sábado, 23 de febrero de 2013

Dolores Redondo: "Sería divertido despertar una mañana y encontrar bajo la almohada la novela escrita"

Entrevista de Care Santos

Dolores Redondo ha irrumpido en el mundo literario español de una patada. Con la publicación de El guardián invisible (Destino) ha conseguido lo imposible: que todo el mundo hable de su opera prima, una novela negra ambientada en los bosques de Baztán, protagonizada por la inspectora Amaia Salazar y de la que ya se anuncian dos entregas más. ¿La clave del éxito? Una acertada combinación de misterio, psicología femenina y elementos mágicos tomados de las leyendas populares vascas. En esta entrevista, la autora nos desvela las claves de su escritura.
 
¿Existe la novela negra para mujeres? ¿Es lo que usted hace o descree de etiquetas?
—Existiría la novela negra para mujeres si existiese la novela negra para hombres. No, no creo en las etiquetas, lo que si existe es una corriente de mujeres que escriben negra que no era tan común hace unos años.
 
¿Qué cree que tienen que aportar las mujeres a la novela negra?
—Indudablemente en las novelas escritas por mujeres vamos a encontrar matices propios , escenarios distintos, aspectos desde la visión femenina… pero las aportaciones a la literatura no las hacen hombres o mujeres , las hacen los escritores/as.
 
¿Es lectora de género negro? ¿Podría proponernos un sexteto ideal de sus autores preferidos?
Agatha Christie, PD James, Peter Straub, Norman Mailer, Kathy Reichs y Antonio Muñoz Molina en Invierno en Lisboa, una obra maestra. Puede usarse como texto para aprender a escribir negra.
 
En El guardián invisible se da mucha importancia al paisaje: el bosque de Elizondo. ¿Cuál es su relación personal con ese escenario?
—Tenía claro el argumento , la línea y muchos aspectos de la novela antes de decidir ubicarla en Elizondo y el valle de Baztán , llegué allí por casualidad y me enamoré del lugar , luego mientras me documentaba me iba dando cuenta de que la elección iba a pesar mucho en la novela por la fuerza natural, arquitectónica, el río, la mitología, y así fue… Este escenario creció hasta convertirse en personaje principal, influyendo, marcando y dirigiendo los pasos de los demás personajes.
 
¿Usted también tiene una tía que de pequeña le hablaba de criaturas legendarias?
—Una abuela. Por desgracia ya no la tengo para contarme estas preciosas historias. Que sea homenaje a esas contadoras de cuentos y leyendas que forjaron la imaginación de tantos niños y muchos escritores.
 
Parece que la tesis de cierta parte de la novela habla de las consecuencias de elegir el propio destino. ¿Cree usted, como dice su protagonista, que todos podemos elegir qué camino queremos tomar?
—Desde luego , y si no podemos, por lo menos nos mantendremos en la puja esperando a que la vida esté despistada para reconducirla a donde queremos ir y a lo que sabemos que merecemos.
 
Esta es su primera novela, pero da la impresión de que ha escrito usted mucho antes de darla a un editor. ¿Es así?
—Sería divertido y bastante mágico despertar una mañana y encontrar bajo la almohada la novela escrita , o que se escribiera sola como en aquella novela creo que era Tommyknockers de King en el que había una aparato que leía la mente y las escribía a chorro. Ninguna novela surge de la nada o de cero. Llevo escribiendo toda mi vida. Relatos cortos, relato infantil y juvenil, buscando mi sitio, dejando que madurase mi escritura y he de reconocer que por timidez. Una novela expone más al escritor e imagino que no estaba preparada, en 2009 se publicó mi primera novela, sin demasiada repercusión pero fue lo que me convenció de que tenía que poner toda la carne en mi siguiente trabajo.
 
¿Guardan inéditos los cajones de su escritorio?
—Guardan guiones, pero no soy muy partidaria de guardar mucho, precisamente porque tengo, como muchos escritores, una querencia exagerada a todo lo que he escrito y creo que a veces eso condiciona para comenzar un nuevo trabajo. Prefiero el cajón mental, lo que se olvida es que no tenía peso, con lo que queda seguramente se puede hacer algo bueno.
 

Imagen 1 © Alfredo Tudela
Imagen 2 © Blog de Negra y Criminal

sábado, 16 de febrero de 2013

Susana Hernández: "Los tópicos y los estereotipos están para ser dinamitados"

Entrevista de Care Santos
 
Susana Hernández reincide. Después de La casa roja, La puta que leía a Jack Kerouac y Curvas peligrosas, nos sirve ahora bien caliente su último banquete: Contra las cuerdas, una novela que sorprende por su agilidad, por sus amenos diálogos y por la originalidad de su protagonista, la subinspectora Rebeca Santana, de quien sus habituales conocerán algunos secretos que no desvelaron anteriores entregas. Lesbianismo, una trama negra-muy-negra y la ciudad de Barcelona como escenario son sus credenciales. El resto, la habilidad de la autora para tenernos en vilo de la primera la última línea. Los amantes del género negro deberían lanzarse sobre sus libros sin perder tiempo.
La literatura de temática gay se está "normalizando". Ya no se trata el asunto sólo como rareza. En ese sentido, su protagonista podría convertirse en una especie de abanderada de este fenómeno, ¿no cree?
 
—Sí, es cierto que poco a poco se trata la temática gay desde un punto de vista mucho más natural e inclusivo tanto en el la televisión como en la literatura. La verdad es que se agradece que se dejen a un lado ciertos tópicos. Es importante narrar sin estridencias ni dramas el mundo gay o lésbico. Desde luego, en ningún momento he tenido la intención de convertir a Santana en abanderada de nada, pero por lo que parece, el personaje está llegando a los lectores y eso puede ser una baza a favor de esa “normalización”. Si así es, bienvenido sea.
La novela negra se tiene por un género tradicionalmente masculino, pero usted parece dinamitar también ese axioma. ¿Es consciente?
 
—No cabe duda de que la novela negra es por tradición masculina y bastante machista. El papel de la mujer suele ser secundario, de ayudante del policía o detective protagonista, o de mujer fatal en las novelas clásicas. Un poco al hilo de la pregunta anterior, los tópicos y los estereotipos están para ser dinamitados. Sin embargo, no pensé en ningún momento cuando perfilaba a Santana y a Vázquez que dos subinspectoras de policía fuesen algo tan fuera de lo común. Tengo cierta facilidad para escribir sobre el universo femenino y por ese motivo elegí a dos mujeres como protagonistas.
 
Si tuviera que emparentarse con cinco escritores de género negro, ¿a quiénes elegiría?
 
Patricia Higsmith, Henning Mankell, Ruth Rendell, Vázquez Montalbán, Raymond Chadler.
 
La mención de Carvalho o Méndez, los personajes de Vázquez Montalbán y González Ledesma, parece obligada al hablar de sus novelas. ¿Qué le une a ellos?
 
—En primer lugar, es un honor la simple mención de Vázquez Montalbán y González Ledesma, referentes de la novela criminal barcelonesa. Supongo que el vínculo con ellos es Barcelona como espacio común y por extensión una cierta forma de entender la vida, más mediterránea, más relajada, con humor, que se refleja en las novelas y en las personalidades de los personajes.
 
La Barcelona del crimen es casi un género en sí mismo. ¿Por qué la eligió como escenario de sus novelas?
 
—Porque soy barcelonesa. Probablemente, si hubiese nacido en Madrid o en Vigo, no habría elegido Barcelona que está bastante explotada como escenario criminal, pero es mi ciudad y no me he podido resistir. Me apetecía escribir de mis calles, de mis playas, incorporar la ciudad a la historia y a las vidas de las protagonistas.
 
¿En qué trabaja ahora?
 
—En estos momentos me estoy peleando con la tercera entrega de la serie de Rebeca Santana que espero tener lista para dentro de un año, aproximadamente.  

sábado, 2 de febrero de 2013

Pablo Martín Sánchez: "Un rigor mal entendido puede derivar en rigor mortis"

Entrevista de Care Santos
Fotos de Pierluigi Greco y Teresa López Pellisa

Usted empieza su novela hablando del poder del azar en nuestras vidas. Pero al azar hay que saber escucharle, ¿no? ¿Cómo escucha usted al azar?

—Con suspicacia. El azar en la vida es estupendo, pero en la escritura es peligroso: puede funcionar muy bien como material literario, pero no como método de trabajo. Ya decía Italo Calvino aquello de que «la poesía es la gran enemiga del azar» y no puedo estar más de acuerdo: si me dan a elegir entre escribir un poema dadá y una sextina, elijo la sextina. En cualquier caso, al azar no hay que escucharlo, pues si te quedas escuchando corres el riesgo de no oír nada: el azar hay que provocarlo.

