jueves, 25 de diciembre de 2008

Luis García Jambrina: «Las letras pueden ser un buen asidero en tiempos de crisis»

–Convertir a Fernando de Rojas, el autor de La Celestina, en un investigador de crímenes en serie es, cuanto menos, osado. ¿Es la familiaridad con los clásicos lo que ampara tanta osadía o hay otras razones, que pueda confesarnos?
–La novela nació de una fascinación por la figura de Fernando de Rojas. Casi todo lo que rodea a La Celestina y a su autor –o autores– es un misterio, y eso me interesaba mucho. Naturalmente, he incorporado a su biografía lo poco que sabemos de él y algunos rasgos que se le atribuyen, como su condición de converso, que es un aspecto fundamental en la novela. A partir de ahí, he intentado crear un personaje verosímil y atractivo. Yo lo convierto, desde la admiración, en una especie de detective que por obligación tiene que investigar una serie de crímenes. Eso crea conflicto a su alrededor y me permite hacer que se mueva por todos los lugares y estamentos de la ciudad de Salamanca en ese momento. Se trata, naturalmente, de un personaje muy complejo, con sus virtudes y sus debilidades. Es un hombre ya del Renacimiento, un humanista, con una gran inteligencia, una mente deductiva y una curiosidad infinita, pero también algo ingenuo. Desde muy joven, ha vivido consagrado al estudio, y muy pronto se da cuenta de que no todo está en los libros y de que estos no bastan para conocer la verdad. Es también un antihéroe heroico. Al final, ese proceso de investigación será también un proceso de búsqueda de la verdad y de transformación personal. Es uno de esos personajes a los que les coges cariño y luego te cuesta mucho despedirte de ellos.

–No sé por qué, no le veo leyendo esas novelas históricas con trama esotérica que encandilan a tantos lectores. Sin embargo, la suya es –entre otras cosas– una novela histórica con trama esotérica. ¿Por qué estos mimbres?
–“El manuscrito de piedra” es, sí, una ficción histórica, pero no creo que tenga una trama esotérica, si bien hay diversos elementos de tipo fantástico que tienen que ver con la brujería, el inframundo y el culto al diablo. Por lo demás, participa de muy diversos géneros: novela histórica, detectivesca, de aventuras, de misterio, fantástica, de aprendizaje, de campus…, unos propios de la novela popular y otros de la novela culta. Participa, en mayor o menor medida, de todos ellos, para al final trascenderlos o llevarlos un poco más allá, gracias a su alcance simbólico. Su trama es más bien negra o policíaca. Por lo general, cuando se habla de experimentación e innovación en la novela, se hace hincapié en la experimentación formal, pero yo creo que también se experimenta e innova mezclando géneros o tratando algunos temas y asuntos de manera distinta.

–Es inevitable, al leer su novela, establecer comparaciones entre la situación de los conversos en el siglo XV y la intolerancia religiosa que vivimos en nuestros días. ¿Se escribe novela histórica para invitar a la reflexión sobre el presente?
–Siempre se ha dicho que algunas épocas del pasado pueden ayudarnos a entender mejor nuestro presente. Y, en este caso, no sería difícil hacer analogías entre ambas épocas, incluso en pequeños detalles, como la actitud ante el tabaco. La novela está llena de guiños irónicos en este sentido. Por otra parte, en ella, se plantean cuestiones que están muy de actualidad ahora, como la tolerancia y el respeto hacia lo diferente o la necesidad de la cultura clásica para la vida. Al igual que ocurría en aquella época, ahora se hace necesario volver a las fuentes de nuestra cultura; y, para ello, hay que mantener y cuidar las humanidades, que últimamente se están viendo amenazadas. Las letras pueden ser un buen asidero en tiempos de crisis. Los únicos valores firmes que tenemos. O parodiando el título de una serie televisiva de moda: Sin letras no hay paraíso.

