lunes, 17 de octubre de 2016

Flavia Company: «Haru somos todos»

En japonés, Haru significa “Primavera”. Sin embargo, la novela refleja el ciclo vital de una persona, con sus primaveras pero también con sus inviernos…
Haru se llama así porque lo importante de su trayectoria es el fruto obtenido tras plantar la semilla y regar la tierra y esperar los ciclos necesarios para que lo sembrado florezca. Quizás demasiado a menudo relacionamos primavera con juventud y madurez con otoño o vejez con invierno. Pero, ¿cuál es la verdadera primavera? ¿No deberíamos verla allí donde nace o brota al fin aquello que brilla por su esencia? ¿Y puede llegarse a lo esencial antes de hacer el camino?

¿Cómo se crea el personaje de Haru, de quien empezamos a saber cosas desde sus cinco años hasta su vejez?
Haru somos todos. Podríamos decir que he procurado reunir en su camino aquello que nos identifica, nos une, nos iguala, nos despoja de adornos, nos aleja de imágenes. Haru se enfrenta al orgullo, al miedo, a la soberbia, a la impaciencia. Al dolor, al desconcierto, a la ambición, a la rebeldía. Al odio, al amor, a la indiferencia. Vicisitudes que, en uno u otro momento, todos conocemos. Nuestras vidas son todas iguales. Lo único que cambia es el orden en que experimentamos las distintas vicisitudes a las que debemos enfrentarnos.

Una de las lecturas de Haru es la del aprendizaje continuo y constante. En ese sentido, supone un gran homenaje al maestro, una figura que, entiendo, va mucho más allá de lo que implica el término “profesor”.
Es esta una novela de amor por los maestros, sí, por el aprendizaje, por la transmisión de conocimientos. Por el esfuerzo, que en mi opinión es un sinónimo de cultura. Haru rinde homenaje a las personas que prefieren enseñarnos antes que complacernos y complacerse. A las personas que comprenden la importancia del compromiso y de la disciplina. A quienes entienden la cultura y la educación como la verdadera manera de ser conscientes de nuestra identidad, de elegir, de ser libres.

En el texto hay ocasiones en las que un simple salto de párrafo supone un salto temporal de tres meses y la historia sigue fluyendo con total normalidad. ¿Cómo se consigue ese lenguaje, ese clima?
El espacio es el tiempo. Si comprendes la importancia del espacio, dominas la sensación del tiempo. Aquí es ahora, si entiendes lo que es aquí. Por esta razón el tratamiento temporal de la novela resulta singular y deja en los lectores y lectoras una sensación, según me comentan, de dilatación temporal. Quizás por ello hacen después tan suya la frase que aparece en la cubierta primero y en la novela después: Cada día es una vida entera.

El libro está plagado de sentencias, como ese «Cada día es una vida entera» que menciona, que en otros libros funcionarían como respuestas a problemas concretos mientras que en Haru más parecen preguntas e invitaciones a la reflexión por parte del lector
Las reflexiones a las que llevan las distintas situaciones que se desarrollan en Haru son inevitables, como el disparo de la flecha que surge del arco bien tensado y del arquero en la posición correcta. No son buscadas. Son encontradas. Surgen en el camino del acontecimiento, de la historia que se cuenta, que no podría ser contada de otra manera. Forman parte de la historia. Son la historia.

La novela no se desarrolla es un escenario temporal concreto (puede ser el siglo XIX, puede ser la actualidad) pero parece claro que sólo podría desarrollarse en Oriente. ¿Nos queda a los occidentales mucho por aprender de toda esa filosofía o ese modus vivendi oriental que plasma en la novela?
A todos los seres humanos nos queda lo mismo por aprender: que la identidad nada tiene que ver con la identificación. Que mientras la identificación con el grupo es intercambiable, la identidad es propia y no puede canjearse. Que la identificación con lo propio es el verdadero nudo que debemos deshacer para fluir: familia, patria, religión. Club, etiqueta, estatus. No constituyen una identidad. No construyen: excluyen. ¿Es error exclusivo de los occidentales? No. ¿Por qué entonces he situado la novela en Oriente? Porque orientales somos todos. Todos somos todo. Todos somos uno.

Sé que ya ha recibido una propuesta para llevar al cine Haru, sé que no ve esa opción como algo descartable pero también sé que le gustaría que el director de la película fuera oriental. ¿Conoce a Hiroyuki Morita? Trabajó con Kurosawa y una de sus películas como animador se titula, precisamente, Haru en el reino de los gatos…
Haru en el reino de los gatos en una película de animación, ¿verdad? ¿No tendrás por casualidad el teléfono de Ang Lee? (Risas) Si Haru llega al cine será de un modo en que se respete su calma, su filosofía y sus principios. Sea como fuere, mi deseo es que llegue antes a sus lectores y lectoras. Y puesto que
Haru somos todos, los lectores y lectoras son todos también.