lunes, 21 de marzo de 2016

Fernando García Maroto: "Escribir es una compulsión"


Entrevista de Fernando Sánchez Calvo

La geografía de los días (2007), La distancia entre dos puntos (2009), Los apartados (2012), La vida calcada (2013), y ahora Que se enteren las raíces (2015). Fernando García Maroto es un narrador directamente lanzado que además está pudiendo disfrutar de una relación agraciada con pequeños sellos editoriales de nuestro país. Después y antes de su nueva inmersión en el relato, hablaremos con él, dos años después, de su última novela, de su evolución como escritor, de sus miedos y lecturas y de sus proyectos de futuro. Aviso a navegantes: viene más nihilista que nunca.

Dejémonos de prolegómenos y vayamos al meollo de la cuestión: ¿usted es más de Rengo o de Lezna? No se me salga por la tangente y me vaya a decir que de Vogler.
—Difícil elección, porque, sin recurrir deliberadamente a ningún aspecto biográfico, hay algo de mí en ambos personajes. Inevitablemente el autor, quiera o no, consciente o inconscientemente, se cuela un poco en la existencia de sus criaturas. No puedo decir que uno de ellos sea mi favorito, o que reniegue de uno en detrimento del otro, pero desde luego la identificación más acertada sería con Lezna: un individuo absolutamente reflexivo, maniático hasta alcanzar cotas desproporcionadas, un punto pesimista y otro punto insatisfecho con el mundo que le rodea. No es una imagen muy alentadora, pero hace justicia y es la más cercana a la realidad. En mi caso, no es que yo aspire a alcanzar los atributos o los defectos de mis personajes, sino que fatalmente ya los tengo.

Más de alguno le habrá dicho que Rengo y Lezna son dos caras de la misma moneda.
—Y no se equivoca: uno es el complemento del otro, aquello que le falta; aunque no necesariamente aquello que desearía tener. No pueden vivir el uno sin el otro, la historia quedaría coja (valga esta expresión nada inocente) si uno de los personajes desapareciera. Sus caracteres, sus manías, sus miedos y sus obsesiones son parecidas; en el fondo, no son tan distintos.

Y recuperando al pobre de Vogler, principal objetivo sobre el que descargar la furia, ¿por qué siempre se tiene que querer matar a alguien? Estilística y vitalmente, se entiende.
—El número de temas en literatura realmente es escaso. Esta novela trata acerca de la traición, así que la venganza y la muerte (el asesinato si se quiere) son las consecuencias finales, paroxísticas de la misma. También, desde mi punto de vista, hay una especie de magnetismo en toda acción y todo proceso de destrucción (incluidos los de autodestrucción), y una necesidad natural, casi espontánea, de derribar ciertos muros para seguir construyendo, para construir otros nuevos que sustituyan a aquellos que ya no sirven, que han perdido su resistencia.

Y en el plano femenino, ¿es más de Verónica o de Elisa?
—Aquí no tengo tantas dudas: de Elisa, por supuesto. Es uno de mis personajes favoritos, y el desencadenante de toda la historia. Siempre tengo muchas dudas sobre el tratamiento que doy a los personajes femeninos, pero luego, al leer y releer la historia, me parecen mucho más atractivos que los masculinos, con más matices y diferentes motivaciones. Supongo que esto es parte esencial y natural de la propia historia que se cuenta, así como de las motivaciones de cada uno de ellos.

Esta novela es la historia de una venganza conyugal. ¿Por qué las parejas llegan a ese nivel de destrucción? ¿Por qué no parar antes? Su contestación vale para su libro y para la vida en general.
—Realmente no soy el más indicado para dar consejos o sentar cátedra sobre las relaciones de pareja. No obstante, creo que el deterioro de cualquier tipo de relación es inevitable y forma parte del propio proceso, de la forma de relacionarse. Me gusta reflexionar sobre esto en todas mis historias; pero aun así, no tengo respuesta para la segunda de sus preguntas. La ficción me permite llevar al extremo esas pequeñas humillaciones y traiciones cotidianas que todos, de un modo u otro, de vez en cuando padecemos. Es como si el conocimiento profundo del otro nos permitiera el acceso a la manera más eficaz de hacerle daño en lugar de conseguir su felicidad.

Creo que la entrevista que le hicimos en este mismo blog hace ya dos años con motivo de La vida calcada fue demasiado blanda. Insisto en ser radical, es decir, en ir a la raíz del asunto: ¿por qué no hay esperanza en sus libros, en su mente, en sus personajes, en sus finales?
—Parece que llega el momento de ajustar cuentas. Es evidente que no soy una persona optimista, y mi visión de la realidad que nos rodea no es la más benévola. Creo que la esperanza, si la entendemos como una apuesta firme por el futuro, como un alivio que se encuentra en el porvenir, es un sentimiento pernicioso y absurdo. No creo que las cosas, por el mero hecho de pasar el tiempo, vayan a mejorar. Sin embargo, esto no es necesariamente malo. Puede que resulte paradójico, pero este tipo de lucidez no debe detenernos: aun así y pese a todo, debemos seguir adelante. Sin esperanza, sin ilusiones; pero hay que seguir. No hay esperanza, pero yo no me resigno.

