Durante los últimos años, Edmundo Paz Soldán ha construido una producción novelística que ha despertado con singularidad el interés de la crítica. Él mencionó en una ocasión la impresión generalizada que observó de ésta, la cual afirmó que sus historias eran “atemporales” y que podían ocurrir en cualquier lugar. Es por ello interesante observar este rasgo en los vivos y los muertos, poder ver mezcladas y por partes separadas las piezas de esa Norteamérica real e imaginaria. Autor de novelas ya conocidas como Río Fugitivo (1998), Sueños Digitales (2000), El delirio de Turing (2003) y Palacio Quemado (2006). También coordinador con Alberto Fuguet la antología de cuentos Se habla Español – Voces Latinas en U.SA (2000) y la compilación de ensayos Bolaño Salvaje, coordinada junto a Gustavo Faverón sobre la obra del escritor chileno. Acerca de la concepción de su nueva novela, los materiales literarios que utiliza, lecturas sobre escritores actuales hispanoamericanos y españoles, etc. Paz Soldán nos habla.
—Cuéntanos cómo te preparas para escribir un cuento y novela. ¿Cómo te inspiras previamente?
Varía de cuento a cuento, de novela a novela. Por ejemplo, la novela que estoy escribiendo ahora comenzó con una noticia que escuché en CNN hace más de diez años. La noticia me impactó, pero luego pasé la página o al menos creí que lo había hecho. Sin embargo, a medida que pasaban los años, volvía de una u otra forma a esa noticia, y un día hace dos años surgió el germen de la historia y me animé a sentarme a escribirla. De modo que, por lo menos en las novelas, necesito muchos años para que la idea se vaya consolidando y pueda estar listo para escribirla.
—Mencionas en la nota final de “Los vivos y los muertos” que la idea de su creación se te ocurrió mientras mirabas un dossier periodístico sobre una serie de asesinatos ocurridos en los noventa en Dryden, un pueblo cercano a Ithaca, donde resides. Además de este dossier y dentro de tus lecturas y referencias de otras novelas, ¿Qué novelas pudieron inspirarte para “Los vivos y los muertos”?
Mientras agonizo, de William Faulkner, que me sirvió para la estructura narrativa. Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides, que me ayudó a encontrar un tono melancólico, algo elegíaco, para narrar la adolescencia en los Estados Unidos (aunque la novela de Eugenides tiene un lado cómico que no está en la mía). Zombie, de Joyce Carol Oates, y El coleccionista, de John Fowles, me ayudaron a meterme en la cabeza de un psicópata. A sangre fría, de Truman Capote, porque primero pensé en hacer una suerte de novela de no ficción, y aunque luego abandoné ese proyecto, quedaron algunas cosas en la arqueología del texto.
—En cierta medida, la novela parece ser un crudo retrato de la sociedad estadounidense y globalizada. Pero más allá de retener esa realidad, la novela hace un examen a fondo sobre la dificultad del individuo por relacionarse con sus semejantes aparcando la imperiosa necesidad de ser exitoso.
No era mi intención, pero luego, leyendo las reseñas, descubrí que se insistía mucho en eso, de que los personajes estaban muy solos. Y sí, comparo esta novela con otra que escribí sobre la adolescencia, Río Fugitivo, y hay una diferencia: mis adolescentes latinoamericanos están siempre acompañados, su vida es más colectiva; en cambio, los norteamericanos parecen siempre conectados pero en fondo todo lo suyo es más individual (incluso la estructura narrativa refleja eso: son múltiples voces, pero no suenan a concierto sino a monólogos desconectados).
—Los personajes de Los vivos y los muertos comparten, más o menos, aspiraciones y deseos que quieren ver luz pero existe un tedio invisible o blanco (recuerdo la presencia de la nieve en la novela). Blake decía en un poema que cuando los deseos no se realizan, se pudrían dentro pero en Madison la realización de algunos de estos terminan también con los personajes por dentro, diciéndolo de alguna forma.
Uno de los temas que siempre me ha interesado tiene que ver con la falta de “educación” del deseo. Varios de los personajes de la novela no pueden controlar su deseo, y ahí el extremo de ese descontrol es Webb, el psicópata. Lucha con sus instintos, duda, pero tampoco mucho, y cede, cede siempre. Por eso me encanta la frase de Joyce Carol Oates en el epígrafe; captura perfectamente ese impulso rabioso y fatal que termina condenando a Webb y a otros.
