sé que me lleva a contar una historia y otra no. Hace pocos días un amigo escritor me comentaba que de El Faro hasta aquí, mis protagonistas siempre son perdedores. Creo que es cierto y no me había parado a pensarlo. Imagino que me gustan las historias de perdedores, me siento más cercano a entender qué pueden sentir y creo que el contar esas historias condiciona el lenguaje que utilizo.

¿Hay, en su trayectoria, un antes y un después de Arrugas? ¿De qué modo?

—Desde luego. Arrugas marca un punto de inflexión en mi carrera. El éxito de este álbum, además de traer bastante caos en mi vida, me ha dado bastante reconocimiento en España y otros países. Consigues de golpe tener muchos lectores por todas partes que le van a dar una oportunidad no sólo a tus nuevos trabajos sino también a los anteriores. Esto también te vuelve mucho más exigente con tu trabajo, lo cual es bueno. Pero también te condiciona a la hora de empezar nuevos proyectos. Empiezas a pensar en tus lectores, en lo que les puede gustar y pensar demasiado en estas cosas te puede llegar a convertir en un autor cobarde y arriesgar menos.

¿Qué le falta al mundo del cómic en nuestro país?

—Creo que autores de calidad desde luego que no. La lista de autores que trabajan y venden muy bien fuera es enorme. Quizá lo que nos falte es una industria que apueste por estos autores en lugar de limitarse a comprar los derechos a editoriales de otros países. Dicho así parece fácil, pero requiere que consigamos cada vez más lectores que sostengan esa industria. Quizá para ello debamos encontrar una forma de hacer cómics que sea la que interesa al público generalista español. Al igual que en Francia tienen su formato BD o en Japón el manga.

viernes, 14 de enero de 2011

Cornelia Funke: “La tarea del escritor es encontrar palabras para los demás”

Entrevista de Carmen Fernández Etreros

Hablar con Cornelia Funke es sentir por un momento cómo las mariposas se despliegan en la sala. Mariposas rosas pero también mariposas negras…Una escritora de imaginación desbordante, que ya demostró con su trilogía Mundo de tinta, y que presenta ahora en España Reckless una saga basada en los cuentos tradicionales europeos y en la que vuelve a mostrar un abanico de personajes fantásticos y mundos posibles al otro lado del espejo.

—¿Qué tienen los cuentos tradicionales para que sigan gustando y asustando al mismo tiempo a los niños?
—No me gustaban antes… Estaban demasiado llenos de miedo. Cuando fui mayor me di cuenta de que nunca se olvidan, de que hay una verdad escondida en sus imágenes. Un día un amigo británico, Lionel Wigram me preguntó: ¿qué pasaría en un mundo en que los cuentos de hadas fuesen realidad? Y comenzamos a pensar los dos en un idea sobre un mundo con cuentos de fantasía y decidí basar toda la serie en el mapa de Europa y en todos los cuentos populares. El primero, Reckless, tiene lugar en Austria y Hungría, el segundo en Francia e Inglaterra, el tercero en Rusia, el cuarto seguramente en España y el quinto quizás en Japón, ya que el zorro, uno de los protagonistas, tiene un papel destacado en la tradición japonesa. En Reckless planteo la historia de dos hermanos Will y Jacob pero además se nos ocurrió que los protagonistas no fuesen niños sino adultos, ya que a los niños les gusta ser adultos cuando leen y poder abordar temas más maduros.

—Cuál es su personaje favorito de Reckless?
—El que más se parece a mí es Fox, el zorro, pero Jacob ha llegado a mi corazón. Al principio no me gustaba, porque muestra mi faceta más temeraria, pero luego me recuerda tanto a mi hijo… De todas maneras me encantan las posibilidades de este libro ya que estoy descubriendo muchas cosas. Por ejemplo, en Rusia me enteré que muchos de sus cuentos tradicionales se basaban en historias de mineros que se convertían en malaquita. Es curioso pero ya tenían allí mis historias. Volverse piedra es un leivmotiv bastante común en los cuentos: estar muerto, petrificado, no poder moverse.

—¿Cuál es el personaje que más le gusta de Reckless?
—Supongo que usted era un niña lectora, ¿qué le gustaba leer de pequeña?
—Libros de aventuras, Tom Sawyer… Nunca me gustaron los libros de chicas. Entre mis lecturas preferidas también se encuentra La princesa prometida de William Goldman y mi favorito, Once and Future King, de T. H. White.

—¿Cómo logra esa conexión con los lectores infantiles y juveniles?
—Sigo viendo el mundo con cierta maravilla y ésta se insinúa dentro de todo: de de las plantas, los niños, los adultos… Tengo una pasión enorme por nuestro mundo y la realidad, que es más rica que cualquier fantasía. La tarea del escritor es encontrar palabras para los demás, lo que tenemos, lo que sentimos. Plantear las preguntas.

—¿A los niños de hoy en día les protegemos demasiado del miedo? ¿Qué papel tiene el miedo en sus novelas?
—Creo que los niños quieren oír hablar del miedo, saben más de las tinieblas de lo que nosotros creemos. Siempre se están formulando grandes preguntas: por qué hay tristeza en el mundo, qué es la muerte… Pero los adultos intentamos olvidarnos de esas preguntas. La infancia también es cambiar las cosas e imaginar qué puede hacer la magia. Un momento en el que te crees que eres una persona única. Los niños entienden muy bien lo que es la fantasía.

—¿Es necesario lanzar algún mensaje ético en los libros infantiles?
—Ahora los niños no tienen mucha experiencia con la vida real, la violencia en las películas no es la violencia real y la toman como un juego, saben que van a poder levantarse después de recibir un balazo, como en las películas y los videojuegos. No ven la muerte, todo está escondido. Nada les prepara para este tipo de hostilidad. Como narradora eres la única que les puede preparar para reflejar esta experiencia. Una vez unos padres me impresionaron cuando me contaron que su hijo, muy enfermo, leía mi novela El jinete del Dragón y que era como si la enfermedad le persiguiera, pero él seguía leyendo y montando encima del dragón... También una soldado en Irak me dijo que con Muerte de tinta pudo afrontar la muerte en la guerra…

—He leído en alguna entrevista anterior que los niños de hoy en día son más inocentes pero ¿qué cree qué tienen los adultos de hoy día para que les gusten tanto los libros infantiles y juveniles?
—Hay un deseo muy profundo de cuentos narrados y la literatura para adultos no lo tiene en cuenta. Comprendemos mejor las cosas si las rodeamos de imágenes, si las revestimos. Así entendemos lo compleja que es la realidad. Por eso creo que a los adultos les gusta la literatura juvenil.

—Tiene una imaginación desbordante, ¿en qué se inspira para sus libros?
—Sí, sí (risas)… La verdad es que todo mi inspira, el problema es elegir la idea. Tengo tantos cuentos en la cabeza que debo obligarme a seguir en uno en concreto. Mi inspiración surge al viajar, al conocer a la gente... Todo lo que toco… Sobre todo los cuentos populares porque recuerdan nuestro pasado y nuestra verdadera naturaleza, sin censuras. Y hablan de nuestras facetas mejores y peores….

—¿Cuáles son sus planes para el futuro?
—Voy a ir buscando otros espejos en otros países, otros mundos, en Rusia, en Japón quizás... Ayer cuando entré en la catedral de Barcelona me di cuenta que sólo podía ser obra de alguien al otro lado del espejo…