–La novela nació de una fascinación por la figura de Fernando de Rojas. Casi todo lo que rodea a La Celestina y a su autor –o autores– es un misterio, y eso me interesaba mucho. Naturalmente, he incorporado a su biografía lo poco que sabemos de él y algunos rasgos que se le atribuyen, como su condición de converso, que es un aspecto fundamental en la novela. A partir de ahí, he intentado crear un personaje verosímil y atractivo. Yo lo convierto, desde la admiración, en una especie de detective que por obligación tiene que investigar una serie de crímenes. Eso crea conflicto a su alrededor y me permite hacer que se mueva por todos los lugares y estamentos de la ciudad de Salamanca en ese momento. Se trata, naturalmente, de un personaje muy complejo, con sus virtudes y sus debilidades. Es un hombre ya del Renacimiento, un humanista, con una gran inteligencia, una mente deductiva y una curiosidad infinita, pero también algo ingenuo. Desde muy joven, ha vivido consagrado al estudio, y muy pronto se da cuenta de que no todo está en los libros y de que estos no bastan para conocer la verdad. Es también un antihéroe heroico. Al final, ese proceso de investigación será también un proceso de búsqueda de la verdad y de transformación personal. Es uno de esos personajes a los que les coges cariño y luego te cuesta mucho despedirte de ellos.
–No sé por qué, no le veo leyendo esas novelas históricas con trama esotérica que encandilan a tantos lectores. Sin embargo, la suya es –entre otras cosas– una novela histórica con trama esotérica. ¿Por qué estos mimbres?
–“El manuscrito de piedra” es, sí, una ficción histórica, pero no creo que tenga una trama esotérica, si bien hay diversos elementos de tipo fantástico que tienen que ver con la brujería, el inframundo y el culto al diablo. Por lo demás, participa de muy diversos géneros: novela histórica, detectivesca, de aventuras, de misterio, fantástica, de aprendizaje, de campus…, unos propios de la novela popular y otros de la novela culta. Participa, en mayor o menor medida, de todos ellos, para al final trascenderlos o llevarlos un poco más allá, gracias a su alcance simbólico. Su trama es más bien negra o policíaca. Por lo general, cuando se habla de experimentación e innovación en la novela, se hace hincapié en la experimentación formal, pero yo creo que también se experimenta e innova mezclando géneros o tratando algunos temas y asuntos de manera distinta.–No sé por qué, no le veo leyendo esas novelas históricas con trama esotérica que encandilan a tantos lectores. Sin embargo, la suya es –entre otras cosas– una novela histórica con trama esotérica. ¿Por qué estos mimbres?
–Es inevitable, al leer su novela, establecer comparaciones entre la situación de los conversos en el siglo XV y la intolerancia religiosa que vivimos en nuestros días. ¿Se escribe novela histórica para invitar a la reflexión sobre el presente?
–Siempre se ha dicho que algunas épocas del pasado pueden ayudarnos a entender mejor nuestro presente. Y, en este caso, no sería difícil hacer analogías entre ambas épocas, incluso en pequeños detalles, como la actitud ante el tabaco. La novela está llena de guiños irónicos en este sentido. Por otra parte, en ella, se plantean cuestiones que están muy de actualidad ahora, como la tolerancia y el respeto hacia lo diferente o la necesidad de la cultura clásica para la vida. Al igual que ocurría en aquella época, ahora se hace necesario volver a las fuentes de nuestra cultura; y, para ello, hay que mantener y cuidar las humanidades, que últimamente se están viendo amenazadas. Las letras pueden ser un buen asidero en tiempos de crisis. Los únicos valores firmes que tenemos. O parodiando el título de una serie televisiva de moda: Sin letras no hay paraíso.
–Y llámame chismosa, pero también es inevitable leer crítica al mundo académico actual en la crítica al ambiente académico de la Salamanca del siglo XV. ¿A la Universidad actual también la haría falta una cueva como la de la novela?