—La indiferencia, su grado cero, por decirlo, también aparece en la novela. Recuerdo por ejemplo al personaje “El enterrador” relatando sin ninguna identificación los planes que llevaría a cabo, algo bastante frecuente en la actualidad, una especie de psicopatología que convive en la cotidianeidad de manera bastante silenciosa.
Sí, algunos personajes narran lo que les ocurre con cierta distancia, como si todo le estuviera ocurriendo a otro. Hay una alienación del propio cuerpo, de los sentimientos de uno mismo.
—Todas tus novelas anteriores han sido ambientadas en Bolivia. ¿Cómo crees que sido percibida por la crítica “Los vivos y los muertos” en tu país natal?
Me ha sorprendido favorablemente. Las reseñas han sido muy positivas. Como vivo hace muchos años fuera de Bolivia, creo que la crítica tiene más problemas con las novelas que ambiento en Bolivia. Supongo que es normal.
—Las nuevas tecnologías han sido una preocupación notoria dentro de tu producción literaria. Tú llevas un blog muy dinámico, llamado como tu tercera novela “Río fugitivo”. Desde ahí, realizas breves reseñas, cuentas recuerdos de tu infancia en Bolivia o tu quehacer profesional en la Universidad de Cornell, recomiendas series de televisión, etc. ¿Cómo ves el desarrollo de estos temas en la producción novelística hispanoamericana actual?
Va y viene. Hay escritores como el mexicano Heriberto Yepez o el chileno Álvaro Bisama que han convertido estos temas en parte central de su novelística, pero parecería que este interés es más intenso hoy en los narradores españoles de la generación Nocilla. Lo noto en Fernández Mallo, en Vicente Luis Mora, en Jorge Carrión, por nombrar algunos.
—¿De qué forma otras expresiones artísticas estimulan tu creatividad, pensando en géneros como la poesía, la pintura, el cine o las series de televisión?
Los vivos y los muertos tiene un diálogo muy intenso con la música pop y el rock (una de las cosas que más me enorgullece es que la novela haya sido reseñada en la revista Rolling Stone). Y la novela que estoy escribiendo ahora tiene a una dibujante de comics como personaje principal, y otro personaje clave es un pintor, de modo que el dibujo, la pintura, las artes plásticas, son fundamentales para este nuevo proyecto. En cuanto al cine y la televisión, creo que están tan metidos en mi narrativa que ya ni me doy cuenta cuando estoy siendo influido por ellos.
—Finalizando, ¿En qué nuevos proyectos te encuentras?
En una nueva novela ambientada en los Estados Unidos. Y en un libro de cuentos, La inquietud, que Alfaguara publicará el próximo año.
* Entrevista de Eduardo Fariña
—Cuéntanos cómo te preparas para escribir un cuento y novela. ¿Cómo te inspiras previamente?
Varía de cuento a cuento, de novela a novela. Por ejemplo, la novela que estoy escribiendo ahora comenzó con una noticia que escuché en CNN hace más de diez años. La noticia me impactó, pero luego pasé la página o al menos creí que lo había hecho. Sin embargo, a medida que pasaban los años, volvía de una u otra forma a esa noticia, y un día hace dos años surgió el germen de la historia y me animé a sentarme a escribirla. De modo que, por lo menos en las novelas, necesito muchos años para que la idea se vaya consolidando y pueda estar listo para escribirla.
—Mencionas en la nota final de “Los vivos y los muertos” que la idea de su creación se te ocurrió mientras mirabas un dossier periodístico sobre una serie de asesinatos ocurridos en los noventa en Dryden, un pueblo cercano a Ithaca, donde resides. Además de este dossier y dentro de tus lecturas y referencias de otras novelas, ¿Qué novelas pudieron inspirarte para “Los vivos y los muertos”?
Mientras agonizo, de William Faulkner, que me sirvió para la estructura narrativa. Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides, que me ayudó a encontrar un tono melancólico, algo elegíaco, para narrar la adolescencia en los Estados Unidos (aunque la novela de Eugenides tiene un lado cómico que no está en la mía). Zombie, de Joyce Carol Oates, y El coleccionista, de John Fowles, me ayudaron a meterme en la cabeza de un psicópata. A sangre fría, de Truman Capote, porque primero pensé en hacer una suerte de novela de no ficción, y aunque luego abandoné ese proyecto, quedaron algunas cosas en la arqueología del texto.
