Entrevista de Care Santos
Una sorprendente ópera prima ha agotado esta temporada los elogios de críticos y editores: Intemperie, de Jesús Carrasco, publicada por Seix Barral. Su autor, de poco más de cuarenta años, extremeño —de Badajoz— y afincado en Sevilla, ha escrito una fábula de la desolación en que un niño es el protagonista. A través de un lenguaje certero, tan despoblado de elementos superfluos como el propio paisaje que describe, Carrasco traza la metáfora de un mundo que está mucho más cerca de lo que imaginamos. En esta entrevista, exclusiva para La tormenta en un vaso, el autor no habla de su personal ritmo de escritura, comparte su visión del mundo literario, explica cuál es su relación con ciertos géneros literarios y deja en el aire algunas incertidumbres inesperadas.
—¿Qué se siente cuando le emparentan a uno literariamente con Delibes, Llamazares o McCarthy?
—Al principio, desconcierto. En este momento, no es tanto un sentimiento, como un entendimiento. A medida que voy conociendo el funcionamiento del mundo editorial, voy comprendiendo sus códigos. Ahora sé lo difícil que es dar a conocer "a pelo" a un autor inédito. Para hacerlo, lo más eficaz es colocar el nombre del nuevo junto al de autores consagrados, no tanto para comparar sus calidades, como para acotar el territorio literario en el que habita el desconocido.
—Tardó 20 años antes de decidirse a dar algo a un editor para su publicación. ¿Es lo suyo un elogio de la lentitud o alguna patología que podamos conocer?
—Ambas cosas. Soy lentísimo, escribiendo y viviendo. En cuanto a la patología, podríamos referirnos a ella como autocrítica. No he llamado a la puerta antes porque no tenía nada que ofrecer que me gustara, al menos en el terreno de la literatura para adultos.
—Esa tierra de la despoblación y de la desolación que retrata su novela, ¿busca convertirse en metáfora de alguna tierra real?
—Sí, pero no estrictamente. El territorio de la novela está inspirado en el mundo real. El castillo, el olivar o el pueblo abandonado, existen de verdad, pero solo los reconocerán como reales aquellos lectores que vivan en esa zona. Para el resto de lectores, la mayoría, el territorio conserva toda su carga metafórica. La sequedad y la planicie como representación de la dimensión mezquina y aburrida de la existencia.
—Su novela no está dividida formalmente en varias partes, pero tiene dos muy distintas: en la primera, la acción discurre con lentitud, no parece que pase nada. Es a partir de la mitad, más o menos, que todo cambia y atrapa de verdad al lector. ¿Era consciente, durante la escritura, de que generaría este efecto?
—Mi intención era trazar una línea ascendente, pero lo cierto es que, durante la escritura, al menos en mi caso, estás tan cerca de lo que haces que no ves bien el conjunto. Cuando terminé la novela, la dejé reposar durante unas semanas para poder leerla íntegra con cierta frescura mental. Ahí fue cuando percibí nítidamente las aceleraciones del texto.
—Me llevo bien, pero a mi manera. Salvo casos excepcionales, no me siento identificado con el ratamiento que la literatura, o el cine, han hecho de eso que llamamos épica. Seguramente, por diferencias a la hora de decidir aquello que es heroico. Dice Baudelaire que la tarea del héroe consiste en buscar lo nuevo braceando en las profundidades de lo desconocido. Ese podría ser el esquema tradicional. El concepto de lo heroico que me interesa, es una versión modificada del pensamiento de Baudelaire. El héroe que busca lo nuevo pero braceando en la superficie de lo conocido. La persona que, sin salir de su casa, se mira y se transforma. ¿Existe algo más heroico que vencer las propias resistencias?
—El libro ha estado —está aún— en las listas de más vendidos durante semanas, ha sido traducido a un buen número de lenguas. ¿Ha tenido que tomar usted algo especial para hacer la digestión de un éxito tan monumental?
—Sinceramente, no tengo conciencia de estar teniendo un éxito monumental. Me siento como el amigo que no puede beber porque tiene que conducir. Me encuentro en medio de una gran fiesta profesional, pero me cuesta perder la cabeza.
—¿Tiene originales en el cajón?
—No sé si tengo esos originales en un cajón o en una sepultura. Donde sea que estén, hay tres novelas: dos infantiles y una para adultos. También varias colecciones de relatos y algunas cosas más.
—Supongo que sus editores querrán que les libre algo antes de que pasen otros 20 años. ¿Lo hará?
—Eso, no lo puedo asegurar.
1 comentario:
Al revés, a mi el libro, pese a su lentitud, me pareció todo un prodigio en las primeras cuarenta páginas, aunque no cuente nada (la violencia que se respira, la agonía de una huída cuyo motivo desconoce el lector). Después, y aunque la acción trepidante también engancha, creo que a la obra le faltan algunas páginas que expliquen o sugieran al menos determinadas apariciones de algunos personajes. Se hace demasiado abrupto el desenlace. No quería una novela de 400 páginas, pero creo que le ha podido la brevedad para explicar algunas conductas. Lo demás (estilo, lenguaje, dominio del diálogo y un poderoso final) me encanta.
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