El
segundo libro recopilatorio de cuentos de Fernando Sánchez Calvo, Los nombres propios de la pared (Bohodón Ediciones, 2016), nos sirve de excusa y motivo
para entrevistar a este autor curtido en el mundo del teatro. La voz, honesta y
comprometida, de este narrador pide la palabra, con sinceridad y sin
solemnidad, y la pide para hacer buen uso y quedarse entre nosotros. Desde este
blog, le agradecemos que nos dedicara un poco de su tiempo para responder a
este breve cuestionario.
—Ha transcurrido casi una década desde su primera publicación narrativa. ¿Este
silencio ha sido voluntario, obligado, pactado a medias por las circunstancias?
Cuéntenos un poco.
—En silencio, lo que se dice en silencio, no
he estado. He seguido escribiendo y
leyendo cuentos, relatos, para cafés, librerías, bibliotecas. De hecho Los nombres propios de la pared es un recopilatorio de toda la producción
narrativa “oral” de estos años. Sí es
cierto que he puesto un pelín (sólo un pelín) los cuernos a la narrativa con el
teatro, terreno en el que he volcado mis últimas creaciones con dos comedias, Homeless y Cárnica. En cuanto al difícil mundo de la publicación, en los años
más duros de la crisis económica (que arrasó literalmente con muchas
editoriales pequeñas) estuve a punto de publicar cinco veces con cinco
editoriales distintas la que a día de hoy es todavía mi primera novela, De la vida vulgar, pero todas quebraron.
Es una novela maldita. Parece que por fin va a ser publicada próximamente, pero
si yo fuera la editorial no me fiaría. Corre un bulo ya sobre mí y es el
siguiente: editorial que frecuento, editorial que cierra.
—El libro se divide en tres secciones perfectamente delimitadas. ¿A qué se debe
esta demarcación?
—Se debe al juego o experimentación al que me
he sometido durante toda mi vida: buscar un equilibrio entre la emoción y el
intelecto (esto es muy del 27). En Dale
calor al frío procuro empatizar con el lector desde el punto de vista del
“corazón”, si se quiere explicar así: pretendo que los avatares por los que
pasan los personajes “afecten”, en el sentido literal de la palabra: En Dale frío al calor, por el contrario,
pretendo analizar con frialdad, distancia y humor negro las miserias que rodean
a cualquier hombre vulgar como yo. Por eso la primera parte es más narrativa y
la segunda más ensayística.
—¿Por qué acabar con la sección dedicada a la voz?
—Porque todos los relatos de este libro
nacieron y crecieron para leerse en voz alta, algo que hemos perdido: la
capacidad para “contar”. El lector moderno es listo, experimentado, hábil,
profundo, pero solitario. Lee para sí mismo, y eso está bien para la novela,
pero géneros como el del relato creo que pueden y deben, dada su brevedad,
acercarse desde la voz alta. Se ganan muchos matices en este tipo de lectura.
De hecho, yo tengo más seguidores como narrador oral que como escritor. Hay
gente que tiene mis dos libros de relatos en la biblioteca de su casa, pero
reconocen que no los leen, que prefieren esperar a que yo prepare algún recital
en cualquier bar, librería o café. Y así, con un vino y un relato, nos
acompañamos todos.
—Siempre hay favoritismos, también en literatura: ¿cuál de estos cuentos figura
entre sus preferidos, entre ésos que le son más queridos?
—El último, Para decir en voz alta. Yo creo que no volveré a escribir nada así.
No digo que sea lo mejor que he escrito, pero sí lo más auténtico, lo que más
me resume. Resume mis nostalgias, resume mi infancia y la de muchos de mi
generación. Lo que he perdido. Lo que no quiero perder. Lo que no me gusta de
los nuevos tiempos. Pero sin sentimentalismos, con humor: la mejor de todas las
herramientas de la literatura y de la vida, en mi opinión.
—En algunos de los cuentos hay veladas o explícitas referencias a la familia,
tanto figurada como real. ¿Catarsis o evocación?
—La familia es el mayor manantial de ideas de
la literatura y del arte en general. Si citáramos las hipotéticas cien mejores
obras de la historia, en el noventa por ciento de los casos el germen nace en
los padres, maridos, hermanos, primas... Estoy hablando de La caída de los cuerpos, Cien años de soledad, Agosto, Los soprano,
Breaking Bad. En mi caso siempre he tenido presente a la familia. Tengo una
comedia, Cárnica, varios cuentos de
mi primer libro con El Gaviero Ediciones, Muertes
de andar por casa, y alguno de este
último recopilatorio (Adán y Abel)
que hacen referencia directa a la profesión de mis padres y hermanos. Eso sí:
hasta ahí llega la influencia. Mis mundos infantiles y juveniles me sirven
literariamente como marcos, como ambientes. Después, llega la ficción y no
puede ser de otra manera. No tiene sentido que hable de la vida de mi hermano
como carnicero. ¿Por qué? Porque parafraseando a César Vallejo, «el hombre es
triste, tose, lo único que hace es componerse de días, es lóbrego mamífero y se
peina». Vamos: que la vida de mi hermano, y la mía, e incluso la de un
trotamundos, es mediocre y vulgar a fuerza de repeticiones diarias, odiosas y
manidas. Sólo el arte, con la ficción, nos convierte en más interesantes. Cualquiera
de nosotros es más interesante como personaje que como ente real.
—Y también podemos ver algo de crítica social. ¿Cuál es su visión a este
respecto?
—Que sí, que es evidente que algo de ello hay,
pero no una crítica social directa hacia cuestiones políticas, económicas, etc.