—En cierta medida, la novela parece ser un crudo retrato de la sociedad estadounidense y globalizada. Pero más allá de retener esa realidad, la novela hace un examen a fondo sobre la dificultad del individuo por relacionarse con sus semejantes aparcando la imperiosa necesidad de ser exitoso.
No era mi intención, pero luego, leyendo las reseñas, descubrí que se insistía mucho en eso, de que los personajes estaban muy solos. Y sí, comparo esta novela con otra que escribí sobre la adolescencia, Río Fugitivo, y hay una diferencia: mis adolescentes latinoamericanos están siempre acompañados, su vida es más colectiva; en cambio, los norteamericanos parecen siempre conectados pero en fondo todo lo suyo es más individual (incluso la estructura narrativa refleja eso: son múltiples voces, pero no suenan a concierto sino a monólogos desconectados).
—Los personajes de Los vivos y los muertos comparten, más o menos, aspiraciones y deseos que quieren ver luz pero existe un tedio invisible o blanco (recuerdo la presencia de la nieve en la novela). Blake decía en un poema que cuando los deseos no se realizan, se pudrían dentro pero en Madison la realización de algunos de estos terminan también con los personajes por dentro, diciéndolo de alguna forma.
Uno de los temas que siempre me ha interesado tiene que ver con la falta de “educación” del deseo. Varios de los personajes de la novela no pueden controlar su deseo, y ahí el extremo de ese descontrol es Webb, el psicópata. Lucha con sus instintos, duda, pero tampoco mucho, y cede, cede siempre. Por eso me encanta la frase de Joyce Carol Oates en el epígrafe; captura perfectamente ese impulso rabioso y fatal que termina condenando a Webb y a otros.
—La indiferencia, su grado cero, por decirlo, también aparece en la novela. Recuerdo por ejemplo al personaje “El enterrador” relatando sin ninguna identificación los planes que llevaría a cabo, algo bastante frecuente en la actualidad, una especie de psicopatología que convive en la cotidianeidad de manera bastante silenciosa.
Sí, algunos personajes narran lo que les ocurre con cierta distancia, como si todo le estuviera ocurriendo a otro. Hay una alienación del propio cuerpo, de los sentimientos de uno mismo.
—Todas tus novelas anteriores han sido ambientadas en Bolivia. ¿Cómo crees que sido percibida por la crítica “Los vivos y los muertos” en tu país natal?
Me ha sorprendido favorablemente. Las reseñas han sido muy positivas. Como vivo hace muchos años fuera de Bolivia, creo que la crítica tiene más problemas con las novelas que ambiento en Bolivia. Supongo que es normal.
—Las nuevas tecnologías han sido una preocupación notoria dentro de tu producción literaria. Tú llevas un blog muy dinámico, llamado como tu tercera novela “Río fugitivo”. Desde ahí, realizas breves reseñas, cuentas recuerdos de tu infancia en Bolivia o tu quehacer profesional en la Universidad de Cornell, recomiendas series de televisión, etc. ¿Cómo ves el desarrollo de estos temas en la producción novelística hispanoamericana actual?
Va y viene. Hay escritores como el mexicano Heriberto Yepez o el chileno Álvaro Bisama que han convertido estos temas en parte central de su novelística, pero parecería que este interés es más intenso hoy en los narradores españoles de la generación Nocilla. Lo noto en Fernández Mallo, en Vicente Luis Mora, en Jorge Carrión, por nombrar algunos.
—¿De qué forma otras expresiones artísticas estimulan tu creatividad, pensando en géneros como la poesía, la pintura, el cine o las series de televisión?
Los vivos y los muertos tiene un diálogo muy intenso con la música pop y el rock (una de las cosas que más me enorgullece es que la novela haya sido reseñada en la revista Rolling Stone). Y la novela que estoy escribiendo ahora tiene a una dibujante de comics como personaje principal, y otro personaje clave es un pintor, de modo que el dibujo, la pintura, las artes plásticas, son fundamentales para este nuevo proyecto. En cuanto al cine y la televisión, creo que están tan metidos en mi narrativa que ya ni me doy cuenta cuando estoy siendo influido por ellos.
—Finalizando, ¿En qué nuevos proyectos te encuentras?
En una nueva novela ambientada en los Estados Unidos. Y en un libro de cuentos, La inquietud, que Alfaguara publicará el próximo año.
* Entrevista de Eduardo Fariña
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