jueves, 15 de marzo de 2012

Alberto Montaner: ”El Poema del Cid tiene aún mucho que decirnos"

Después de tantos años "conviviendo" con la historia y el mito cidianos, me imagino que tendrás una visión muy personal del Cid histórico. ¿Cuál es?
—La verdad es que sí; después de todo este tiempo, es casi como un amigo de casa. La verdad es que al Cid histórico llegué más tarde; al principio me ocupé del personaje literario y su modelo histórico me interesó sólo en cuanto servía de base a aquel. Pero a fuerza de ir profundizando en diversos aspectos, como los documentos de la época o los textos más antiguos sobre el Campeador (la biografía y el himno latinos del siglo XII), empecé a acercarme más a la figura histórica, y descubrí un campo apasionante. Fue un personaje complejo, al que cuesta comprender desde nuestro sistema de valores. Por ejemplo, el concepto de mercenario con el que a veces se lo descalifica es absolutamente ajeno a la mentalidad medieval. Lo mismo vale para su supuesto "imperialismo castellano". En el mejor de los casos, se lo toma como un sano muchachote del norte que salió adelante a fuerza de golpes. Pero no es así. No solamente sabía escribir, en latín claro, pues no se escribía de otro modo en su época; también era un experto jurista y en el campo de batalla salió delante más a base de guerra psicológica que de fuerza bruta. Además, su gobierno de Valencia revela que tenía o al menos que llegó a desarrollar lo que hoy llamaríamos un verdadero proyecto político. Desde luego, todo eso se podrá enjuiciar histórica o moralmente de un modo u otro, pero al menos revela un personaje mucho más sutil y matizado de lo que tanto su exaltación tradicional como su ocasional denigración hacen creer.

El Cid pasó la mayor parte de su vida lejos de Castilla; sus relaciones con Alfonso VI fueron turbulentas, se enfrentó a otros condes castellanos, sirvió a reyes musulmanes, encontró su fortuna en Zaragoza y Valencia, y tengo la convicción de que nunca tuvo interés en regresar a tierras burgalesas, y sin embargo es el héroe castellano por excelencia, ¿paradojas del Destino?
—No deja de ser irónico, en efecto, que un personaje que realmente llega al culmen de su trayectoria no sólo fuera, sino en cierto modo al margen de Castilla sea, como bien dices, el héroe castellano por antonomasia. En realidad no sabemos hasta qué punto se desvinculó de su Vivar y Burgos natales. Alguna conexión debió de pervivir cuando doña Jimena hace enterrar los restos de su marido en Cardeña, tras la evacuación de Valencia en 1102. Por una carta de venta a dos canónigos de la catedral burgalesa, fechada en 1113 precisamente en Cardeña, sabemos que la viuda del Cid seguía en esa zona años más tarde, en lugar de regresar a su Asturias de origen o de reunirse con su hija Cristina en Monzón, gobernada su yerno. De modo que algo debía de quedar, además de las propiedades. Pero sin duda el sueño del Cid era convertir Valencia en un principado, si no exactamente independiente, cuando menos autónomo, bajo la tutela de Alfonso VI.

Leyendo el Cantar uno tiene la sensación de que territorialmente su origen no está en Castilla sino en el triángulo entre Medinaceli, Calatayud y Cella, territorios mayoritariamente aragoneses y fronterizos a finales del XII y principios del XIII. ¿Es correcto?
—Seguramente no es un texto castellano viejo, pero tampoco hay razones para vincularlo especialmente a Aragón. Desde luego, lingüísticamente no es aragonés. Ni siquiera se recuerda su alianza con el rey Pedro I. Pero sí es cierto que es un texto de frontera. Para la época en que se compuso, esta la marcaba la línea del Tajo, desde Cuenca hacia el sudoeste, pasando por Toledo. Dado el papel que desempeña en el poema esta última ciudad, ajena por completo al Cid histórico, lo más factible es que el Cantar se compusiese en lo que entonces se llamaba el "Regnum Toletanum". A lo mismo apunta el papel, de nuevo ajeno a la historia, que desempeña Álvar Fáñez, que fue gobernador de Cuenca, de Toledo o, como se recuerda (sin ninguna necesidad) en el propio poema, de la localidad alcarreña de Zorita de los Canes. En fin, la importancia que tienen en el texto disposiciones y actitudes que proceden de los fueros de extremadura de la familia Teruel-Cuenca, o que al menos enlazan con ellos, es también un argumento importante a favor de esta hipótesis.

El Cantar encierra numerosos enigmas extra-literarios, como la identidad de su autor o autores, que ha dado lugar a múltiples interpretaciones. Últimamente Dolores Oliver ha insinuado la autoría árabe del Cantar. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
—Se trata de una opción carente de fundamento. Quien quiera ver una justificación detallada puede leer la reseña que hemos publicado el investigador del CSIC Luis Molina y yo mismo en la revista "Al-Qantara". Baste decir que el texto no puede ser coetáneo del Cid histórico, dada la cantidad de datos que lo llevan a una fecha en torno a 1200, y que carece de cualquier rasgo lingüístico y estilístico que justifique la idea de un original árabe.

Todos los años salen al mercado varias ediciones del Cantar, algunas pésimas. ¿Cuánto hay de "arqueología" literaria en esto? El Cantar, ¿da tanto de sí?
—El Cantar da mucho de sí, pero no, desde luego, para que salga una edición nueva al año, sobre todo cuando hay ya en el mercado algunas excelentes. Pero como es un clásico que aún no se ha caído de los planes de estudio, se intenta sacar el correspondiente beneficio. Es una pena, porque a veces al lector se le da un producto, como bien dices, de pésima calidad, con el reclamo de un mejor precio. Pero en esto como en todo hay que saber buscar el equilibrio entre calidad y coste. Ahora bien, el poema como tal tiene aún mucho que decirnos. Y eso tanto en el plano de la investigación histórica y literaria como en el de la experiencia personal. Y ahí está el Camino del Cid para demostrarlo.