Sabe que posiblemente de haber otras reseñas del libro, algún crítico le saldrá con que la novela es demasiado “morosa” en su tratamiento del tiempo. Mucha reflexión y poca acción. ¿Está preparado para responder a esto?
—La respuesta es sencilla: tienen razón. La inclinación por la reflexión es deliberada; pero precisamente esta misma reflexión es la que hace avanzar la historia. Creo que en nuestra vida sucede lo mismo: acciones puntuales que luego dan vueltas y más vueltas por nuestra cabeza, como si de este modo pudiésemos cambiar aquello que ya ha sucedido o pretendiésemos, equivocadamente, modificar el curso de los acontecimientos.

De nuevo Onetti, homenajeado de todas las maneras posibles de nuevo en un texto suyo.
—Siempre será un referente. Aunque es cierto que en esta novela las referencias y los homenajes son más sutiles, menos recurrentes. Al fin y al cabo, el mismo Onetti decía que «hay que renegar del maestro antes del tercer canto del gallo». Sin embargo, él nunca lo hizo del suyo, del gran Faulkner.

Tengo que reconocerle que lo que más me ha dolido, como colega de profesión, ha sido la siguiente afirmación de Rengo en los capítulos iniciales de la novela: “Escribir es una compulsión y no suma nada. Con cada línea que concluyo voy restando poco a poco hasta el momento final en que no quede nada por escribir ni de dónde restar. Escribir te deja aún más solo, te aísla, te incomunica, no te acerca a nadie; y a esos que pretenden cándidamente acercarse a ti los ahuyentas en silencio.” Espero que me diga que no se siente para nada identificado con estas palabras.
—No, por supuesto que no me siento identificado: a veces, por juego, me escondo tras mis personajes; pero éste no es el caso. Sólo estoy de acuerdo en la primera afirmación: escribir es una compulsión. Además, volviendo al maestro Onetti, ahora más que nunca puedo hacer mío este consejo suyo: «Mienta siempre».

Y otra cosa: ¿le parece a usted bonito comparar a Dios con un camarero enfadado al que se le intenta engañar? Me ha gustado la metáfora.
—Creía que todos los tropos sobre el altísimo ya estaban agotados. Sí, es cierto; en el Capítulo 8 de la novela aparece esta imagen. La existencia como una gran estafa, como el engaño que nunca ha dejado de ser, y el ser humano pretendiendo cambiar una vez más los supuestos designios divinos.

Le reconozco que, aunque parezca mentira, me he reído mucho en un episodio: el encuentro entre Lezna y Julio. Se está usted convirtiendo en un especialista en extraer humor de los episodios más lamentables.
—Creo que el humor, o más bien el humorismo, precisamente funciona a la perfección en este tipo de situaciones: cuanto mayor sea la tragedia, más tendremos que ironizar sobre ella. Es una especie de remedio, de cuidado paliativo, porque la miseria humana, por desgracia, no va a desaparecer.

La edición de Triskel es bonita. Sobria. Como su libro. ¿Cómo llegó hasta ellos?
—A través de las redes sociales. Se habla mucho sobre su inutilidad, sobre sus efectos perniciosos, sobre esa miseria que desde luego abunda y que le comentaba antes; pero también, si se quiere y uno se preocupa, es posible encontrar puntos de entendimiento y de conversación. Para mí ha sido un auténtico descubrimiento esta editorial que cuida al autor y valora tanto su labor como sus opiniones, y el trabajo con sus editores, Pablo y Rafael, ha resultado muy gratificante y provechoso.

Tengo entendido que, aunque se haya publicado en octubre, la novela la escribió hace más de tres años. ¿Mucho retoque desde entonces?
—Retoques, dudas y, por supuesto, mucho trabajo posterior para que la estructura de la misma (que es importantísima en el desarrollo de la trama) no tuviera ninguna fisura y resultara todo lo sólida que yo deseaba.

Comprenderá que le tengo que preguntar por nuevos proyectos.
—A principios de este año 2016 ha salido publicado mi segundo libro recopilatorio de cuentos, en formato digital, publicado por Uno Y Cero Ediciones, y que lleva por título Arquitectura del miedo. Son diez relatos donde el lector volverá a encontrar mis temas predilectos, esos que verdaderamente dan miedo: traición, maldad, soledad, indiferencia. Además, como he venido haciendo hasta ahora, seguiré colaborando con diferentes revistas de creación literaria.

Sea sincero: ¿cuál de los personajes le da más pena, grima, o las dos cosas a la vez?
—Por supuesto, Lezna: su incapacidad para enfrentar el mundo y recuperarse de los reveses es tan patética como conmovedora.

Y para terminar, le pido que responda sin miedo (nadie nos lee): ¿es ésta la mejor novela de las cuatro que tiene publicadas hasta ahora? ¿Por qué?
—No sé si es la mejor, tampoco me corresponde a mí aseverar algo de ese estilo. Sí que es de la que más satisfecho estoy, por el momento: el equilibrio que existe entre la trama, la estructura, los personajes y otros aspectos literarios, para mi gusto, es de los más logrados que he conseguido.

Pues muchas gracias. Un saludo. Y tenga cuidado: nunca se sabe si hay alguien planeando alguna venganza sobre uno mismo.
—Muchas gracias a usted. Como siempre, ha sido un verdadero placer. Y tendré cuidado: siempre hay alguien, seguro.