–Y llámame chismosa, pero también es inevitable leer crítica al mundo académico actual en la crítica al ambiente académico de la Salamanca del siglo XV. ¿A la Universidad actual también la haría falta una cueva como la de la novela?
–Naturalmente, también aquí pueden hacerse analogías. Entonces, como hoy, eran frecuentes las luchas de poder, los enfrentamientos por las cátedras, si bien el funcionamiento era muy distinto y seguro que va a sorprender a más de uno. Por otra parte, esta novela tiene mucho de homenaje a la Universidad de Salamanca, que ahora está a punto de cumplir ya ochocientos años. De hecho, El manuscrito de piedra podría definirse también como una novela de campus de época. En aquella época, era una de las tres Universidades más importantes de la cristiandad, junto a las de París y Bolonia, y venían a ella estudiantes y profesores de todas partes, por lo que era un hervidero de saberes y conflictos. Concretamente, en el Colegio de San Bartolomé, que es donde he situado a Fernando de Rojas, se formaba la élite de entonces; de allí salían todas las grandes figuras de la Iglesia, de la Universidad y de la administración de los Reyes Católicos. Aunque dentro de ella predominaba la ortodoxia, en la ciudad también había lugar para la heterodoxia y otros tipos de conocimiento, que yo he situado en la cueva y que, en efecto, echamos en falta ahora.

—¿Y qué me dice de Salamanca como escenario?
–La ciudad es también protagonista del libro. Para mí, la Salamanca de finales del XV no es un mero escenario de la novela, sino un lugar donde los personajes viven y se afanan cada día. Por eso, he querido hacerla bien visible para el lector; mostrar sus calles, su peculiar fisonomía y sus diferentes lugares: desde la Universidad, la catedral y los conventos hasta los mesones, las tabernas y la mancebía, sin olvidarme de la Salamanca oculta y legendaria. Para su recreación, he partido de unos datos muy precisos, pues yo siempre invento a partir de la realidad; de modo que he consultado numerosos libros, planos, documentos, imágenes… y he visitado una y otra vez los diversos lugares de la novela o lo que queda de ellos. Es decir, he practicado el método de la inmersión histórica. Yo creo que hay muchas historias y aspectos adonde la Historia no llega y se hace, por tanto, necesaria la ficción.

–¿Novelista arrepentido o reincidente?
–Absolutamente reincidente; de hecho, ya estoy a vueltas con otra novela. Y he descubierto que es el género en el que mas a gusto me encuentro, lo cual no significa que vaya a abandonar el cuento. Hasta cierto punto, he llegado a la novela de forma azarosa e impremeditada, como suele ocurrir con las cosas que más nos interesan. Yo ya había intentado en dos ocasiones escribir una novela, pero no lo había conseguido. En este caso, fue el personaje de Rojas el que tiró de mí con tal fuerza que no me quedó más remedio que dejarme llevar. Sin haberlo buscado, una mañana me di cuenta de que vivía dentro de una novela, de que estaba atrapado por un mundo de ficción que, para mí entonces, era más real aquel en el que aparentemente habitaba. Día y noche convivía con mis personajes, sentía lo mismo que ellos, me movía por los mismos lugares. Cuando te ocurre eso, ya no hay vuelta atrás; es como un veneno, y ya no puedes dejarlo hasta que no pones el punto final. Ahora tengo mono de escritura y no hago más que pensar en el momento de volverme a enganchar con otra.

–¿Qué cree que diría Claudio Rodríguez si leyera “El manuscrito de piedra”?
–También yo me lo he preguntado alguna vez. Casualmente, el otro día me llamó su viuda, Clara Miranda, con la que tengo una gran amistad, para comunicarme que había leído la novela casi de un tirón y para decirme que a Claudio le habría encantado (hay que tener en cuenta que Claudio era muy generoso y yo era para él como un hijo adoptivo). Dada la complicidad que había entre nosotros, seguramente se habría sentido muy atraído por la trama, el escenario y los personajes. Pero tal vez lo que más le habría gustado es la mezcla de vida y cultura, la exaltación, por ejemplo, del vino y la amistad y la reivindicación de la cultura clásica. Ojalá aún estuviera aquí.

