José Manuel de la Huerga (Audanzas del Valle, 1967) debutó como narrador en 1992 con su cuento Conjúrote, triste Plutón, con el que obtuvo el Premio Letras Jóvenes de Castilla y León. Desde entonces, sin prisas ni pausas, ha desarrollado una carrera como novelista y cuentista que se consolida con la publicación de Apuntes de medicina interna. En esta entrevista, exclusiva para La Tormenta en un Vaso, el autor nos habla de los paisajes de su novela, su relación con los lectores y sus referencias literarias.
—Usted es natural de León y lleva muchos años afincado en Valladolid. Sin embargo, en su novela es muy importante el mar y el paisaje cantábrico (los valles, las montañas, la costa). Da la sensación de que esta ambientación no se debe sólo a simples razones literarias, sino que usted tiene un vínculo muy estrecho con ese paisaje, ¿es así o se trata de una apreciación equivocada?
Para un castellano de El Páramo leonés Cantabria es la ventana abierta al mar. Santander, Laredo, San Vicente de la Barquera… tienen resonancia de verano en los oídos de la gente de tierra adentro. Ahí está desde hace décadas el llamado “tren playero” que sale cada verano desde Valladolid a las siete de la mañana, recorre la provincia de Palencia y “desemboca” en Santander. Los castellanos de los primeros años de la democracia llegaban por riadas, los fines de semana especialmente, para disfrutar de un paisaje cautivador: frente a ellos un mar infinito, a veces caliginoso, y a sus espaldas “praos” verdes y montañas escarpadas. Además, soy de esos niños de los setenta que estudiábamos la geografía de Castilla la Vieja con Santander como salida natural al mar. Ese paisaje diría que casi precede a mi memoria, y es más que un mero decorado. Cantabria es una manera de estar en el mundo que atraviesa el alma de los personajes de Apuntes… Algún crítico ya me ha señalado que el protagonista de la novela, Abel, regresa a la montaña del abuelo, al valle cerrado de ”Labeña” (Liébana) como a un útero, desanda un camino para recomponer un pasado brumoso que necesita entender. La novela tiene una ruta literaria oculta, con nombres voluntariamente escondidos como un juego para el lector: los conocedores de esta hermosa tierra sabrán enseguida qué lugares concretos se esconden tras los inexistentes El Castril, Vega de Labeña, Tebres, Cayo, Virago, Castro Negrovejo, Domaleño, Gescaña…
—Su novela tiene un aire muy tradicional, clásico, tanto en su arquitectura como en el uso del lenguaje, la caracterización de los personajes, las ideas de fondo que desarrolla, etc. Da la sensación de que es una novela que a Miguel Delibes le hubiera gustado mucho leer. ¿Cuáles son sus referentes literarios? ¿Se siente partícipe de alguna corriente literaria actual?
—Ojalá Delibes la hubiera podido tener entre sus manos… Sin duda El camino es uno de los textos de referencia en mi doble faceta de escritor y profesor de literatura. Y en mis Apuntes de medicina interna hay mucho de la historia de ese Daniel, el Mochuelo que debe irse a la ciudad a “prosperar” y no quiere abandonar su pueblo, resumen perfecto del paraíso para un niño. En Apuntes… Abel es un joven “veraneante” de Valladolid que regresa a El Castril por amor a la chica del bar y termina investigando el pasado demasiado aséptico de su abuelo, el médico de la montaña. El protagonista nace en el seno de una familia acomodada y tradicional, pero tres mujeres que merodean los márgenes del núcleo familiar (Mabel, Noe y Sarah) le van a acompañar en ese viaje iniciático hacia una verdad desconocida y dura de digerir. Abel se va a rebelar contra el silencio y la apariencia, es un buceador que no va a parar hasta saber todo… Por eso, aunque la novela tenga envoltorio clásico en paisaje y paisanaje, esconde a un protagonista inconformista que rompe con una historia oficial profiláctica, pese a quien pese. Esta novela es un homenaje a la memoria del maquis, a la Transición atragantada, a demasiadas historias anónimas de niños desaparecidos, robados que aún siguen coleando en prensa y en los tribunales… Mis referencias literarias siempre han tenido un alto componente de preocupación estética, pero en esta novela he procurado escribir un texto limpio, al servicio de una historia éticamente exigente. Los personajes tiraban de mí para saber su verdad, y yo les dejé buscar… Acaso con Delibes, el Pedro Páramo de Rulfo, los cuentos de Clarín y Chéjov, y muy especialmente Karen Blixen, hayan velado por convertir esta novela en un libro de memorias.
