viernes, 31 de diciembre de 2010

Óscar Esquivias: "En toda mi literatura hay una entraña teatral"

Entrevista de Care Santos
Fotos de Asís G. Ayerbe



Aviso para navegantes ávidos de buena pesca: Óscar Esquivias (Burgos, 1972) tiene
nuevo libro de cuentos. Con el primero, La marca de Creta, consiguió el prestigioso Premio Setenil al mejor libro de relatos del año 2009. A la espera de lo que depare el segundo, por ahora los galardonados somos sus lectores, que podemos asomarnos a la nueva entrega de uno de los mejores narradores de nuestro país para reencontrar a sus personajes de hondo calado psicológico, los seres en busca de un lugar en el mundo, la ternura o el sentido del humor que son marcas de la casa. En esta entrevista en exclusiva para La Tormenta en un Vaso, el autor nos desvela algunos secretos a raíz de la publicación de este nuevo libro.

En los cuentos de “Pampanitos verdes” aparecen varios elementos comunes: adolescentes como protagonistas, la transición de una edad a otra, el encuentro con el desengaño –o con el mundo adulto–, la autoafirmación sexual y también una evidente alegría de vivir, que los personajes transmiten. Sin embargo, son cuentos escritos con independencia unos de otros. ¿A qué se debe esta homogeneidad?
Si soy sincero, no lo sé. Cada cuento surgió en un momento y en unas circunstancias distintas, pero al agruparlos en el libro sentí que, ciertamente, tenían elementos comunes y un intenso aire de familia. Esta homogeneidad no está buscada y supongo que tiene que ver con algunas inquietudes profundas mías que no he racionalizado.

A sus lectores nos gusta imaginar sus cajones repletos de cuentos inéditos –o nunca publicados en un libro– que poco a poco irán viendo la luz. ¿Es así?
Me temo que no. Ahora mismo mi cajón está vacío de cuentos que merezca la pena publicar. Confío en que poco a poco se irá llenando hasta que atesore un conjunto de relatos del que me sienta plenamente satisfecho. Así, por sedimentación, es como se conformaron tanto La marca de Creta como Pampanitos verdes.

Muchos de los protagonistas de estos relatos son adolescentes, como ocurría también en “La marca de Creta”. ¿Por qué le interesa tanto esta etapa de la vida?
Quizá porque me sigo identificando más con sus inquietudes que con las de los niños o los adultos. No descarto que sea una manifestación de inmadurez, porque hace mucho tiempo que debería haber abandonado la adolescencia...

-Hay varios cuentos de “Pampanitos...” que guardan relación con el teatro, ya sea porque sus personajes pertenecen al mundo de las tablas o por la forma de monólogo teatral que adopta el texto. ¿Cuál es su relación con el teatro?
De niño y joven escribí comedias y actué en grupos de aficionados. Como espectador, siempre he frecuentado las salas de teatro. Hace un par de años escribí una obra y de vez en cuando anoto ideas para nuevas piezas: es un género que me interesa muchísimo. Los cuentos con asunto o forma teatral de Pampanitos verdes nacieron por encargo del teatro Alcázar de Madrid, como acompañamiento de las fotos que hizo Asís G. Ayerbe para el librito En el secreto Alcázar. Ahí me di cuenta de que muchos de mis cuentos son verdaderos monólogos, esto es, confesiones en voz alta de un personaje. Tengo la sensación de que en toda mi literatura hay una entraña teatral.

Burgos, Madrid, Roma... La geografía de sus relatos concuerda con la de su vida. ¿Utiliza la literatura para curarse la añoranza, para mantener vivos los lugares que ama, para idealizarlos, o...?
Aunque parezca lo contrario, a mí los escenarios me importan poco, lo que me interesa siempre es el conflicto humano que se desenvuelve en ellos. El lugar donde se ambientan mis historias nace de forma natural e inmediata, jamás me detengo un solo segundo para pensar «¿dónde transcurre esto?», sino que las localizaciones (por emplear el término cinematográfico) vienen con los personajes.

El libro acaba con un emocionante homenaje a Julio Verne. ¿Cómo y cuándo ocurrieron sus lecturas del autor francés?
Como todos los niños de mi generación, empecé a leer a Verne en la más tierna infancia. El primer libro que recuerdo haber pedido que me compraran fue El castillo de los Cárpatos, que escogí entre los muchos que había en un tenderete del rastro de Burgos. Nunca he dejado de leer las obras de Verne: todos los veranos me llevaba al pueblo La isla misteriosa y, de adolescente, cuando en mi mesilla ya estaban Dostoievski o Camus, también había sitio para Un capitán de quince años. Miguel Strogoff, Viaje al centro de la Tierra o Los hijos del capitán Grant son novelas que siempre me han emocionado mucho. Según escribo esto, me están entrando unas ganas terribles de tomar algún tomo de sus obras completas y empezar a leer cualquiera de sus libros, al azar. En ellos siempre encuentro emoción, humor y aventuras.

¿Qué hay más allá de su personal mar de Lidenbrock?
Más allá está el conocimiento y la salvación, dos buenas razones para embarcarse.