Entrevista de Gregorio León
¿Se imaginan a Philip Marlow, el inolvidable personaje creado por Raymond Chandler y al que le pusimos cara gracias a Humphrey Bogart, paseando por un Berlín en el que ondean banderas con esvásticas, se suceden los desfiles militares y las masas se entregan con una mezcla de fervor e irracionalidad a la oratoria inflamada de Adolf Hitler? Quién mejor lo ha hecho ha sido Philip Kerr, autor nacido en Edimburgo y que ha ganado recientemente el Premio de Novela Negra RBA. Es la sexta entrega de Berlín Noir". Lejos queda ya Violetas de marzo, donde nos presentó a Bernard Gunther, que dejó su trabajo de sargento de la brigada criminal de la KRIPO para convertirse en detective privado.
Empeñado en nadar contra corriente y atacar las ideas que propugna una nueva religión llamada nacionalsocialismo, se busca la vida entrando en sus cloacas. Su cinismo le hace subrevivir en un mundo hostil, que aparece en cualquier parte del mundo (Berlín, Buenos Aires o La Habana) porque en cualquier parte del mundo encuentras un ser humano. La frase que resume toda la filosofía de su protagonista la encontramos al final de la novela: "por suerte, a los hombres sólo les vemos la cara, no el corazón". LA TORMENTA EN UN VASO, gracias al trabajo de Laia Esqué y Anik Lapointe, estuvo con Philip Kerr reconociendo las huellas del Tercer Reich. La primera cita, en la que se desarrolla esta entrevista, el hotel Adlon, en el que no es difícil imaginarse que mientras haces la entrevista, arranca una historia de espías o de amor. Al lado, nos observa la puerta del Brandenburgo.
—¿Por qué tanto tiempo desde que escribe las tres primeras novelas de la serie "Berlin Noir" y la recuperación del personaje de Bernie Gunther?
—Es curioso. Pero no pensaba encontrarme una demanda popular tan alta para que de nuevo le diera vida a Bernie. Y pensé que era momento de recuperarlo, de colocarlo de nuevo en escena, con sus actos heroícos y con sus comportamientos discutibles, porque todo eso está dentro del mismo personaje. Lo que jamás imaginé es que iba a tardar tantos años en hacerlo. Y ahora reaparece, sin cambiar su fisonomía. Siento no darle un final feliz a mis personajes o a mis historias. Pero es que yo soy un autor cruel en ese aspecto.
—En sus novelas es claramente perceptible el peso del pasado sobre el presente.
—Sí, en efecto. Es la culpabilidad lo que, a mi juicio, hace que Bernie Gunther sea un personaje tan interesante. Todo lo que ha vivido previamente tiene una gran importancia emocional. Y todo eso, en una atmósfera tan extraña como la de la Alemania nazi, donde todo villano es superado por otro villano aun mayor.
—Bernie Gunther aparece ahora en La Habana de 1954, y tiene que investigar la muerte de Max Reles, con el que ya coincidió en el Berlín de los años 30. ¿Por qué le gusta tanto mover a su personaje por distintos escenarios?
—Bernie Gunther está escapando constantemente. Es una especie de holandés errante. Y eso me permite escribir y describir situaciones y lugares que hagan más interesante la historia para el lector. Dejar al protagonista en un mismo sitio siempre sería muy aburrido.
—En Si los muertos no resucitan Bernie Gunther acaba contratado por un mafioso como Meyer Lansky. ¿Cómo se le ocurrió esta idea?
—La primera vez que me fijé en la relevancia que tuvo Meyer Lansky en el crimen organizado fue cuando lo descubrí en la segunda parte de El Padrino". Era un hombre osado. Pretendió ejecutar en La Habana las mismas ideas audaces que había tenido para otras partes del mundo, con el fin de crear una cadena de hoteles y de casinos al servicio del turismo mundial. Y en mi novela Lansky ve a Bernie Gunther como el empleado perfecto para desarrollar esos fines. En todo caso, a pesar de la mala fama de ese personaje mafioso, no es de los peores que aparecen en Si los muertos no resucitan.
—¿Por qué esa Habana prerrevolucionaria es una constante provocación para un creador? Citaba usted a Coppola, y yo propongo otro nombre: Graham Greene.
—Una de las razones por las que quería llevarme a mi personaje a La Habana era comprar los ambientes viciosos de las dos ciudades, Berlín y la capital de Cuba. Las dos estaban igual de pervertidas. Si tú te acercas al hotel Inglaterra, que es el que aparece en la novela de Graham Greene, te encuentras justamente las mismas escenas de hace cincuenta años: niñas ofreciendo sus servicios a los turistas que están sentados en la terraza. Es más, el autor de Nuestro hombre en La Habana era cliente habitual del teatro Shanghai, que era un antro que ofrecía todo tipo de servicios pornográficos. Claro, la gran diferencia entre Graham Greene y yo es que a mí no me interesa en absoluta esa oferta.