–Si le ofrecieran la oportunidad de viajar en el tiempo para conocer a Fernando de Rojas y formularle una única pregunta, ¿cuál sería?
–De hecho, ya lo hice, a través de la güija. Le pregunté que cómo había llegado a escribir La Celestina. La respuesta está en la novela.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Isaac Rosa: «Mi pensamiento tiene base narrativa. Pienso en términos de relato»

-Cuéntanos algo sobre el proceso de escritura de El país del miedo: ¿el detonante fue tu interés por explorar los miedos contemporáneos y la historia y los personajes surgieron a posteriori, o fue otra la situación que desencadenó la escritura de esta novela?
-El punto de partida es la reflexión sobre el miedo ambiental: dónde nacen esos miedos, cómo actúan, como se difunden, qué consecuencias tienen. Pero ese pensamiento inicial es, digamos, narrativo. Al preguntarme sobre cómo el miedo condiciona nuestras decisiones, lo hago a partir de un planteamiento narrativo: imaginar cómo reaccionaría alguien a una situación como la planteada. La historia que cuento en la novela es un vehículo para desarrollar una idea, pero no parto de una idea en el vacío y a partir de ella buscar personajes y situaciones, sino que el pensamiento inicial, la pregunta de partida, va madurando con bases narrativas. De cualquier modo, el proceso de reflexión sobre el que crece la novela trabaja a la manera de ondas concéntricas que van ampliando el campo: parto de mi propio miedo, desde él observo el de quienes me rodean, y acabo por ampliar el campo de visión a mi entorno, mi ciudad, mi tiempo.
-¿Crees que se trata de un libro pesimista?
-Es un libro que no ofrece soluciones, respuestas, y que a cambio puede dejar un mensaje desesperanzador: que el miedo es difícil de someter a la razón; que los miedos son muchos, se acumulan, crecen; que la violencia genera más violencia; que las respuestas defensivas provocan más inseguridad y más temor y más violencia al fin. Sin embargo, en el fondo hay un lamamiento a la razón, a enfrentarse con algunos miedos, desenmascarlos, ver a quién benefician, devolverlos a su tamaño natural.
-El país del miedo tiene un gran "ramalazo" ensayístico. ¿Te has planteado en algún momento abandonar la ficción y abordar los temas que te interesen únicamente desde el punto de vista del ensayo o la crónica?
-Como decía antes, mi pensamiento tiene base narrativa. Pienso en términos de relato, y aunque algunas partes de la novela pueden parecer artículos independientes de tipo ensayístico, todos se construyen a partir de historias, personajes, situaciones, que visten las ideas planteadas. Creo que la novela, desde el momento en que no es ajena a lo ensayístico, es la escritura en que me siento más cómodo, pero también la más eficaz.
-De Carlos, de su modo de pensar y obrar, lo conocemos casi todo, no así de su mujer e hijo. ¿Qué misión cumplen en la novela Sara y Pablo?
-La mujer y el hijo son aquello cercano de lo que Carlos se va alejando cada vez más. Cree protegerlos y sin embargo los convierte en extraños, los aisla, no sólo para que no les alcance el daño que él sufre, sino también por desconfianza, porque él piensa que su salvación será individual, que no puede esperar ayuda ni en su familia ni en su entorno social, ni en la colectividad, ni en las instituciones. Su encierro progresivo es el propio de una sociedad en que los lazos solidarios se pierden y no nos ofrecen más solución que la que uno mismo sepa encontrar, sin ayuda externa.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Cristina Grande: «Lo trágico y lo cómico están unidos por una tensa cuerda sobre la que caminamos los funambulistas»

Por Hilario J. Rodríguez

-Naturaleza infiel parece la conclusión de un ciclo narrativo.

Podría considerarse el final de una trilogía, pero también parte de una pentalogía en construcción, aunque al no ser una estructura premeditada no me sirve demasiado a la hora de ponerme a trabajar. Trabajar me parece más importante que pensar.