–Naturalmente, también aquí pueden hacerse analogías. Entonces, como hoy, eran frecuentes las luchas de poder, los enfrentamientos por las cátedras, si bien el funcionamiento era muy distinto y seguro que va a sorprender a más de uno. Por otra parte, esta novela tiene mucho de homenaje a la Universidad de Salamanca, que ahora está a punto de cumplir ya ochocientos años. De hecho, El manuscrito de piedra podría definirse también como una novela de campus de época. En aquella época, era una de las tres Universidades más importantes de la cristiandad, junto a las de París y Bolonia, y venían a ella estudiantes y profesores de todas partes, por lo que era un hervidero de saberes y conflictos. Concretamente, en el Colegio de San Bartolomé, que es donde he situado a Fernando de Rojas, se formaba la élite de entonces; de allí salían todas las grandes figuras de la Iglesia, de la Universidad y de la administración de los Reyes Católicos. Aunque dentro de ella predominaba la ortodoxia, en la ciudad también había lugar para la heterodoxia y otros tipos de conocimiento, que yo he situado en la cueva y que, en efecto, echamos en falta ahora.
—¿Y qué me dice de Salamanca como escenario?
–La ciudad es también protagonista del libro. Para mí, la Salamanca de finales del XV no es un mero escenario de la novela, sino un lugar donde los personajes viven y se afanan cada día. Por eso, he querido hacerla bien visible para el lector; mostrar sus calles, su peculiar fisonomía y sus diferentes lugares: desde la Universidad, la catedral y los conventos hasta los mesones, las tabernas y la mancebía, sin olvidarme de la Salamanca oculta y legendaria. Para su recreación, he partido de unos datos muy precisos, pues yo siempre invento a partir de la realidad; de modo que he consultado numerosos libros, planos, documentos, imágenes… y he visitado una y otra vez los diversos lugares de la novela o lo que queda de ellos. Es decir, he practicado el método de la inmersión histórica. Yo creo que hay muchas historias y aspectos adonde la Historia no llega y se hace, por tanto, necesaria la ficción.
–¿Novelista arrepentido o reincidente?
–Absolutamente reincidente; de hecho, ya estoy a vueltas con otra novela. Y he descubierto que es el género en el que mas a gusto me encuentro, lo cual no significa que vaya a abandonar el cuento. Hasta cierto punto, he llegado a la novela de forma azarosa e impremeditada, como suele ocurrir con las cosas que más nos interesan. Yo ya había intentado en dos ocasiones escribir una novela, pero no lo había conseguido. En este caso, fue el personaje de Rojas el que tiró de mí con tal fuerza que no me quedó más remedio que dejarme llevar. Sin haberlo buscado, una mañana me di cuenta de que vivía dentro de una novela, de que estaba atrapado por un mundo de ficción que, para mí entonces, era más real aquel en el que aparentemente habitaba. Día y noche convivía con mis personajes, sentía lo mismo que ellos, me movía por los mismos lugares. Cuando te ocurre eso, ya no hay vuelta atrás; es como un veneno, y ya no puedes dejarlo hasta que no pones el punto final. Ahora tengo mono de escritura y no hago más que pensar en el momento de volverme a enganchar con otra.
–¿Qué cree que diría Claudio Rodríguez si leyera “El manuscrito de piedra”?
–También yo me lo he preguntado alguna vez. Casualmente, el otro día me llamó su viuda, Clara Miranda, con la que tengo una gran amistad, para comunicarme que había leído la novela casi de un tirón y para decirme que a Claudio le habría encantado (hay que tener en cuenta que Claudio era muy generoso y yo era para él como un hijo adoptivo). Dada la complicidad que había entre nosotros, seguramente se habría sentido muy atraído por la trama, el escenario y los personajes. Pero tal vez lo que más le habría gustado es la mezcla de vida y cultura, la exaltación, por ejemplo, del vino y la amistad y la reivindicación de la cultura clásica. Ojalá aún estuviera aquí.
–Si le ofrecieran la oportunidad de viajar en el tiempo para conocer a Fernando de Rojas y formularle una única pregunta, ¿cuál sería?
–De hecho, ya lo hice, a través de la güija. Le pregunté que cómo había llegado a escribir La Celestina. La respuesta está en la novela.
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