—A Fulgencio Batista parece que lo único que le interesaba era su treinta y por ciento.
—Sí, el porcentaje que recibía por cada uno de sus negocios ilícitos era su auténtica obsesión, y no la prosperidad del país que gobernaba. Eso que hemos visto en alguna película, con maletas cargadas de dinero entrando en el avión que llevó a Batista a Miami, es completamente cierto. Lo que pasa es que me resulta imposible colocar a Batista en el mismo plano que Stalin o Hitler. El presidente cubano fue capaz de soltar a Fidel Castro, a pesar de lo que había ocurrido con el asalto al cuartel Moncada. Y los otros, ya se conoce suficientemente lo que hacían con sus presos.
—¿Quién era el personaje más inteligente de todos los jerarcas que rodeaban a Hitler?
—Sin duda, Joseph Goebbels. Era un hombre divertido, inteligente, extrovertido. Y además, tenía mucho éxito con las mujeres. Tenía un pie deforme y era bajito, pero eso no suponía ningún complejo para él. Le gustaban particularmente altas y rubias, y se le daban bastante bien. Corría un rumor en el Berlín de aquellos años: que el pie de Goebbels no era realmente eso, sino la pata de un macho cabrío. Era una forma de entender la atracción que ejercía sobre las mujeres.
—Uno de los tipos más desconocidos era Himmler, y sin embargo, era el arquitecto del mal.
—Es verdad. No tiene tanta popularidad como Goebbels, por citar el ejemplo de la pregunta anterior. Pero fue un colaborador fiel de Hitler, hasta que al final lo traiciona, al intentar establecer contacto con los Aliados. Pensó que tenía en sus manos armas suficientes para dirigir el proceso de transición sin que fuera considerado un criminal de guerra. Lo más curioso es que a Hitler le encantaba suscitar disputas entre sus colaboradores. Por ejemplo, Himmler no tragaba a Göring, y Goebbels odiaba a Himmler. Y los oficiales de la Wehrmacht odiaban a las SS. Para los Aliados eso fue una cosa buena, porque estas fuerzas, lejos de ser eficaces, se anulaban.
—¿Por qué es tan importante en sus novelas la localización de exteriores, el gusto por el detalle?
—Los pequeños detalles hacen el libro mucho más convincente. Todo adquiere mayor credibilidad. Y a mí me gusta pintar mis descripciones con pequeños detalles que den vida. Una canción, el nombre de un cabaret, la marca de una espuma de afeitar. Todo eso convierte a la novela en un artefacto potente, capaz de atrapar al lector.
—La primera parte de Si los muertos no resucitan se centra en los preparativos de los Juegos Olímpicos de Berlín. ¿Qué opina de lo que ocurrió realmente con esa cita olímpica? Se lo pregunto cuando Londres va a tener otra en 2012.
—Aquellos Juegos debieron ser los últimos que se organizaran. El Comité Olímpico Internacional es una institución fascista. Los Juegos no son otra cosa que tres semanas de estupidez y frivolidad al tiempo que un montón de gente agita absurdamente sus banderitas. Y todo eso fue invento de los nazis. Lo penoso fue que Estados Unidos tuvo en su mano cambiar el curso de la historia. Si no hubiera participado en las Olimpiadas, tampoco lo hubiera hecho Inglaterra, y como consecuencia, Francia, de tal modo que se hubiera producido un boicot que las habría abortado, y eso habría supuesto un golpe mortal en términos de prestigio para el régimen nacionalsocialista. Pero muchos enviados especiales regresaron a América diciendo que no habían encontrado ningún signo de antisemitismo en Alemania. La Historia se habría escrito de otra manera si se hubiera contado la verdad.
EN LA MISMA HABITACIÓN DE MICHAEL JACKSON. El Adlon, aparte de ser uno de los escenarios recurrentes de sus novelas, es uno de los hoteles más lujosos del mundo. Philip Kerr se alojó justo en la misma habitación que ocupó Michael Jackson cuando la denominada estrella del pop protagonizó uno de los incidentes más tristes de su biografía: sacó a su bebé por el balcón de su habitación, y jugó a lanzarlo al vacío. Nos cuenta el propio Philip Kerr que, nada más anunciarse la muerte de Michael Jackson, empezaron a producirse llamadas para reservar la misma habitación desde la que el cantante perpetró una de sus discutibles extravagancias.