Actualmente hay una excelente camada de narradores que rozan los cuarenta que me interesan mucho. A este lado y al otro del Atlántico… No voy a nombrar a ninguno, pero diré una característica común, más allá del género (fantástico, realista, de novela negra, thriller, memorialístico…) al que puedan estar adscritos. Todos escriben-escribimos cinematográficamente. La fuerza de la imagen ha presidido nuestra educación sentimental como escritores. Y es curioso ver cómo algunos llevamos la cámara al hombro junto con la pluma o la tecla del ordenador.
—Ninguna. De niño quise estudiar medicina porque me quería ir a trabajar a América como cooperante (Tenía una tía trabajando como maestra en Paraguay que reunía en su persona todo lo valiente, independiente, servicial y exótico que yo pudiera imaginarme). Era un sueño… Ser médico o maestro por “esos mundos de Dios”, como decían las abuelas. Pero cuando vi sangre por primera vez en un accidente familiar me temblaron demasiado las piernas. Hoy, en mi familia, se ríen de mí cuando se entretienen en alguna intervención quirúrgica: yo pido urgentemente que cambien de tema…
Medicina y educación son los dos pilares más fundamentales en el servicio público de cualquier país. Son las dos profesiones que más se debería mimar, animar y, desde luego, nunca “recortar”. La salud del cuerpo y del alma de la comunidad está en juego cuando a estos dos colectivos se les pone en entredicho, como en los últimos meses viene haciendo sistemáticamente la clase política desde sus despachos y coches oficiales. Espero que los médicos rurales de los últimos cincuenta años de la historia de este país se vean reflejados en la novela y reciban el homenaje que les he procurado rendir con Apuntes de medicina interna.
—A lo largo de la novela, se aprecia una enorme evolución de los personajes. ¿Qué importancia tuvieron éstos en la génesis de la novela? ¿Se considera un autor de personajes?
—Mencionábamos antes a Delibes. Él siempre definió la novela como la suma y decantación de tres ingredientes: un paisaje, un personaje y una pasión. La pasión mueve el mundo: el amor, la posesión, la ambición, y también los gestos altruistas, desinteresados y locos… Los personajes de Apuntes tienen bastantes de estos ingredientes. Abel, el protagonista, es un joven cándido que ha vivido siempre a la sombra de las mujeres poderosas de la familia y, sí, evolucionará. En seis meses de estancia en la casona familiar dejará de ser ese niño de buenas notas que dice sí a los dictados de madre y abuela para convertirse en un joven al que se le abren perspectivas de futuro que quiere apurar hasta las últimas consecuencias. Y el resto de personajes evolucionará también a los ojos del protagonista: porque esta es una novela de falsas apariencias…
—¿Cuál es su próximo proyecto?
—Primero disfrutar del encuentro con los lectores de Apuntes… Cada día recibo mensajes de lectoras, sobre todo lectoras, que me piden una segunda parte, que felizmente me dicen que se han quedado con ganas de más. Los clubs de lectura son una fuente inagotable de alegrías para un autor. En Valladolid, en Palencia, en Santander (y espero que en más lugares) cuento con varios grupos de lectura que en próximas fechas me invitarán a sus encuentros para debatir e intercambiar opiniones de la novela. El escritor necesita al lector con rostro, con nombre y apellidos, y yo me estoy encontrando con ell@s, por fortuna. Hay un libro de cuentos sobre personajes anónimos, casi marginados a los que les ocurre algo fuera de lo común, que está a punto de tener forma definitiva. Y hay, también, las notas de una posible segunda parte de Apuntes de medicina interna, con un Abel contemporáneo al autor, de pasados los cuarenta. Pero a mí siempre me ha gustado demorar los proyectos. Estamos hablando de arte, la literatura es una obra de arte, y las prisas o las exigencias editoriales son muy malas compañeras de viaje. En los próximos meses estaré muy atento a los ecos que despierte Apuntes…
FOTOS: Eduardo Margareto