Más bien se esconde una crítica hacia cómo resolvemos las personas dichas
situaciones. Me interesa más leer cómo se descompone una pareja que atraviesa
por apuros económicos que decir que todo esto pasa por culpa del político de turno,
que en parte es verdad, pero para dicha crítica explícita hay otros géneros.
—El sentido del humor es importante, o así lo parece. ¿Ha querido resaltar este
aspecto o simplemente ha surgido a través del propio proceso de escritura?
—El humor lo es todo. El humor surge. Es más:
todo surge gracias al humor, la única herramienta de la que dispongo para no
cabrearme ante situaciones injustas. Por ejemplo, el primer cuento de este
recopilatorio, Los nombres propios de la
pared, que además da nombre al libro, nace de una experiencia real. Me
acababa de independizar con veintiocho años y mis nuevos vecinos no me
hablaban, me temían sin razón alguna. Por lo visto los antiguos inquilinos de
mi piso no habían sido muy cívicos y esto predispuso a muchos vecinos en mi
contra. Creían que iba a ser igual (fiestas en casa, ruidos, etc). Esta
conducta duró un año y se manifestó de la siguiente manera: no coincidían
adrede conmigo en el ascensor, si salíamos a la vez de casa ellos esperaban
tras la mirilla de su puerta a que yo bajara primero las escaleras, me echaban
en cara cosas tan absurdas como el dejar abierta la entrada del portal. ¿Qué
hice yo? Empecé a vengarme e introduje notitas anónimas dentro de sus buzones
donde los alentaba a que tuviéramos una relación cordial. Las notas rezaban,
por ejemplo, así: “El ascensor sube siempre al sexto cielo” (vivíamos en el
sexto ambos) o “Juntos podemos
intentarlo”. Fueron tan aburridos que ni siquiera contestaron a la nota
aunque fuera con un mensaje general para el bloque. A partir de esta anécdota, escribí el argumento del
cuento: la historia de un tipo que espía a sus vecinos a través de la pared
para poder conocerlos mejor.
—Pregunta quizá típica pero también obligada: ¿cuáles son sus autores de
referencia y de cabecera?
—El primero, Ramón María del Valle-Inclán.
Creo que inventó un nuevo “ojo” con el que mirar las cosas y la vida. El
“esperpento” es el mejor invento estilístico de los últimos cien años. Ser
capaz de reírse incluso de la muerte sólo está a la altura de los genios.
Otros, narradores de pura cepa si se admite el término, Roberto Bolaño, y por
supuesto Cortázar, Joyce, Faulkner. Con estos, quién va a fallar, ¿verdad?
Luego, admiro a muchos autores jóvenes de este tiempo. Maximiliano Barrientos,
Yuri Herrera, Samanta Schweblin. Y aunque no la escribo, soy un amante de la
poesía: Claudio Rodríguez, Nicanor Parra y siempre, siempre, el gran César
Vallejo.
—Usted se ha dedicado y se dedica también al mundo de las tablas. ¿De qué manera
ha influido esta otra faceta en la escritura de estos cuentos?
—No puedo decir que se hayan influido o
retroalimentado, sino que ambas son caras distintas de la misma moneda. Me
explico. Yo nací y crecí organizando teatrillos en mi casa. Pero yo también
nací y crecí escuchando muchas voces en voz alta. Ayudaba a mi padre en la
carnicería y por mis oídos pasaban a diario miles de conversaciones de
clientas, réplicas ingeniosas, maldades, exabruptos, etc. También ha tenido
mucha presencia en mí la vida de los pueblos, mi pueblo concretamente,
Navarrevisca, que como tantos municipios de la sierra están construidos a base
de voces, de saludos sonoros, de gente entrando y saliendo de las casas no ya
de los familiares, sino de los propios vecinos. Y en casa, merendaba, hacía los
deberes, jugaba, siempre con la compañía de la radio como telón de fondo. Con
esta infancia, evidentemente, cuando empecé a escribir, a actuar o incluso a
dirigir, para lo que más predisposición y talento tenía era para el diálogo
natural y simple, algo (por cierto) nada sencillo. Por eso escribo teatro y por
eso mis relatos son tan “orales”. Pero el mérito no es mío: el mérito es de mi
madre, de mis hermanos, de mi familia, de la montaña, de la radio, de las
señoras que discutían en la carnicería de mi padre por ver quién de las dos
había pedido la vez primero. Y yo todo esto siempre lo observé como un
espectador: siempre me gustó ver, incluso la vida, como una obra de teatro con
sus clímax y anticlímax.
—Para acabar, y si me permite el símil cinematográfico, usted ha realizado ya
dos cortos: ¿para cuándo el paso al largo? ¿Lo tiene previsto?
—Como dije antes, lo tengo previsto, si hay
suerte, para finales de este mismo año o principios del siguiente. De la vida vulgar es una novela breve que
nace a partir de un hecho doloroso: la muerte del padre. A partir de ahí, y de
nuevo con el humor como ingrediente fundamental, el protagonista intenta
afrontar dicho episodio de la manera menos digna posible. Es una novela muy
experimental, heredera de la vanguardia. Para mí, la forma es más importante
que el propio contenido. De hecho, la forma es contenido. No hay muchas cosas
nuevas que contar, pero sí nuevas maneras de contarlo. Si todo va bien, se
podrá leer pronto. Estoy reescribiendo algunos pasajes que no me convencen. La
novela se escribió hace ya cinco años y el estilo, como uno mismo, va
cambiando.