EL PREMIO DE NOVELA NEGRA MÁS GRANDE. El premio que ha ganado Philip Kerr tiene una dotación económica de 125.000 euros. Es el que tiene una compensación más elevada de los que se fallan en todo el mundo dentro del género negro. La editorial RBA lo puso en marcha hace tres años. Los dos primeros ganadores fueron dos veteranos de las letras, los dos abuelos: Francisco González Ledesma y Andrea Camilleri. El tercero es un escocés al que hay que mirar su documento nacional de identidad para comprobar que en efecto, tiene más de cincuenta años (y un pacto con el diablo). Sus novelas han sido traducidas a más de cuarenta idiomas. Periódicos como "The Times" o "The Washington Post" se han rendido a sus historias poderosas y originales.
Gracias a la editora Anik Lapointe, lo podemos leer en RBA. Estos son los seis títulos ambientados en la Alemania nazi: Violetas de marzo, Pálido criminal, Réquiem alemán, Unos por otros, Una llama misteriosa y Si los muertos no resucitan.
—¿Por qué tanto tiempo desde que escribe las tres primeras novelas de la serie "Berlin Noir" y la recuperación del personaje de Bernie Gunther?
—Es curioso. Pero no pensaba encontrarme una demanda popular tan alta para que de nuevo le diera vida a Bernie. Y pensé que era momento de recuperarlo, de colocarlo de nuevo en escena, con sus actos heroícos y con sus comportamientos discutibles, porque todo eso está dentro del mismo personaje. Lo que jamás imaginé es que iba a tardar tantos años en hacerlo. Y ahora reaparece, sin cambiar su fisonomía. Siento no darle un final feliz a mis personajes o a mis historias. Pero es que yo soy un autor cruel en ese aspecto.
—En sus novelas es claramente perceptible el peso del pasado sobre el presente.
—Sí, en efecto. Es la culpabilidad lo que, a mi juicio, hace que Bernie Gunther sea un personaje tan interesante. Todo lo que ha vivido previamente tiene una gran importancia emocional. Y todo eso, en una atmósfera tan extraña como la de la Alemania nazi, donde todo villano es superado por otro villano aun mayor.
—Bernie Gunther aparece ahora en La Habana de 1954, y tiene que investigar la muerte de Max Reles, con el que ya coincidió en el Berlín de los años 30. ¿Por qué le gusta tanto mover a su personaje por distintos escenarios?
—Bernie Gunther está escapando constantemente. Es una especie de holandés errante. Y eso me permite escribir y describir situaciones y lugares que hagan más interesante la historia para el lector. Dejar al protagonista en un mismo sitio siempre sería muy aburrido.
—En Si los muertos no resucitan Bernie Gunther acaba contratado por un mafioso como Meyer Lansky. ¿Cómo se le ocurrió esta idea?
—La primera vez que me fijé en la relevancia que tuvo Meyer Lansky en el crimen organizado fue cuando lo descubrí en la segunda parte de El Padrino". Era un hombre osado. Pretendió ejecutar en La Habana las mismas ideas audaces que había tenido para otras partes del mundo, con el fin de crear una cadena de hoteles y de casinos al servicio del turismo mundial. Y en mi novela Lansky ve a Bernie Gunther como el empleado perfecto para desarrollar esos fines. En todo caso, a pesar de la mala fama de ese personaje mafioso, no es de los peores que aparecen en Si los muertos no resucitan.
—¿Por qué esa Habana prerrevolucionaria es una constante provocación para un creador? Citaba usted a Coppola, y yo propongo otro nombre: Graham Greene.
—Una de las razones por las que quería llevarme a mi personaje a La Habana era comprar los ambientes viciosos de las dos ciudades, Berlín y la capital de Cuba. Las dos estaban igual de pervertidas. Si tú te acercas al hotel Inglaterra, que es el que aparece en la novela de Graham Greene, te encuentras justamente las mismas escenas de hace cincuenta años: niñas ofreciendo sus servicios a los turistas que están sentados en la terraza. Es más, el autor de Nuestro hombre en La Habana era cliente habitual del teatro Shanghai, que era un antro que ofrecía todo tipo de servicios pornográficos. Claro, la gran diferencia entre Graham Greene y yo es que a mí no me interesa en absoluta esa oferta.
—A Fulgencio Batista parece que lo único que le interesaba era su treinta y por ciento.
—Sí, el porcentaje que recibía por cada uno de sus negocios ilícitos era su auténtica obsesión, y no la prosperidad del país que gobernaba. Eso que hemos visto en alguna película, con maletas cargadas de dinero entrando en el avión que llevó a Batista a Miami, es completamente cierto. Lo que pasa es que me resulta imposible colocar a Batista en el mismo plano que Stalin o Hitler. El presidente cubano fue capaz de soltar a Fidel Castro, a pesar de lo que había ocurrido con el asalto al cuartel Moncada. Y los otros, ya se conoce suficientemente lo que hacían con sus presos.
