—La primera pregunta es obligada. ¿Qué hay entre usted y Nathaniel Hawthorne?
—Hay una conexión inicial un poco azarosa, puesto que decidí utilizarlo como personaje porque encajaba con una parte de la historia que finalmente eliminé de la novela. Hay un grato descubrimiento: a Hawthorne yo lo conocía por Wakefield y por unos pocos relatos fantásticos, y no me parecía que me pudiera interesar demasiado el resto de su obra; sin embargo, al final sí lo ha hecho, sobre todo algunos textos autobiográficos considerados menores en su producción. Y hay también ese sentimiento de fraternidad diferida en el tiempo que llega a sentirse con un autor cuando hemos compartido con sus libros un período largo y continuado.
—En la ficha biográfica que acompaña al libro confiesa usted que le gusta más leer que escribir. ¿Escribir es una consecuencia de leer, entonces?
—Cuando el futbolista Antonio Cassano publicó su segundo libro dejó esta maravillosa frase para la posteridad, que refuta esa afirmación: «Ahora puedo decir que he escrito más libros de los que he leído». De modo que no, escribir no es, necesariamente, una consecuencia de leer. Al menos no de manera general, y no estoy muy seguro de si lo es en mi caso en concreto.
—El joven Nathaniel Hathorne es una novela que trata de libros y literatura. ¿Escribe para lectores con cierta cultura literaria?
—No creo que escribir para cierto tipo de lectores sea una decisión que uno pueda tomar deliberadamente; se escribe a partir de los temas que nos obsesionan y de nuestras afinidades literarias, y, claro, también limitados por nuestras capacidades. Supongo que, a pesar de que he intentado que la historia pudiera ser disfrutada por cualquier tipo de lector, sí puede decirse que es fundamentalmente una novela para lectores voraces. No sé si es lo que he querido hacer, pero es, en cualquier caso, lo que he sabido hacer.
—Uno de los ejes vertebradores de la trama es una obsesión que suele afectar a los escritores: que otro se adelante a sus ideas, o que le ocurra lo mismo que a varios más. ¿Padece usted esta obsesión?
—Padezco (o padecía, tal vez con este libro la haya exorcizado) esta obsesión, como supongo que la padecerá casi cualquier persona que haya dedicado tiempo a imaginar historias. Varias veces he comprobado cómo algunas ideas que creía mías ya habían sido llevadas a cabo por otros, en ocasiones mucho tiempo antes y a veces después de que yo tuviera la idea. El principal consuelo, o la humillación añadida, según se mire, es que en la mayoría de casos termino por reconocer que esos textos que se me han anticipado son mejores que los que yo mismo podría haber escrito a partir de aquellas ideas.
—Si tuviera que recomendar libros (ajenos) que hablan sobre libros, no podrían faltar los siguientes tres:
—No podría faltar alguno (casi cualquiera) de Borges, y otro (también casi cualquiera) de Vila-Matas, dos autores que, cada uno a su modo, escriben a partir de los textos de los demás. También añadiría El loro de Flaubert, de Julian Barnes, un libro que leí durante el proceso de escritura del mío, y que me hizo perder dos miedos: el miedo a incorporar partes casi ensayísticas en la novela, y el miedo a humanizar un poco el libro incorporando a las divagaciones literarias y metaliterarias una historia paralela mucho más personal sobre la vida del narrador.
—Está claro que es usted devorador de literatura decimonónica inglesa. ¿Qué encuentra usted en esa literatura que le falte al XIX autóctono?
—Aunque había leído bastante (cómics, novelas de aventuras y best-sellers de terror), el primer libro que me impresionó, con 12 o 13 años, fueron las Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe. Desde entonces, leer cuento fantástico del XIX y principios del XX se ha ido convirtiendo a lo largo de los años en un hábito casi inevitable, y los autores que me gustan más suelen ser anglosajones, donde la tradición de la literatura de género ha sido siempre fuerte y diversa. En las literaturas española y catalana de esas épocas la tradición fantástica es bastante deficiente; hay excepciones, y algunas antologías han intentado rescatar ejemplos de ella, pero es innegable que no son ni remotamente comparables al talento acumulado en el ámbito anglosajón.
—¿Qué escribe ahora?
—Escribo un libro infantil y algunos ejercicios de estilo, mientras termino de decidirme por alguna de las dos ideas para novelas cortas que me rondan desde hace tiempo.
Fotografías © Xavier Serrahima
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