-Dos libros de cuentos (La novia parapente y Dirección noche) que pueden leerse como novelas y una novela (Naturaleza infiel) que puede leerse como un libro de cuentos.
Los géneros se hibridan cada vez más. Antes me resultaba chocante que se dijera de un libro de cuentos que en el fondo era una novela, porque esa apreciación era como admitir que no se había hecho bien el trabajo, que había algo fallido en esa especie de «quieronopuedismo»; la novela vende más, como si fuese un producto con la C de calidad, pero en el caso de la literatura esa etiqueta no es del todo fiable. No sé. Yo escribo cuentos porque me siento cómoda en las distancias cortas (se ajustan más a mi fisiología), y si esos cuentos se refuerzan unos a otros y nadan juntos como un banco de sardinas que parece un único organismo, ya podemos decir que hemos escrito una novela.

-Tu estilo resulta difícil de domar: conciso y elaborado, seco y poético, irónico y melodramático…
Supongo que es un estilo tenso. Cuando tiendo la colada, me disgusta que las cuerdas se vengan abajo con el peso de las prendas. La cuerda debe estar bien tirante y el peso bien distribuido. Los grandes maestros (Chejov, Natalia Ginzburg, Sebald, Richard Ford, Pamuk...) nos enseñan mucho al respecto.

-Naturaleza infiel está poblada de fantasmas, seres contradictorios, gente que muere de pronto y varias páginas después regresa a la vida, gente viva que actúa como si estuviese muerta, viejos con espíritu de jóvenes…
Hay muertos que siguen vivos durante muchos años. Su ausencia física puede ocupar una gran parte de nuestras vidas, y eso es tan real como la factura del teléfono o como que te pille un chaparrón en la calle. Algunas muertes se repiten una y otra vez como en un bucle electrónico de retroalimentación, el tiempo, entonces, pasa a un segundo plano. Y hay gente viva, es verdad, que actúa como si estuviese muerta porque en un momento dado esas personas se diluyeron, dejaron de querernos y, por tanto, de interesarnos.

-El pasado y el presente se alternan de un párrafo a otro, de una frase a otra, a veces de una palabra a otra. Sin embargo, los personajes son náufragos sin futuro, también la historia.
¿Sin futuro? A mí no me lo parece. Quizás son náufragos, pero que buscan la salvación, que desfallecen y, a veces, mueren, pero siempre hay algún superviviente que tendrá que contar la historia de sus desventuras.

-Aunque el universo que se describe sea ante todo femenino (abuelas, tías, madres, hijas y hermanas), hay algo de elegíaco con respecto a los hombres (el padre que muere, el novio que podría haber cambiado el destino de la protagonista, el vampiro nocturno que se niega a dejarse seducir).
El vampiro es el más inteligente de la novela, el que huele de lejos el peligro y se aleja de él porque el mundo, para él, no admite ninguna clase de caos. El padre es un ser trágico por propia elección, como si supiese que la muerte es paradójicamente lo que le mantendrá con vida . El novio es el más humano, el que se atrinchera en su debilidad para sobrevivir y lo consigue. Los hombres son poderosos por una cuestión de contrapeso, porque las mujeres lo son.

-La familia y la amistad son los vínculos más estables, más aun que el amor. Renata, a pesar de eso, mantiene cierto idealismo y cree que quizás algún día pueda encontrar al príncipe azul que la salve de sí misma.
Su fe en el príncipe azul es lo que finalmente va a salvarla. La familia y la amistad son la cara B del amor. «All you need is love», decía aquella canción de Los Beatles. Renata, como su madre, es en el fondo un personaje optimista.

-Buscar la serenidad en medio de la tormenta, describir con pulso firme la inconsistencia de nuestras relaciones, hacer que lo trágico suene cómico… En lugar de escritora, eres una equilibrista.
Pues las relaciones humanas son, precisamente, las que dan mayor consistencia a nuestras vidas, son el espesante sin el que no podríamos tragar nada. Lo trágico y lo cómico no están tan distantes, están unidos por una tensa cuerda sobre la que caminamos los funambulistas.