—Su anterior libro fue una colección de relatos. ¿Cómo ha sido el salto de los textos cortos a una novela de 600 páginas?

—El protagonista de uno de los relatos de Fricciones es el autor de una novela titulada El anarquista que se llamaba como yo, así que se podría decir que ha sido un salto al interior de mi propia obra. Una obra que concibo no tanto como una rayuela en la que alcanzar el cielo, sino más bien como un tablero de ajedrez habitado por un caballo que tiene prohibido pasar dos veces por la misma casilla. El primer salto me ha llevado a cambiar muchas cosas, incluso la manera misma de trabajar, pero sobre todo una: el aliento. Yo que he sido atleta conozco bien la diferencia entre un velocista y un fondista: para escribir un libro de relatos hay que tener mentalidad de esprínter; para escribir una novela hay que asumir el espíritu del maratoniano. Se podría decir que con El anarquista que se llamaba como yo he aprendido a respirar.
—Da la impresión de que está usted obsesionado con la meticulosidad histórica, el rigor, el dato, la cita. ¿La novela histórica debe ser rigurosa, en su opinión?
 
—Depende de lo que entendamos por riguroso. Si se trata de anteponer el rigor histórico al literario, no creo que deba serlo: yo soy de los que prefieren el anacronismo al anacoluto. Además, un rigor mal entendido puede derivar en rigor mortis, convirtiendo la obra literaria en un artefacto anquilosado, sin vida. Y el detalle debe servir justo para lo contrario: para encender la chispa de lo auténtico. Marguerite Yourcenar tiene un artículo muy interesante, titulado «Tono y lenguaje en la novela histórica», en el que viene a decir algo evidente: que no hay que obsesionarse con la verdad, sino con la verosimilitud; y que si hay que hacer algún sacrificio, que sea la Historia y no la historia la primera en pasar por el altar. Bueno, quizá Yourcenar no diga exactamente eso, pero eso es exactamente lo que yo quiero decir. Lo cual no me libra del virus de la meticulosidad: puedo llegar a ser puntilloso hasta el extremo de preguntar a cuatro amigos físicos cuál debe ser la longitud, la densidad y el diámetro de una viga de madera para que el protagonista de mi novela pueda colarse en la alcoba de su amada.

—¿No cree que siendo usted un confeso admirador de Queneau o Calvino habrá quien tome su novela por una invención?
 
—El término «novela histórica» no deja de ser un feliz oxímoron: toda novela es invención, y el que diga lo contrario miente. Basta que en un relato histórico se cuele un elemento de ficción para que el resto quede bajo sospecha. Es cierto que en El anarquista que se llamaba como yo he pretendido difuminar las fronteras entre realidad y ficción. Pero si hablamos de literatura, la verdad y la mentira no son más que prejuicios estéticos.

—Hay varios homenajes en la novela. El primero, a Blasco Ibáñez. ¿Cuál es su relación con el autor?

—Más bien fría, je, je. Hay muchos homenajes, ciertamente, pero quizá los más importantes sean los menos evidentes. En el caso de Blasco Ibáñez, yo no hablaría de homenaje. De hecho, es un autor al que he leído poco; o, como diría un amigo, lo he leído con displicencia. Digamos, más bien, que se cruzó en mi camino y no me quedó más remedio que convertirlo en personaje.

—Creo que ahora escribe microcuentos, ¿para compensar? ¿Para desintoxicarse?

—Para desintoxicarme no, ¡eso sería reconocer que estaba intoxicado! Pero para compensar quizá sí. Cuando terminé la novela, necesitaba un cambio, dar un nuevo salto en ese tablero de ajedrez del que hablaba antes. Y elegí el microrrelato fantástico. Durante dos meses escribí uno todos los días, intentando comprobar si era cierto aquello que decía Cortázar de que escribir novelas es el mejor entrenamiento para escribir buenos cuentos. Me habría encantado poder decir que escribí una novela de seiscientas páginas para escribir después un microrrelato perfecto de seis palabras. Pero no: el método más seguro para escribir un buen cuento es escribir seiscientos.