Mercedes Abad, en su libro Media docena de robos y un par de mentiras, publica aquellos relatos que han conectado con ella de un modo tan intenso que hubiera deseado escribirlos. Ni corta ni perezosa, se apropia de ellos, los modifica ligeramente y nos los ofrece compartiendo, además, las circunstancias en que se los fue encontrando, el momento en que decidió que esos textos debían ser suyos de un modo irremediable.
—Crees en esa idea de que los textos nos encuentran a nosotros y no nosotros a ellos?
—Creo que lo que llamamos destino es una línea rota por una serie de azares irrelevantes (que una honda necesidad nuestra de sentido y forma convierte en azares sospechosos, pero ésa es otra película) y que la mayor parte del tiempo las cosas que nos suceden son bastante ajenas a nuestra voluntad: si en lugar de abrir tal libro aquel día en cierta librería, hubiera abierto tal otro, no habría leído esto o aquello y, por lo tanto, tampoco habría escrito esto o aquello. Eso es precisamente lo fascinante: que las cosas ocurran tan sin ton ni son, que todo sea tan aleatorio y no obedezca a propósito alguno, ni nuestro ni de una entidad superior. Es como una broma cósmica: ni el libro me busca a mí ni en realidad yo lo busco a él, pero nos encontramos, que es lo que cuenta al fin y al cabo, nuestras órbitas colisionan (quizá porque al impresor se le fue la mano con el color violeta de la portada, para desesperación del diseñador, y ese color reclama de pronto mi atención, vaya usted a saber) y entonces sucede que precisamente entre esas páginas que de forma tan azarosa han llegado a mis manos encuentro algo que, además de proporcionarme un montón de placer, o de provocarme un buen sobresalto intelectual, impulsa mi vida en determinada dirección. Qué vértigo, ¿no? Me pregunto cuántos encuentros de ese tipo me aguardan aún. Mmm…
—Alternas en este libro partes autobiográficas con los relatos, te mueves en un terreno un tanto ambiguo entre la realidad y la ficción. ¿Dirías pues que este libro puede ser incluido en esa corriente metaliteraria que mezcla la novela o el relato con otros géneros?
—La realidad y la ficción son dos conceptos muy imperialistas: la ficción invade la realidad en la misma medida en que la realidad invade la ficción, con lo cual nunca están demasiado claras las fronteras y tienden a existir Tierras de Nadie por las que alegremente transitamos los narradores. Eso desde siempre, desde que el mundo es mundo y los humanos contamos historias. Sin embargo, desde la posmodernidad (o la posposmodernidad) los narradores hemos empezado a hacer lo que siempre se ha hecho pero con alevosía. Descaradamente, sin el menor recato. Ya no hay inocencia en nosotros: sabemos que lo autobiográfico no es sino pura ficción, así que cuando más nos apoyamos en lo supuestamente real, lo biográfico, más tramposos somos. La misma realidad se ha vuelto magnífica en ese sentido. Cristina Fdez. Cubas comentaba recientemente que, al escribir Cosas que ya no existen se propuso por vez primera contar cosas reales, sin ápice de ficción. ¡Y le dieron el premio NH al mejor libro de relatos!
—¿Crees que existe una especie de equilibrio entre lo bueno y lo malo, entre la fortuna y la desgracia? Lo digo porque en varias de las historias juegas con esta idea.
—No creo en el equilibrio, sino en la duplicidad. Creo que la naturaleza de las cosas es doble; nada es sólo bueno, nada es sólo malo. Lo malo está en el origen de lo bueno y lo bueno a veces es lo peor. Si es verdad lo que decía Saint Éxupéry de que el hombre se mide contra los obstáculos, si es cierto que nos crecemos ante la adversidad, entonces la adversidad deja de ser sólo adversa para convertirse en otra cosa. Somos maestros alquimistas capaces de transformar las desgracias en venturas y los errores en aciertos; supongo que ahí es donde interviene nuestra voluntad. Y luego está la historia, casi un tópico ya, de aquel tipo cuya vida empezó a rodar pendiente abajo después de ganar la lotería que, en teoría, es lo mejor que puede ocurrirte en esta vida…
—¿Cuál ha sido el método que has seguido para la composición de este libro? ¿Escribiste primero los relatos y luego las circunstancias en que los hallaste o fue una redacción más lineal?
—Digamos que primero escogí los relatos y luego, cuando más o menos sabía cuáles eran los cuentos que incluiría, compuse el libro. La fase de composición fue la más atractiva y estimulante para mí; no sólo se trataba de inventar las circunstancias en las que cada cuento había caído en mis manos, sino de estibar el libro decidiendo qué circunstancia/cuento iba primero y cómo se iban hilvanando unas con otras. Me interesaba que los relatos de las circunstancias compusieran de algún modo una micronovela, con un personaje protagonista cuya voz imprime unidad. Y la verdad es que disfruté como una loca. De algún modo creo que con este libro he recuperado el placer de escribir como un juego; por eso resulta tan travieso y desacralizador.
—¿Dirías que este es el libro en el que más retos te has planteado?
—Creo honestamente que Media docena es más interesante que El vecino de abajo, por ejemplo. Para empezar, la idea de la que parte es mucho más audaz y original, más ambiciosa también. Es un libro de cuentos con una estructura muy pensada y sólida, muy trabajado globalmente. Y, sobre todo, es un libro que contiene dos libros, pero quiero creer que perfectamente enlazados, pese a que algún lector me haya confesado que leyó primero las apropiaciones, todas seguidas, y luego los cuentos. El gran reto era conseguir que, pese al juego formal, el libro no pecara de formalismo. Creo que cuando hablamos de “literatura experimental”, a menudo hablamos de experimentos fallidos que son un coñazo para el lector. Yo quería jugar con las formas y escribir en cierto modo una locura de libro, pero una locura placentera para el lector.
—Por último, ¿podrías decirnos algunos escritores que son imprescindibles para ti? Esos a los que no dudarías en robarles toda su obra si fuera posible.
—Hay tantos… Saki, Wilde, Buzzatti, Nabokov, Kafka, Dorothy Parker, Scott Fitzgerald, Boris Vian, Fante, Maupassant, Camus, Pérec, Calvino, Graham Greene, Rodoreda, Jesús Moncada. ¿Qué libros robaría? Montones: Lolita, para empezar, Nuestro hombre en la Habana y Viajes con mi tía, de Greene, El duelo y Lord Jim, de Conrad, El sabotaje amoroso, de Amélie Nothomb, El extranjero, de Camus, Les fleurs du mal (cómo me habría gustado escribirlo); creo que a veces olvido mencionar a Baudelaire, pero marcó absolutamente mi juventud. Me deslumbró, me subyugó. Sí, quizá si tuviera que elegir robar uno, me quedaría con Les Fleurs du mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario