—Su novela es una reivindicación de los altos vuelos que puede alcanzar la novela de género. ¿Algo que añadir a las muchas páginas de la novela?
Supongo que como se suele decir, lo he demostrado con hechos. En mi opinión, las historias de género -¿cuál no lo es?- no tienen por qué excluir los valores de la literatura con mayúsculas. Yo empecé escribiendo cuentos de ciencia ficción, e intenté hacerlo siempre con una prosa de calidad porque independientemente al amor que pueda sentir por el género, también amo la literatura, la musicalidad del lenguaje, la potencialidad de las palabras… En El mapa del tiempo he adaptado mi escritura porque tenía que trabajar con una historia más dinámica que las que generalmente alumbran mis cuentos, pero intentando que pese a ello también tuviera un valor en si mismo, que ofreciera un placer estético.
—¿El homenaje a H. G. Wells está en el origen del texto o hay algo más?
Antes de embarcarme en esta novela, Wells era uno de mis autores de cabecera. Creo que fue un auténtico visionario: con La máquina del tiempo inauguró el subgénero de los viajes temporales y con La guerra de los mundos el de las invasiones extraterrestres… Pero ahora, tras documentarme sobre la vida del escritor, me atrevería a decir que lo conozco como persona. El homenaje, pues, no se limita al origen del texto sino que toda la novela, y su protagonismo en ella, puede considerarse un homenaje a su visión lúdica de la literatura, al menos en el periodo que recoge. Y he de confesarle que Wells ha demostrado ser un personaje realmente atractivo para un escritor, mucho más de lo que en principio esperaba. Me he sentido muy cómodo en su piel.
—¿Novela de género o de géneros? Porque hay policíaco, histórico, de ficción científica...
Romántico… Hay quien ha visto también un homenaje a los libros de autoayuda en la escena de Wells y Merrick. Por supuesto, huelga decir que no se trata de algo deliberado por mi parte: sencillamente la historia fue saltando de un género a otro con naturalidad, siguiendo la lógica interna del relato. Ahora me gusta su aire inclasificable, porque las etiquetas siempre restringen, aunque creo que de inscribirse en un género sería en el género de aventuras. En el fondo es un homenaje a todos esos libros que leímos de pequeño y nos hicieron soñar.
—Ya sé que se lo han preguntado muchas veces, pero es difícil no insistir. Ha pasado usted de ser un militante del cuento a un novelista de largo aliento. ¿No tiene término medio?
Jajaja… Si por término medio se refiere a una novela corta, la verdad es que aún no he probado esa distancia. Tengo dos novelas anteriores, sin embargo, aunque no pesan tanto como El mapa del tiempo, por lo que me atrevería a decir que las 622 páginas de ésta última no deberían resultar tan extrañas, sobre todo teniendo en cuenta que no podría haber contado en menos páginas la historia que recoge. Una de las cosas que más me satisfacen es que, pese al elevado número de páginas, no sobra ninguna, al menos eso creo. Algunos lectores incluso me han dicho que desearían más páginas, que les gustaría que la novela no acabara nunca.
De todos modos, pese a mi amor por el cuento, no me considero un cuentista militante. Siempre he dicho que soy un cuentista más casual que vocacional. Creo que soy ante todo un narrador, y cada historia, obviamente, exige su espacio. Cuando empecé a trazar el argumento de El mapa del tiempo comprendí que sería una novela extensa, más que cualquiera que hubiese escrito hasta entonces, pero eso no me amedrentó y ahora que ha cobrado existencia física, que se puede tocar y ver en los escaparates, le confesaré que yo mismo me sorprendo de sus dimensiones. Y la verdad es que su escritura me ha hecho perderle el miedo no sólo a las largas distancias, sino a muchas otras cosas, como a manejar personajes reales o a documentarme sobre épocas del pasado, por ejemplo.
—Es evidente que piensa usted en el lector cuando escribe, que le tiene en cuenta. Desde ese punto de vista, no debería sorprenderle el éxito de su novela. Digamos que está hecha para eso. ¿Le sorprende?
Vayamos por partes. Es cierto que siempre que escribo algo tengo presente al lector. Creo que todo arte es fundamentalmente un diálogo con un receptor, un acto de comunicación. No soy de esos escritores que escriben para sí mismos las cosas que les gustan, no, todo lo contrario: intento transmitirle al lector la misma pasión que yo siento por los asuntos sobre los que escribo. Al poco de ser editado, El mapa del tiempo fue saludado como un best seller, cosa que me sorprendió, porque si mi intención hubiese sido escribir un best seller hubiese introducido intrigas vaticanas, cuadros malditos y sectas satánicas, aunque fuesen de enfermos del riñón, pero yo he escrito una historia sustentada sobre los viajes temporales, una temática propia de la ciencia ficción, que es un género que en nuestro país, desgraciadamente, no cuenta con demasiados lectores. Y con esto respondo a su segunda pregunta: sí que me sorprende el éxito que está teniendo mi novela, o mejor dicho, me sorprende haber logrado despertar el interés del público con una propuesta tan poco convencional, por decirlo de algún modo.
—La semana pasada se conocía la noticia de la venta de la novela a Simon & Shuster, una de las más prestigiosas editoriales de los Estados Unidos. Y también se ha vendido ya a Nueva Zelanda, Italia, Brasil, Portugal y Noruega, y suma y sigue... En la nota de prensa se hablaba de una revelación literaria a la altura de La sombra del viento. ¿Le tiene miedo a lo que pueda pasar o se siente preparado para hacerle frente?
Le confieso que algo de miedo tengo, pero también me siento con la madurez suficiente –¡acabo de cumplir los cuarenta!- para hacer frente a lo que venga, y sobre todo con la tranquilidad de espíritu adecuada para disfrutarlo.
Supongo que como se suele decir, lo he demostrado con hechos. En mi opinión, las historias de género -¿cuál no lo es?- no tienen por qué excluir los valores de la literatura con mayúsculas. Yo empecé escribiendo cuentos de ciencia ficción, e intenté hacerlo siempre con una prosa de calidad porque independientemente al amor que pueda sentir por el género, también amo la literatura, la musicalidad del lenguaje, la potencialidad de las palabras… En El mapa del tiempo he adaptado mi escritura porque tenía que trabajar con una historia más dinámica que las que generalmente alumbran mis cuentos, pero intentando que pese a ello también tuviera un valor en si mismo, que ofreciera un placer estético.
—¿El homenaje a H. G. Wells está en el origen del texto o hay algo más?
Antes de embarcarme en esta novela, Wells era uno de mis autores de cabecera. Creo que fue un auténtico visionario: con La máquina del tiempo inauguró el subgénero de los viajes temporales y con La guerra de los mundos el de las invasiones extraterrestres… Pero ahora, tras documentarme sobre la vida del escritor, me atrevería a decir que lo conozco como persona. El homenaje, pues, no se limita al origen del texto sino que toda la novela, y su protagonismo en ella, puede considerarse un homenaje a su visión lúdica de la literatura, al menos en el periodo que recoge. Y he de confesarle que Wells ha demostrado ser un personaje realmente atractivo para un escritor, mucho más de lo que en principio esperaba. Me he sentido muy cómodo en su piel.
—¿Novela de género o de géneros? Porque hay policíaco, histórico, de ficción científica...
Romántico… Hay quien ha visto también un homenaje a los libros de autoayuda en la escena de Wells y Merrick. Por supuesto, huelga decir que no se trata de algo deliberado por mi parte: sencillamente la historia fue saltando de un género a otro con naturalidad, siguiendo la lógica interna del relato. Ahora me gusta su aire inclasificable, porque las etiquetas siempre restringen, aunque creo que de inscribirse en un género sería en el género de aventuras. En el fondo es un homenaje a todos esos libros que leímos de pequeño y nos hicieron soñar.
—Ya sé que se lo han preguntado muchas veces, pero es difícil no insistir. Ha pasado usted de ser un militante del cuento a un novelista de largo aliento. ¿No tiene término medio?
Jajaja… Si por término medio se refiere a una novela corta, la verdad es que aún no he probado esa distancia. Tengo dos novelas anteriores, sin embargo, aunque no pesan tanto como El mapa del tiempo, por lo que me atrevería a decir que las 622 páginas de ésta última no deberían resultar tan extrañas, sobre todo teniendo en cuenta que no podría haber contado en menos páginas la historia que recoge. Una de las cosas que más me satisfacen es que, pese al elevado número de páginas, no sobra ninguna, al menos eso creo. Algunos lectores incluso me han dicho que desearían más páginas, que les gustaría que la novela no acabara nunca.
De todos modos, pese a mi amor por el cuento, no me considero un cuentista militante. Siempre he dicho que soy un cuentista más casual que vocacional. Creo que soy ante todo un narrador, y cada historia, obviamente, exige su espacio. Cuando empecé a trazar el argumento de El mapa del tiempo comprendí que sería una novela extensa, más que cualquiera que hubiese escrito hasta entonces, pero eso no me amedrentó y ahora que ha cobrado existencia física, que se puede tocar y ver en los escaparates, le confesaré que yo mismo me sorprendo de sus dimensiones. Y la verdad es que su escritura me ha hecho perderle el miedo no sólo a las largas distancias, sino a muchas otras cosas, como a manejar personajes reales o a documentarme sobre épocas del pasado, por ejemplo.
—Es evidente que piensa usted en el lector cuando escribe, que le tiene en cuenta. Desde ese punto de vista, no debería sorprenderle el éxito de su novela. Digamos que está hecha para eso. ¿Le sorprende?
Vayamos por partes. Es cierto que siempre que escribo algo tengo presente al lector. Creo que todo arte es fundamentalmente un diálogo con un receptor, un acto de comunicación. No soy de esos escritores que escriben para sí mismos las cosas que les gustan, no, todo lo contrario: intento transmitirle al lector la misma pasión que yo siento por los asuntos sobre los que escribo. Al poco de ser editado, El mapa del tiempo fue saludado como un best seller, cosa que me sorprendió, porque si mi intención hubiese sido escribir un best seller hubiese introducido intrigas vaticanas, cuadros malditos y sectas satánicas, aunque fuesen de enfermos del riñón, pero yo he escrito una historia sustentada sobre los viajes temporales, una temática propia de la ciencia ficción, que es un género que en nuestro país, desgraciadamente, no cuenta con demasiados lectores. Y con esto respondo a su segunda pregunta: sí que me sorprende el éxito que está teniendo mi novela, o mejor dicho, me sorprende haber logrado despertar el interés del público con una propuesta tan poco convencional, por decirlo de algún modo.
—La semana pasada se conocía la noticia de la venta de la novela a Simon & Shuster, una de las más prestigiosas editoriales de los Estados Unidos. Y también se ha vendido ya a Nueva Zelanda, Italia, Brasil, Portugal y Noruega, y suma y sigue... En la nota de prensa se hablaba de una revelación literaria a la altura de La sombra del viento. ¿Le tiene miedo a lo que pueda pasar o se siente preparado para hacerle frente?
Le confieso que algo de miedo tengo, pero también me siento con la madurez suficiente –¡acabo de cumplir los cuarenta!- para hacer frente a lo que venga, y sobre todo con la tranquilidad de espíritu adecuada para disfrutarlo.
* Entrevista de Care Santos
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