—¿Quién era el personaje más inteligente de todos los jerarcas que rodeaban a Hitler?
—Sin duda, Joseph Goebbels. Era un hombre divertido, inteligente, extrovertido. Y además, tenía mucho éxito con las mujeres. Tenía un pie deforme y era bajito, pero eso no suponía ningún complejo para él. Le gustaban particularmente altas y rubias, y se le daban bastante bien. Corría un rumor en el Berlín de aquellos años: que el pie de Goebbels no era realmente eso, sino la pata de un macho cabrío. Era una forma de entender la atracción que ejercía sobre las mujeres.
—Uno de los tipos más desconocidos era Himmler, y sin embargo, era el arquitecto del mal.
—Es verdad. No tiene tanta popularidad como Goebbels, por citar el ejemplo de la pregunta anterior. Pero fue un colaborador fiel de Hitler, hasta que al final lo traiciona, al intentar establecer contacto con los Aliados. Pensó que tenía en sus manos armas suficientes para dirigir el proceso de transición sin que fuera considerado un criminal de guerra. Lo más curioso es que a Hitler le encantaba suscitar disputas entre sus colaboradores. Por ejemplo, Himmler no tragaba a Göring, y Goebbels odiaba a Himmler. Y los oficiales de la Wehrmacht odiaban a las SS. Para los Aliados eso fue una cosa buena, porque estas fuerzas, lejos de ser eficaces, se anulaban.
—¿Por qué es tan importante en sus novelas la localización de exteriores, el gusto por el detalle?
—Los pequeños detalles hacen el libro mucho más convincente. Todo adquiere mayor credibilidad. Y a mí me gusta pintar mis descripciones con pequeños detalles que den vida. Una canción, el nombre de un cabaret, la marca de una espuma de afeitar. Todo eso convierte a la novela en un artefacto potente, capaz de atrapar al lector.
—La primera parte de Si los muertos no resucitan se centra en los preparativos de los Juegos Olímpicos de Berlín. ¿Qué opina de lo que ocurrió realmente con esa cita olímpica? Se lo pregunto cuando Londres va a tener otra en 2012.
—Aquellos Juegos debieron ser los últimos que se organizaran. El Comité Olímpico Internacional es una institución fascista. Los Juegos no son otra cosa que tres semanas de estupidez y frivolidad al tiempo que un montón de gente agita absurdamente sus banderitas. Y todo eso fue invento de los nazis. Lo penoso fue que Estados Unidos tuvo en su mano cambiar el curso de la historia. Si no hubiera participado en las Olimpiadas, tampoco lo hubiera hecho Inglaterra, y como consecuencia, Francia, de tal modo que se hubiera producido un boicot que las habría abortado, y eso habría supuesto un golpe mortal en términos de prestigio para el régimen nacionalsocialista. Pero muchos enviados especiales regresaron a América diciendo que no habían encontrado ningún signo de antisemitismo en Alemania. La Historia se habría escrito de otra manera si se hubiera contado la verdad.
EN LA MISMA HABITACIÓN DE MICHAEL JACKSON. El Adlon, aparte de ser uno de los escenarios recurrentes de sus novelas, es uno de los hoteles más lujosos del mundo. Philip Kerr se alojó justo en la misma habitación que ocupó Michael Jackson cuando la denominada estrella del pop protagonizó uno de los incidentes más tristes de su biografía: sacó a su bebé por el balcón de su habitación, y jugó a lanzarlo al vacío. Nos cuenta el propio Philip Kerr que, nada más anunciarse la muerte de Michael Jackson, empezaron a producirse llamadas para reservar la misma habitación desde la que el cantante perpetró una de sus discutibles extravagancias.
EL PREMIO DE NOVELA NEGRA MÁS GRANDE. El premio que ha ganado Philip Kerr tiene una dotación económica de 125.000 euros. Es el que tiene una compensación más elevada de los que se fallan en todo el mundo dentro del género negro. La editorial RBA lo puso en marcha hace tres años. Los dos primeros ganadores fueron dos veteranos de las letras, los dos abuelos: Francisco González Ledesma y Andrea Camilleri. El tercero es un escocés al que hay que mirar su documento nacional de identidad para comprobar que en efecto, tiene más de cincuenta años (y un pacto con el diablo). Sus novelas han sido traducidas a más de cuarenta idiomas. Periódicos como "The Times" o "The Washington Post" se han rendido a sus historias poderosas y originales.
Gracias a la editora Anik Lapointe, lo podemos leer en RBA. Estos son los seis títulos ambientados en la Alemania nazi: Violetas de marzo, Pálido criminal, Réquiem alemán, Unos por otros, Una llama misteriosa y Si los muertos no resucitan.
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